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¡Más difícil todavía!

JARABE GIGESTIVO ·

«Antes de casarme tenía seis teorías sobre el modo de educar a los niños. Ahora tengo seis niños y ninguna teoría», decía John Wilmot

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Viernes, 15 de enero 2021, 01:21

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De los creadores de 'no diga que no a sus hijos para que no se frustren' o 'no les pongan deberes escolares y tareas en casa para no estresarles', este 2021 llega a nuestros hogares una nueva máxima para complicar más si cabe esto de la paternidad. Ahora resulta que preguntarles cómo se han portado o qué notas han sacado es contraproducente para su equilibrio emocional. ¿El motivo? Por lo visto, este tipo de cuestiones hacen que nos centremos solo en el comportamiento y en el rendimiento académico, olvidándonos de ellos como personas. ¡Como si olvidarnos de nuestros pequeños terremotos fuera posible!

El quid de la cuestión está en que parece que nunca lo haremos bien. Al menos bien del todo. Está claro que la perfección no existe y, visto lo visto, en materia de educación, menos aún. Cuanto antes lo aprendamos, menos disgustos nos llevaremos. Ya no nos basta con luchar contra los elementos en forma de coronavirus, clases en casa e Instagram, Fornite y 'youtubers'. Algunos gurús de la pedagogía, al parecer expertos en fomentar la mediocridad y la hiperdependencia, pretenden marcar tendencia echando más leña al fuego. Complicando lo que ya de por sí es complicado.

Por supuesto que nuestros hijos son mucho más que su comportamiento. Esa es solo una de las partes visibles del iceberg. Sus engranajes esconden muchas piezas que, aun siendo invisibles, podemos intentar descifrar gracias a la conducta. Motivaciones, expectativas, autoestima e infinidad de emociones en plena ebullición. El comportamiento es la manifestación externa de ese popurrí de elementos. Así que, aun a riesgo de que caigamos en la imperfección y que dejemos de ser padres 10, si en algún momento tentamos a la suerte y preguntamos a nuestros hijos cómo se han portado o qué tal han ido las notas, no solo no les traumatizaremos sino que nos estaremos preocupando por ayudarles a ser felices en el futuro.

Está claro que educar es tan maravilloso como difícil y sacrificado. No hay fórmulas mágicas ni claves que garanticen el éxito. «Antes de casarme tenía seis teorías sobre el modo de educar a los niños. Ahora tengo 6 niños y ninguna teoría», decía John Wilmot, escritor británico. Muchos, al ser padres, nos sentiremos identificados con esta representativa frase. No tanto por el número de hijos. Sí por la inexactitud de esta ciencia que es la paternidad. Pura alquimia. Y es que apenas nos estrenamos como padres, caemos en la cuenta de que en esto de la crianza dos más dos no tienen por qué sumar siempre cuatro.

Hace poco, Francisco Castaño, autor del libro 'La mejor versión de tu hijo', explicaba en una entrevista que antes, en tiempos de Naranjito, educar era más fácil porque la sociedad y todo lo que nos rodeaba era más sencillo. No teníamos tantas teorías, ni tanta tontería.

Recuerdo que mi casa era un claro ejemplo de esa sencillez a la que aludía Francisco Castaño en esa entrevista. Mis padres nos decían que no cuando tenían que decirlo. Hacíamos nuestras tareas cuando había que hacerlas. Y nos preguntaban qué tal nos portábamos y qué notas habíamos sacado cuando había que preguntarlo. De la misma forma que se premiaba el esfuerzo y el buen comportamiento, sabíamos qué implicaba la desidia y los malos modales. ¿Cuántos fines de semana me habré levantado a las 6 de la mañana para recoger la maleza en nuestra casa de campo? Los justos y necesarios para comprender que mi comportamiento, mi esfuerzo y mi rendimiento eran recursos valiosísimos en mi búsqueda de la felicidad. Ni más, ni menos.

Al final hay que intentar no caer en la desesperación. Tampoco tirar la toalla. Educar bien es posible. Disfrutar haciéndolo, también. Para ello, soltemos lastre. Simplifiquemos y apliquemos más el sentido común. Ese que nos dice que la gran mayoría de las veces las cosas que mejor hacemos son aquellas en las que invertimos tiempo, esfuerzo, paciencia, cariño e ilusión. Y si aun así todavía tenemos dudas sobre si preguntar o no preguntar cómo se han portado los nenicos, pensemos que a la hora de educar cómo nos portemos nosotros siempre será más importante que cómo se porten ellos.

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