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Se multiplican las noticias de que los animales salvajes han empezado, tranquilamente, a bajar a las calles vacías por el coronavirus. En otras situaciones, se han vaciado por un período importante de tiempo (veraneo) algunas grandes urbes del interior y los animales han permanecido con prudencia, por el contrario, en sus montañas. La razón de este cambio puede ser que ellos noten que el ser humano, bajo esta pandemia global, de alguna forma está perdiendo materialidad, como si nos estuviéramos disipando. Es un pensamiento desasosegante. Por lo que a los animales salvajes respecta, tal vez hemos empezado a borrar nuestra huella, a iniciar la pendiente. Lo que está claro es que todos nos sentimos rarísimos estos días.

Lo primero que sorprende en un medio natural poco acostumbrado a la especie humana es que los animales parecen extinguidos, como si no hubiesen estado nunca. Es muy decepcionante. Solo alguna huella o algún vómito provocado por purgaciones delata su presencia. Han notado que la vibración en su medio ha cambiado. Solo cuando esa vibración cesa aparecen de nuevo como por arte de magia. En estos días cuentan que hay jabalíes hozando por la parte alta de Barcelona (donde la basura es más cara y exquisita: los cerdos siempre han tenido buen paladar), multitud de seres de menor tamaño tantean el asfalto y puede que los buitres leonados castellanos describan pequeños círculos cerrados en torno a los hospitales y 'morgues' improvisadas. No es que hayan abandonado su discreción o su instinto de conservación. Tal vez nos vean como una especie en retirada, crepuscular, demasiado ocupada con morir con cierto orden como para poder amenazar su integridad.

Antes de esta situación los animales salvajes podían no advertirnos, según temporadas, por habernos ausentado de la ciudad por vacaciones, o cualquier otra migración colectiva. Sin embargo, no se aventuraban. De alguna forma notaban que no estábamos pero volveríamos. No está ocurriendo eso. Nos huelen, la vibración es aún alta, saben que estamos en los pisos, no nos hemos ido a la playa... Pero para ellos nos estamos volviendo translúcidos. En Madrid, al parecer, había una media de veinte infartos diarios, y ahora misteriosamente solo dos. Si hasta los infartos nos ignoran, no es raro que lo hagan los animales. Notan que de alguna forma ha empezado a terminarse una era de dominacion en la pirámide alimenticia. Ha ocurrido desde siempre con algunos grandes depredadores viejos y enfermos. Las que hubiesen sido sus víctimas herbívoras pasan a su lado sin temor, sin reparar en su existencia. Ya son un decorado inerte.

Puede que mañana bajemos a comprar el periódico, un cervatillo pase a nuestro lado y nos contemple sin vernos con esa mirada melancólica de los ciervos, como esos gatos que a veces parecen no contemplar a su dueño sino, detrás, a su alma que se eleva y escapa en el aire.

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