Dimitir no es un nombre ruso

APUNTES DESDE LA BASTILLA ·

Sí, se queda corto Sánchez queriendo imputar el espíritu legislativo solamente a Montero, cuando la aprobó el Consejo de Ministros al completo

Domingo, 12 de febrero 2023, 08:37

Leí por primera vez 'Dimitir no es un nombre ruso' en un cartel en la Puerta del Sol, en los prehistóricos tiempos del 15-M. ... El mantra se fue repitiendo hasta convertirse en el lema de una generación, en el sarcástico eslogan del movimiento. En España no dimitía ni dios. La política se había convertido en la cueva de Alí Babá y nuestros dirigentes se agarraban a sus sueldos públicos como el náufrago gongorino al leño en alta mar. De las cenizas de los indignados nació una nueva forma de hacer política, de ser ciudadanos en una democracia. Eso nos dijeron. Una década después, dimitir sigue sin ser un nombre ruso.

Publicidad

No habla ruso Irene Montero, la artífice pirotécnica de la peor ley que se ha aprobado en nuestra cuarentona democracia. Camino de los 500 violadores beneficiados, aún mantiene la ministra su dialéctica bélica, culpando a jueces machistas (cuando la mayoría del gremio ya son mujeres), a las derechas y al horóscopo de que el funcionamiento de su ley esté en entredicho. El peso de la realidad agujerea hasta los suelos más enmoquetados. Hoy se clarifica lo que muchos ya afirmaban desde el momento en el que Pablo Iglesias impuso su cuota: que Montero no está capacitada para ejercer un cargo de primer nivel en la política, que su falta de humildad y sus excedentes de sectarismo han convertido la ley estrella de su mandato en un trampolín para que violadores festejen su advenimiento. La ministra que más dice representar los derechos de las mujeres ha supuesto un retroceso sin precedentes en esta lucha justa y tantas veces desatendida. Y muchos de los que ayer empuñaban la pancarta de 'Dimitir no es un nombre ruso' hoy abrazan la causa suicida de Montero. Son los ilustres de las plazas, Alberto Garzón, Íñigo Errejón y Yolanda Díaz, apagados en un bochornoso silencio.

Tampoco habla ruso Pedro Sánchez, que pretende salvarnos de una ley que él mismo se encargó de cimentar. El 23 de noviembre, unos días después de que entrara en vigor la ley, se refería a ella en estos términos: «Esta ley es una gran conquista del movimiento feminista. La hoja de servicios de este Gobierno está fuera de toda duda en este asunto. Es una buena ley que necesita asentarse (...) Estamos yendo en el camino correcto, me siento orgulloso de la ley, me siento confiado en el trabajo de jueces y fiscales». Menos de cuatro meses después, la otra cara del Jano que nos gobierna argumenta que la ley «ha tenido efectos indeseados en su aplicación. Y me quedo corto». Sí, se queda corto Sánchez queriendo imputar el espíritu legislativo solamente a Montero, cuando la aprobó el Consejo de Ministros al completo.

Esta ley ha tenido varios padres, por más que ahora los responsables huyan de su paternidad. Son los mismos que desoían las llamadas de alerta de juristas, de tribunales y de expertos. Socialistas y podemitas han convertido la lucha por los derechos de la mujer en una comparsa fúnebre, en un mitin vacío de contenido pero con serios peligros para la vida cotidiana, como se demostró en la antesala de la pandemia. No se explica de otra forma la necesidad de modificar el código penal al albur de un caso mediático, como fue el de la manada, ignorando las señales de peligro.

Publicidad

Resulta descorazonador que el PSOE transija ahora cambiar la ley, la misma que hasta ayer defendía a capa y espada. Y lo hacen no por necesidad moral, para tapar la sangría de violadores favorecidos. Si fuese así, la habrían cambiado al día siguiente de su puesta en marcha. La razón es mezquina y va más allá de la torpeza, sobradamente demostrada. Se trata de puro tacticismo electoral. Sánchez no puede acarrear la pestilencia de esta ley en un año plagado de citas electorales. Para ello dejaron a Patxi López y a Andrea Fernández explicando el último truco de prestidigitación de la legislatura: volver a la ley anterior sin que lo parezca. Tomar el dictado del PP negándolo. Hablar de sentido común haciendo encuestas. El relato oficial del PSOE para limpiar la ceniza de sus hombros es culpar al antiguo ministro de Justicia de no haber previsto las consecuencias de la ley. Tal vez no se acuerden de su nombre. Se refieren a Juan Carlos Campo, hoy premiado con un sillón en el Tribunal Constitucional.

A Sánchez lo ha despertado el triste sonido de los escaños cayéndose por la demoscopia, no la pestilencia de ser recordado como el presidente bajo cuyo mandato tantos violadores salieron a la calle. Ahí tiene el líder una respuesta a cómo lo tratará la historia. Irene Montero ha cumplido con la ineficacia que le presumían antes de empezar en esto de la política. Ambos, que eran mucho de acudir a las plazas y empuñar eslóganes, preguntarán a esos asesores con cierto pudor si eso de dimitir era un nombre ruso.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis

Publicidad