Las palabras del secretario general de la ONU, António Guterres, asegurando que la hambruna en Gaza «no es solo una crisis humanitaria», sino «una crisis ... moral que desafía la conciencia mundial» resulta certera en su descripción ética del insufrible castigo que está infligiendo Israel a la ya masacrada población palestina de la Franja.
Pero quizá lo que más duele de esa solemne declaración es cómo late en ella la frustrante impotencia de una comunidad internacional dividida sobre cómo afrontar el cambio de paradigma que el Gobierno de Benjamín Netanyahu está induciendo en Oriente Próximo, por la vía de la represión atroz de la brutal matanza perpetrada por Hamás el 7 de octubre de 2023.
La impotencia de todos aquellos países y sus ciudadanías que no pueden soportar la contemplación diaria de cómo niños y niñas famélicos se asoman a una muerte segura porque Netanyahu ha decidido dejarlos sin comer. Matar de hambre es una terrorífica arma de guerra que debe ser desactivada con los recursos de presión diplomática que sean precisos. Incluida sobre una sociedad israelí que tiene que sentirse interpelada porque la inhumana agonía de Gaza se está cometiendo en su nombre.
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