Filoetarra
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
La unión de estos dos términos me genera un encontronazo dialéctico, una sensación agridulce y la constatación de que hasta las palabras más hermosas se pueden mancharLas palabras pesan. Sirven. Construyen. Forjan imperios y rompen tratados. Las palabras enajenan a la verdad y a veces sirven para sostenerla, cuando la mentira ... se convierte en el oxígeno de los mediocres.
'Filoetarra' se ha convertido en una palabra maldita, pero a diferencia de lo que podríamos pensar, su perversidad no viene generada por su significado, que sería lo razonable, sino por quienes la pronuncian. Tiene el vocablo cierta elegancia, no lo neguemos. El prefijo 'filo' está presente en muchos de los términos más hermosos del español, esos que nos emparentan, aunque sea de boquilla y de cultura, con el griego. Yo estudié filología y a la filosofía le debo buena parte de mi personalidad y también momentos felices en la vida. 'Filoetarra' empieza de forma prometedora, pero conforme avanza se va torciendo. 'Etarra' es un vocablo incómodo de masticar. A los españoles de mi generación escuchar en la televisión, de niños, esta palabra nos auguraba un dolor difícil de diagnosticar, seguido por el mal humor de nuestros padres. Tenía yo ocho años cuando lo oí, en una mañana de junio de finales de los noventa, seguido de tres sustantivos propios: «Miguel Ángel Blanco». Ahí tomé conciencia del alcance de la palabra 'etarra' y de la amargura de su significado.
La unión de estos dos términos me genera un encontronazo dialéctico, una sensación agridulce y la constatación de que hasta las palabras más hermosas se pueden manchar. Ha aparecido muchas veces en los medios de comunicación. También en el Congreso, con más o menos aspavientos, con mejor o peor fortuna, dependiendo de la suerte y capacidad del orador. Esta semana, Patricia Rueda, diputada de Vox por Málaga, decidió emplearla. Es curioso su interés por las formas, su educación súbita en tamaño trance. Podía haber empleado otros términos que se ajustasen también a la verdad o que describiesen el hecho de una forma más grosera, pero ella decidió lanzarse a los neologismos. No sé, podía haber utilizado la palabra 'terrorista', sabiendo que algunos miembros de Bildu están condenados por ese delito. O tal vez 'asesinos'. Eso hubiera sido un patizano, porque creo, hasta donde yo sé, que ningún político del partido vasco se ha manchado las manos de sangre. Me refiero al sentido literal. De forma figurada, ya sabe usted de lo que sirven las manchas y la sangre a estas alturas. Patricia Rueda tuvo a su elección empelar el vocablo 'desalmado', que en cuestiones morales se suele aplicar a personas que no tiene alma. El tesoro de nuestra lengua es vastísimo, pero la diputada eligió el camino de la finura. Y fue expulsada por ello.
Resulta curioso, hablando en estrictos términos lingüísticos, que la palabra 'filoetarra' despierte tanta molestia. Si yo hubiese sido un diputado de Bildu me hubiese levantado de mi escaño y hubiese aplaudido a rabiar a la diputada. Entiendo que es de Vox, y que esos gestos no se hacen con el enemigo, pero visualizando el listado de términos que pueden ser empleados contra ellos (y contra su pasado), considero que 'filoetarra' es casi un piropo. Lo más suave que se les puede llamar, contando además con la cortesía, tan ausente en nuestro Congreso. Lo sorprendente fue la reacción del vicepresidente primero de la Cámara, en ausencia de Meritxell Batet, tan permisiva ella con muchos discursos. No solamente llamó la atención a la diputada por el término empleado, sino que le obligó a retirarlo. Patricia Rueda, al negarse, fue expulsada del Congreso, ante el asombro (lingüístico, no lo olvidemos, que esto va de lengua) del resto de diputados, de Vox en algarabía, y de otros grupos, en silencioso bochorno.
Pensaría que en el Congreso se han vuelto exquisitos. Incluso argumentaría que los diputados se han convertido en lingüistas, tan huérfanos que estamos de Cicerones y Demóstenes. Pero al día siguiente, la ministra Montero, férreo estandarte de las mujeres a pesar de las mujeres, acusó de «defensores de la cultura de la violación» a toda la bancada popular. Y ahí quedó, porque Batet hizo el amago de volverse una Nebrija, pero solamente fue eso, una salida en falso, una interjección, un fonema gutural que se queda en la garganta. A este lingüista que escribe le gusta escuchar discursos políticos y jura haber oído en ese mismo Congreso insultos más graves. «Fascistas» se repite con asiduidad. Tanto que uno corre el riesgo de ser tildado así en la cola de la panadería. ¡O por escribir este artículo! ¡Qué osadía! Incluso he llegado a ver cómo un colega de Rufián, con sus formas rufianescas, escupía al entonces ministro Borrell. Un escupitajo es algo más que un fonema. Supera lo verbal, recorre la lengua y materializa la palabra y el sonido en un salivazo que, en tiempos de Covid, podría suponer un arma arrojadiza. Eso probablemente venga también del griego. Como la palabra 'amnesia', que deriva de memoria. Tan cerca y tan lejos, como la propia historia de nuestros muertos.
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