Experiencia y futuro
RAIMUNDO DE LOS REYES
Domingo, 11 de octubre 2020, 14:41
Si es la madre de la ciencia, esta experiencia también debe servirnos para aprender. Para empezar, la crisis sanitaria ha subrayado algunas de nuestras debilidades, que llevábamos con disimulo. Ha quedado expuesta la fractura que nuestra sociedad mantiene, dejando al margen a un tanto por ciento de nuestros conciudadanos para los que deberíamos tener claro que nos conviene a todos que salgan del hoyo.
La actual crisis sanitaria, como suele suceder, como sucedió con la anterior económica, agranda las diferencias sociales porque las carencias intensifican su efecto en la vida de quienes las padecen. De ahí que el peligro mayor de esta pandemia sobre el sistema educativo no lo represente el hecho de perder unos meses de clases presenciales, sino el hecho de perderlas del todo, presenciales y no presenciales, como sucedió en primavera a un sector desfavorecido del alumnado, y como no debería suceder este curso. De no ponerse los remedios adecuados, que además deben fijar unos nuevos estándares de calidad del sistema, este grupo falto de recursos agrandará el fracaso y el abandono escolar, estando como estamos en un país con unas cifras bastante malas en ambos capítulos.
De igual manera, al tiempo que los profesionales de la docencia han demostrado su implicación más allá de las obligaciones para enfrentar los problemas, se han evidenciado también carencias en habilidades, recursos materiales y formación que facilite la utilización de las tecnologías como respuesta a la falta de contacto personal con su alumnado y con las familias. Lo cual nos dice que esta es otra tarea a emprender: dotar a los centros y a sus profesionales de recursos y formación suficientes, así como establecer ratios razonables de horas de clase por profesor y de número de alumnos a los que atender.
Cuando algunos sectores de la población o de la opinión publicada se preocupan al pensar que estos meses pueden suponer un déficit que sus vástagos arrastrarán para toda su vida, manifiestan una preocupación encomiable, pero excesiva. La mayoría de la población escolar está en condiciones de recuperar estos y otros meses que puedan venir. La Historia nos informa de catástrofes mucho más dramáticas de las que se salió, entonces sí, con grandes esfuerzos y penurias. Ahora, siendo muy grave lo que está sucediendo, todavía no estamos en coyuntura semejante.
Será necesario que aprendamos y modifiquemos algunas de nuestras condiciones y circunstancias, en pro de una equidad que precisamente a lo público corresponde garantizar.
La igualdad de oportunidades no se consigue con caridad, y la caña de pescar está en internet, aunque se pesque bueno y malo; habrá que educar en esto, sin duda. No hacerlo no va a evitar lo inevitable, cual es la relación de nuestros jóvenes con las redes, cada vez más numerosas y dispares. Becas, comedores, transporte, son aportaciones del sistema necesarias, así como los libros de texto gratuitos, pero insuficientes, particularmente estos últimos dado el contexto de aprendizaje en el que nos encontramos inmersos. En la mejor de las normalidades seguirán en desventaja quienes continúen al margen de las tecnologías del conocimiento.
En estos días están empezando a llegar a los centros equipos para que las comunidades educativas vayan contando con herramientas que empiecen a paliar los efectos de la 'brecha', pero el escenario es todavía el de las soluciones de emergencia. Si realmente aprendemos, deberemos hacer un plan, de largo recorrido, cuyo objetivo esencial sea la eliminación de cuantas brechas detectemos, particularmente las que afectan al alumnado en edad de escolarización obligatoria; hay que empezar por ahí, aplicando con ello también ese principio de salvaguardar el interés superior del menor.
El acceso a la profesión docente, a diferencia de lo que sucede en otros países de esos en los que nos fijamos cuando conviene, está lejos de ser atractivo. Es algo que urge resolver, y junto a otros aspectos que han de someterse a revisión, parece adecuado incorporar a los requisitos para el acceso a la profesión, además del inglés (reciente y lógica preocupación estrella), una adecuada formación en el manejo de las tecnologías, de las que los centros deberán estar provistos sin regateos. Es necesario garantizar, del mismo modo, los recursos tecnológicos para las familias, sumando a las imprescindibles ayudas tradicionales otras destinadas al acceso a las tecnologías del conocimiento. En tanto esto no sea así, la desventaja persistirá aun cuando recuperemos aquella normalidad previa, a la que tendríamos que volver con nuevas y actualizadas herramientas.
Convendrá sumar al trabajo y a la relación entre los miembros de las comunidades educativas las posibilidades que el entorno telemático ofrece, mejorando algo que es crucial para el éxito: el flujo de información y la transparencia en los procesos que la educación conlleva.
Cuando esto pase, ciertamente habrá que revisar qué se ha podido hacer y qué no, y reformular los programas y programaciones en consecuencia, pero sobre todo deberíamos reformular nuestro objetivos de futuro.