Ética en la acción política
Urge recuperar la mística de la política para hacerla creíble, de manera que contribuya al desarrollo de la conciencia crítica y social de los ciudadanos
Estamos inmersos en una crisis ética, una profunda crisis de valores, que alcanza a toda la sociedad y de una manera particular a la política. ... Esta crisis se ha extendido, como una oscura nube, por todo el planeta. La ideología trumpista, sin duda, está incidiendo en ello. De ahí que la palabra 'política' esté cada vez más desprestigiada, se la entiende solo como lógica de partido. En la actualidad sufre una alarmante falta de credibilidad por parte de la población. La razón es, precisamente, la carencia de ética, reflejada en los múltiples y escandalosos casos de corrupción de altas personalidades de la vida pública, en la falta de respeto al diferente, en la intolerancia, la utilización de mentiras, insultos y estigmatización del adversario político para descalificarlo, en las luchas de poder, en la injusta distribución de la riqueza, en los continuos desahucios y falta de vivienda social, en la carencia de sensibilidad frente al sufrimiento de los pobres y en el persistente olvido de los derechos humanos, sociales, económicos y ambientales.
Hay candidatos que, en vez de presentar programas concretos en orden a la búsqueda del bien común, se dedican a insultar a dirigentes de otros partidos para abrirse paso hacia el poder. De esta manera, incendian el ambiente social, lo polarizan y lo intoxican con mensajes de crispación y de odio. Han entrado en la dinámica de la difamación como arma política, lo cual repercute en toda la sociedad, generando fanatismo partidista en unos y desconfianza, desinterés y apatía en otros. Parece que ética y política son irreconciliables. Política sin ética es demagogia y no sirve para nada.
La verdadera política proyecta transparencia, honestidad, libertad de expresión y de organización, pasión por la justicia social y distributiva, servicio a la comunidad, solidaridad con los de cerca y con los de lejos, promoción del bien común, opción por los más desfavorecidos, igualdad de género, capacidad de diálogo y de negociación, cuidado del medio ambiente, respeto a los derechos humanos y desarrollo de la autonomía política frente a los mercados y sus directrices económico-financieras que solo buscan la ganancia de una élite. La política debe fundamentarse en la ética, que es la que debe convertirse en abogado de las causas justas y en voz de los sin voz.
Asimismo, la política debe procurar que la libertad y la justicia social se desarrollen y caminen a la par, no una por encima de la otra. Libertad sin justicia favorece la acumulación de la riqueza en pocas manos, dejando a las mayorías en la exclusión y la pobreza. Sería una libertad prostituida. Asimismo, justicia social sin libertad abriría el camino a una dictadura, porque 'no solo de pan vive el hombre'.
La política no es un fin en sí mismo, sino un instrumento para organizar la sociedad, procurando que todos los ciudadanos y ciudadanas tengan cubiertas sus necesidades básicas (salud, educación, vivienda, trabajo, salario digno, pensiones...).
En el momento histórico que vivimos, la ética política exige solidaridad con las personas migrantes y refugiados que huyen del hambre y las guerras. Es una vergüenza que en España y en Europa se les cierren las puertas, permitiendo que mueran ahogadas en el Mediterráneo alrededor de 2.000 personas en lo que llevamos de año. Es un deber no solo humanitario sino también jurídico el acogerlos, porque ningún ser humano es ilegal, tal como señala la Declaración Universal de Derechos Humanos y los convenios y pactos firmados por España.
Urge rescatar la ética en la acción política, para lo cual se requieren dirigentes que sepan realizar su gestión con transparencia y honradez, optando por los más excluidos, la superación de la desigualdad social y la firmeza para oponerse a aquellas diatribas del mercado que tratan de imponerse por encima de los derechos humanos. Urge superar la forma de hacer política que observamos en la sociedad basada en discursos confrontativos con fines electoralistas que intoxican y generan una espiral de miedo y alienación. Urge excluir de los discursos y programas políticos todo tipo de discriminación social, racista, xenofóbica y machista.
En una sociedad 'católica' como es la nuestra no debe utilizarse la religión ni tomar el nombre de Dios en vano (2º mandamiento) con fines partidistas. Lo cual sería una profanación de la fe. La política debe ser aconfesional y siempre respetuosa con las distintas creencias religiosas.
Finalmente, urge recuperar la mística de la política para hacerla creíble, de manera que contribuya al desarrollo de la conciencia crítica y social de los ciudadanos y ciudadanas. La política debe regresar a su esencia: humanizar la sociedad y contribuir al cuidado de nuestro planeta.
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