Una falsa bandera
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
Se anunciaron rebeliones ciudadanas, barrios enteros levantados si Marruecos lograba una victoria, pero estos ojos solamente vieron hombres y mujeres felicesMi primer año de estudiante en Granada lo pasé confundiendo la bandera de la ciudad nazarí con la de Portugal. Yo estaba cargado de buenas ... intenciones. Me despertaba en la ciudad desde la cual se había pensado el Nuevo Mundo. Por sus calles caminó Colón, con aromas aún arabizados, y la reina Isabel le dictó una promesa en forma de tres carabelas. Todo muy emotivo, a la altura de la historia. España y Portugal hermanados en la torre de la Vela, la primera de cuantas copan la Alhambra. Pero la alucinación acabó y alguien me hizo notar, tras meses de fantasías ibéricas, que en realidad aquellos colores representaban a Granada.
Mi confusión fue anecdótica. Incluso cateta. Propia de un estudiante de Lorca que va a una capital antigua y favorecida por el intercambio de culturas. Es importante atinar en los colores, esos códigos que afectan al comportamiento humano y que nos lanzan mensajes. No siempre son buenos, desde luego. A veces nos alertan del peligro. Un semáforo en rojo prohíbe la circulación. El verde nos da paso. La combinación de ambos puede crear un accidente, una tragedia evitable. El rojo y el verde son los colores de Portugal. También de Granada. Y algunas autoridades y sofistas han descubierto estos días que también coinciden con la bandera de Marruecos. Qué batalla cromática la nuestra.
El fútbol es un deporte de colores. Creo que fue Umbral quien lo definió como la estilización de la guerra, y yo solamente puedo añadir que es una batalla en la que los contrincantes se empeñan en prolongar sus uniformes hasta en la piel. El martes Marruecos venció a España. Para algunos, el Cid volvió a su catafalco de siete llaves (esos que nunca han leído el Cid, ni el histórico ni el literario), Santiago se cayó de su caballo y en Alhucemas los fantasmas de derrotas pasadas se revolvieron en la tierra seca. Ganó Marruecos y se acabó el mundo, los muros de nuestra patria se retorcieron cual Troya huertana y las barriadas de nuestros pueblos y ciudades se tornaron Molenbeek de andar por casa. Era el apocalipsis moruno, la revancha a 1492. Los Boabdiles llevaban sables y su líder, Achraf, un muchacho nacido en Getafe, nos había dado pasaporte y nos había despertado del sueño catarí.
Muchas veces la derrota es el verdadero bálsamo para los mediocres. Se anunciaron rebeliones ciudadanas, barrios enteros levantados si Marruecos lograba una victoria, pero estos ojos solamente vieron hombres y mujeres felices, portando la bandera roja y verde, con un entusiasmo sano, de descarga cotidiana, un aplazamiento de los problemas, de los horarios que inclinan la espalda para recoger tomates doce horas al día, de niños que exhibieron con orgullo, por un día, sus orígenes sin avergonzarse. Marruecos invade nuestra Españita, dijeron, y probablemente algo creí al contemplar las imágenes que nos llegaban de Bruselas, días antes. Pero lo sucedido tras la victoria fue un ejercicio de respeto máximo, de alegría sincera sin salirse ni un ápice de los límites de la civilización, ese marasmo de siglos que hace que los ingleses quemen contenedores cuando sus equipos vienen a jugar a España.
Fue una lección, a pesar de que muchos analistas y 'analistos' incidiesen en la idea de que toda esa masa vestida con los colores marroquíes había nacido en España, pero animaban a Marruecos. Y ahí está precisamente el giro copernicano que se debe asumir en este debate. Lo explicaré con mi propia experiencia. He vivido años en el extranjero y a los hijos de mis amigos, nacidos más allá de los Pirineos, tan franceses como Napoleón (que nació francés de milagro), animaban a la selección de sus padres, la de sus orígenes, sin mayor trauma ni penalti identitario. Eran franceses con pasaporte, pero se envolvían en la rojigualda con los juegos de pelota. Al igual que mis sobrinos, nacidos en las dos orillas del charco, en EE UU e Italia, aprovechan los eventos deportivos para reclamar su origen, o sus padres a través de ellos.
En Murcia, tierra de conflictos, el PP y Vox denunciaron con un escándalo 'houellebecquiano' que el edificio de Aguas de Murcia se había vestido de noche con los colores marroquíes. Era el primer paso de nuestra desaparición como país: Ceuta, Melilla y después el edificio de Aguas de Murcia. La derecha murciana, como yo al llegar a Granada, también confunde los colores de las banderas, aunque sospecho de su inocencia, que no de su catetez. Escribí hace meses alertando del final de Europa, cuando en Saint Denis manadas de inmigrantes se dedicaron a robar y pegar a miles de aficionados en la final de la Champions. Meses después, no hay mayor espejo que la realidad. Eso no ha sucedido en nuestra calles. Ahora me quito el sombrero y varios kilos de tremendismo.
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