Elogio y refutación del patinete

Alguien tendrá que indicarles por dónde diablos han de circular para que se avengan a camino

Viernes, 10 de enero 2020, 01:50

Nadie podía sospechar que el patinete, el patinete eléctrico, se habría de convertir, casi de la noche a la mañana, en el rey del mambo, en un vehículo tan utilizado, en una especie de mosca cojonera con el que los conductores de los vehículos a motor, los ciclistas y viandantes nos cruzamos por todas partes: por las calles, por las avenidas, por las aceras, por los carriles bici, por los parques y jardines, por el patio de nuestra casa, que es particular... Una verdadera plaga que, sin embargo, a la chita callando, está solucionando el gravísimo problema del tráfico en ciudades -Murcia la que más- altamente contaminadas en donde en vez de olerse a azahar como antaño, nos llega hasta nuestras napias un olor a chamusquina, al humo rancio de los motores.

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El vacío legal, aún existente en la mayor parte de las ciudades españolas, está propiciando que el patinete eléctrico, que llega a alcanzar velocidades más que respetables, campe a sus anchas. ¿Por dónde tienen que circular? ¿Cuál es su hábitat natural, su zona de movimiento? No están considerados como vehículos a motor, por lo que no llevan matrícula, no tienen seguro ni responsabilidad civil alguna, y ni siquiera existe, excepto en lugares muy concretos, como Madrid, Valencia o Barcelona, restricción de edad, con lo que es posible encontrarse a bordo, en unos escasos centímetros cuadrados, a un abuelo o a un avispado rapaz que no levanta un palmo del suelo. O a ambos a la vez, más un tercer acompañante, como si se tratara del antiguo Seat 600, en donde, aunque con calzador, entraba toda una familia numerosa y, después, cuando el personal había sentado sus reales, había que colocar como fuera a la sufrida abuela.

Antaño, con las bicicletas sucedía otro tanto; de modo que no tiene nada de original hacer del patinete una especie de improvisado autobús escolar. Aún recuerdo -a partir de los 40 uno siente nostalgia hasta de lo malo- cuando los de mi pueblo iban al cine de Los Garres por el camino de Tiñosa. Casi media hora dándole a los pedales para ver una película del oeste mientras comíamos pipas como loros del Amazonas. En cierta ocasión, yo mismo fui testigo de cómo pudimos colocarnos cinco zagalones en una sola bicicleta. El conductor era el más forzudo, pero en las cuestas, que había unas cuantas, todo el mundo ponía pie en tierra y aguardaba hasta pasar el rubicón y volver de nuevo a acomodarse (lo de 'acomodarse' es un decir) en lugar tan exiguo. En cierta ocasión, al dar una de las primeras curvas, a la altura de la vía del tren, apareció, de golpe, una mano más grande que un pan, y nos dio el alto. Era un guardia civil que no terminaba de creerse el espectáculo de contemplar a cinco mindangos haciendo equilibrios sobre dos ruedas, como si estuvieran examinándose para entrar en el circo Price. Nos lanzamos todos al suelo. Pero con tan mala suerte que más de la mitad fuimos a parar a una acequia cercana que iba de bote en bote. Al de la Benemérita, que era un bendito del cielo, también le tocó aquella tarde practicar natación y socorrismo por el mismo sueldo.

Hace unos días, un conocido doctor en Medicina al que sigo por las redes sociales, alertaba de la cantidad de personas que a diario son atendidas en urgencias a causa de los accidentes provocados por los patinetes eléctricos. O se pegan la piña ellos solos, contra un árbol, contra una farola, contra una esquina, por un descuido, o embisten, como un toro de lidia, contra los viandantes, que no los ven venir por ser vehículos silenciosos a los que solo adviertes cuando no hay remedio, cuando ya estás recogiendo los dientes del suelo.

No contaminan, desatascan el tráfico de la ciudad, no hacen ruido, se aparcan en cualquier sitio, te lo llevas, incluso, a tu lugar de trabajo recogido bajo el brazo. Pero alguien tendrá que indicarles por dónde diablos han de circular para que se avengan a camino.

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