El descontrol de la inflación
Debido a esta y a la subida de tipos, los analistas prevén un cuarto trimestre de nulo crecimiento. Cuanto más tardemos en hacer ajustes, más severa será la corrección
EEn 2008, el Banco Central Europeo enfrentó la crisis financiera, que luego derivaría en crisis económica y social, con medidas de ajuste severo, aplicando una ... política monetaria restrictiva por un lado y, por otro, con subidas de tipo de interés. A toro pasado, hay acuerdo de que esas medidas fueron perniciosas y contribuyeron a agravar la magnitud de la crisis. Entre 2008 y 2013, el crecimiento del PIB español fue negativo.
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Aprendida aquella lección, a la hora de encarar la crisis de la pandemia, el BCE ha optado por todo lo contrario. Desde el inicio de la crisis, en febrero 2020, ha venido practicando una política monetaria más que generosa, inundando de liquidez las economías de la UE, al tiempo que aplicando unos tipos de interés nulos, incluso negativos.
Lo que en principio se veía como algo positivo, para evitar los enormes sacrificios realizados durante aquel triste sexenio, ha terminado por balancearse al otro extremo del péndulo, de manera que los excesos paternalistas en las políticas llevadas a cabo por el BCE, que, en rigor, debían haber finalizado mucho antes, han provocado un cuadro inflacionista no visto desde hace casi 40 años. El episodio bélico ruso-ucraniano ha contribuido de forma notable, no solo a mantener la situación inflacionista, sino incluso a agravarla. La inflación de toda la UE cabalga ahora mismo sobre un potro desbocado.
El recorte del gasto debería comenzar por los máximos responsables de lo público
«Todo apunta a que ya hemos dejado atrás el pico de la inflación. A partir de ahora, se ralentizará, para bajar al entorno del 2% el año próximo». Esta es la declaración de la ministra de Economía, Nadia Calviño, a primeros del mes de mayo pasado. Tan solo dos meses después, comprobamos el desacertado pronóstico. Ya nadie habla de inflación coyuntural; se ha quedado a convivir con nosotros durante mucho tiempo. Tras ocho años de baja y controlada inflación, hemos pasado a presentar un dato que, al mes de junio, ya supera los dos dígitos, y hay quien pronostica que aún no hemos tocado techo.
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¿Cómo hemos llegado a esta situación? Parece evidente que tres son las principales causas: 1) La escasez de materias primas, fruto de las estancadas exportaciones desde China, donde la actividad cayó bajo mínimos, debido a la pandemia de la Covid. 2) El drástico encarecimiento de los productos energéticos, gas y petróleo, y de otros productos alimentarios, consecuencia de la guerra en el este de Europa. 3) El exceso de liquidez, motivado por la compra ilimitada, por parte del BCE, de deuda pública de países endeudados, en especial Italia y España, junto con la facilidad de crédito, propiciada por los bajos tipos de interés.
Que los efectos provocados por las causas descritas ya se han trasladado a los productos básicos, es algo que ya ha ocurrido y cuyo reflejo es el nivel de la Inflación subyacente, situada en el 5,5% al mes de junio.
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Las consecuencias de este escenario inflacionista, entre otras, son las siguientes: 1) Empobrecimiento, por la pérdida de poder adquisitivo de los ciudadanos. Cada vez son menos las familias que llegan a fin de mes, y cada vez son más los que tienen que recurrir a Cáritas; 2) El aumento de los tipos de interés causará un incremento del gasto público, en concepto de pago de intereses de la deuda pública, así como un encarecimiento de las hipotecas a tipo variable; 3) Los titulares de fondos de inversión de renta fija se ven sensiblemente perjudicados por la bajada de precios de los activos en vigor, originado por la mayor rentabilidad de las nuevas emisiones. 4) Pérdida de competitividad de nuestras empresas, por el diferencial de inflación con Europa.
El Gobierno ha adoptado diversas medidas, explicitadas en sus dos decretos anticrisis y otras anunciadas en el debate del estado de la nación, pero, hasta el momento, están resultando ineficaces para atajar la inflación, echando en falta un plan a medio plazo, con medidas de consolidación fiscal y ajuste del gasto.
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¿Pueden hacer algo más nuestros responsables políticos? La respuesta es afirmativa: 1) Podrían haber sido menos impulsivos en su decisión respecto al Sáhara, con la que hemos enojado a Argelia. La consecuencia será un mayor costo del gas y veremos si, al mayor coste, no se suman recortes en la cantidad suministrada. 2) Hacer un mejor aprovechamiento de las centrales nucleares, aumentando la producción de este tipo de energía en estos momentos de urgencia y necesidad. 3) Favorecer un gran Pacto de Rentas a varios años vista, evitando que un incremento inasumible de salarios y pensiones contribuya a la creación de una terrible espiral inflacionista. 4) Confeccionar unos Presupuestos realistas y creíbles, metiendo tijera al gasto público, y rebajando paulatinamente el elevado déficit, comenzando por disminuir el número de ministerios, asesores y empresas públicas improductivas, que las hay y en número considerable. El recorte del gasto, algo que se observa cada vez con más claridad y necesidad, debería comenzar por los máximos responsables de lo público, ofreciendo un sano ejemplo al resto de ciudadanos.
Desde 2018 hasta marzo de este año, el importe de nuestra deuda se ha incrementado en unos 250.000 millones de euros. El déficit estructural se sitúa en torno al 4%. Debido al nivel de inflación y a la subida de tipos de interés, los analistas prevén un cuarto trimestre de nulo crecimiento, incluso admiten la posibilidad de que este sea negativo. Cuanto más tardemos en acometer ajustes, más severa será la corrección que tengamos que hacer a posteriori. El horizonte que se vislumbra para 2023 no es nada halagüeño y mucho que lo sentimos.
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