De la verdad a la posverdad
Se utiliza descaradamente la mentira, que es un indicador de la decadencia de valores en la sociedad, sobre todo en los que detentan el poder
Vivimos en un mundo en donde los bulos y las noticias falsas están a la orden del día. Se utiliza descaradamente la mentira, que es ... un indicador de la decadencia de valores éticos y morales en la sociedad, sobre todo en los que detentan el poder.
Este fenómeno genera en multitud de personas una profunda confusión. Existen intereses en distorsionar deliberadamente la realidad para manipular creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública. Cuando el poder controla las redes sociales, se tergiversa la verdad y esta deja de ser un valor humano. Todos sabemos que una mentira dicha mil veces se asimila como verdad.
Se llama derecho a lo que es genocidio. Se dice: «Israel tiene derecho a defenderse» cuando en realidad lleva 75 años asesinando palestinos e invadiendo sus territorios. Asimismo, se califica de antisemitismo toda crítica al genocidio y crímenes de guerra que comete Netanyahu tanto en Gaza como en Cisjordania con el apoyo del Gobierno de Estados Unidos y el silencio de la Unión Europea.
Se habla de guerra contra el terrorismo mientras se apoya a países que asesinan a niños y niñas por bombardeos o por hambre. Se habla de paz mientras se lanzan bombas.
Se habla de diálogo y negociación diplomática cuando se incrementa el armamentismo y se normaliza la violencia si esta sirve a determinados intereses estratégicos. El genocidio deja de ser un crimen para convertirse en una responsabilidad. Así las víctimas desaparecen.
Se levanta la bandera de la democracia para imponer un sistema dictatorial, tal como lo estamos observando en El Salvador. Se habla de combatir la delincuencia mientras se detiene a gente inocente. De los 80.000 presos, más de 20.000 son personas a las que no se les ha encontrado ningún delito, según defensores de derechos humanos.
Se habla de libertad mientras se persigue y reprime a los que se manifiestan exigiendo tolerancia, respeto a la diversidad, defensa de los inmigrantes o solidaridad con Palestina, tal como está sucediendo en los Estados Unidos.
Se habla de globalización cuando se desprecia al inmigrante, se le persigue y criminaliza, argumentando que es agente de delincuencia y de inseguridad, como clamaba un político de la ultraderecha de la Región de Murcia.
Se habla de lucha contra la corrupción mientras se ocultan fangos y cloacas que corrompen la vida política. Se habla de historia, pero tan solo la de los vencedores. La de los vencidos queda entre escombros u olvidada en fosas. Se habla de respeto a la ley y se violan los derechos humanos, incluso promoviendo el terror. Se habla del respeto al derecho internacional y se permite que haya países, como Israel, que lo ignora, y viola, sistemáticamente. Se habla de impunidad y se desconoce el Estado de derecho.
Se celebran cumbres internacionales sobre el cambio climático cuando cada vez más crece la degradación del medio ambiente y el calentamiento global, e incluso se criminaliza a los ecologistas. Se habla de Dios, ¿pero qué Dios? Un Dios sostenedor del orden establecido por el sistema, mientras se ignora sus mandamientos, sobre todo el del amor fraterno, la misericordia y el perdón. «Yo soy la Verdad», clamaba Jesús el nazareno. Pero también a él se le ha manipulado convirtiéndolo en una imagen inerte de un retablo o de ceremoniosas procesiones.
El poder impone su ley sin límite mientras el valor de la vida y la dignidad humana se aniquila.
Esta narrativa instalada como verdad funciona como escudo moral ante una opinión pública desinformada. La posverdad se está imponiendo, reduciendo la verdad en cenizas. Ante esta realidad, solo visualizo una alternativa: profundizar en los valores éticos, desarrollar una revolución crítica de la conciencia y generar encuentros comunitarios de análisis.
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