La España de las banderas

ESPEJISMOS ·

Domingo, 13 de marzo 2022, 09:53

He leído estos días 'La España de las piscinas' (Arpa, 2021), de Jorge Dioni López, un excelente estudio sobre el urbanismo, la economía, la sociología ... y la ideología (y, sobre todo, la relación entre todo ello) que nos ha dejado el pelotazo urbanístico, ese país paralelo que construimos de la nada entre finales de los 90 y el 'crack' de 2008 y del que nadie se acuerda.

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Se agradece que la obra no recurra a juicios morales (el propio autor vive en un PAU de la periferia de Madrid) a la hora de retratar la vida en estas zonas, de población muy homogénea: familias de mediana edad y clase media que pudieron sumar dos sueldos para acceder a estas hipotecas, práctica inexistencia de servicios públicos, dependencia del coche para ir al trabajo, las compras o el ocio y escasa diversidad social. La 'mentalidad de frontera': el Estado no ha llegado y sus habitantes tienen que proveerse por lo privado de sanidad, educación, transporte, seguridad, extraescolares, cultura y ocio. No es de extrañar por tanto el éxito de determinados mensajes contra los impuestos o las prestaciones sociales (y sus beneficiarios, que no suelen vivir allí), contra el control ecologista del tráfico, contra la diversidad (poco presente en sus áreas), la inmigración o la delincuencia.

Analiza también Dioni el comportamiento electoral de estas zonas, que han ido abandonando los mensajes meritocráticos de Ciudadanos para caer en el discurso del resentimiento que propone Vox. Las causas son complejas, pero el libro apunta al despecho: no solo las instituciones se desentienden de las promociones del pelotazo, que dos décadas después siguen en muchos casos sin colegios ni centros de salud; también el capital se concentra ahora en otros procesos urbanísticos, como la gentrificación, los pisos turísticos o la creación de las llamadas 'smart cities' con bajas emisiones, que dificultan la vida de los habitantes de las urbas, encadenados a sus coches. Quince años después del 'crack', el precio de la mayoría de estas nuevas viviendas sigue por debajo del de compra, y vivir en la España de las piscinas ya no aporta el prestigio de entonces.

Todos estos procesos me vienen a la cabeza una y otra vez ante el debate público que abre estos días la inflación, la energía y la guerra, y la forma en que la ralentización de nuestro tren de vida abre la puerta al miedo, la victimización y el resentimiento. Es de justicia reconocer que en los medios de comunicación tenemos nuestra parte de responsabilidad. Es perfectamente legítimo, por supuesto, mantener una línea editorial crítica con el Gobierno y comprensiva con la oposición, pero con demasiada frecuencia asumimos marcos problemáticos, relatos que matan datos. Es excesiva la insistencia de nuestras escaletas, nuestras tertulias y nuestros titulares en un supuesto problema de delincuencia cuando la criminalidad actual en España es la más baja en lo que va de siglo. Algo muy similar ocurre con la inmigración, de la que además se suele informar con campos semánticos –invasión, asalto, crisis– cuanto menos reprobables. Ídem con respecto a la 'okupación', término que se retuerce para hacer pasar por allanamientos de morada lo que no son sino impagos de arrendamientos (en tiempos de subida descontrolada de los precios del alquiler). Hay programas que parecen guionizados por Securitas Direct, que es una empresa a la que le deseo lo mejor siempre que no tengamos que comprar para ello los marcos comunicativos de la ultraderecha. Perdonadme que tome el nombre del Mar Menor en vano, pero es como verter nitratos en una sopa verde. Tenemos que cambiar esto. Por el bien de nuestra sociedad. O por el de Feijóo, al menos.

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Tampoco es que nuestros políticos estén en su mejor momento. El miércoles oí a Pedro Sánchez que Putin es el único culpable de la inflación. Abascal respondía culpando al Gobierno y convocando una manifestación inminente para tratar de liderar la indignación. Por lo que sea, ambos olvidaron mencionar los abusos de las grandes empresas de alimentación, la especulación a que nos someten las eléctricas o la excesiva dependencia de los hidrocarburos: la política española tiende a saltar antes las líneas rojas de los derechos humanos que las de la ley del mercado. Pero obviar los problemas no los resuelve, y solo sirve para que el descontento invente otros culpables. Ya que no podemos evitar el sufrimiento, impidamos que lo abandere la ultraderecha. Y no se trata de repetir como un loro hasta las elecciones «que viene Vox» como si fuéramos un anuncio de alarmas, sino de defender de verdad las condiciones de vida de nuestra gente. Nos va el futuro en ello. Y el país.

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