Dejémoslo en cultura de la cancela

ESPEJISMOS ·

Qué difícil no volverse un poco rancio cuando lo único que ves ante ti es el colapso ecológico

Domingo, 20 de febrero 2022, 08:38

A Sócrates, hace veinticuatro siglos, lo condenaron a muerte por fomentar la corrupción de la juventud. Unos trescientos cincuenta años después, Cicerón entonó su famoso ... lamento 'O tempora, o mores!' contra la decadencia de su sociedad y la falta de vigor de los chavales, todo el día pegados a la tabula. Con esta intro en plan Canal Historia pretendo demostrar dos cosas: la cantidad de 'boomers' que había ya en época clásica, primero, y a continuación que la ranciedad ni se crea ni se destruye, solo se transforma. También esa personica que descubrió el fuego tuvo que aguantar probablemente a un 'señoro' diciéndole yo a tu edad estaba deslomado a trabajar y después los sábados me iba al cine con veinte duros y me sobraban quince.

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Que me aspen si en 2022 nos hemos librado de todo eso. Yo diría que al revés. No pasa día sin que alguien te suelte un 'pues este libro ahora no se podría publicar', muchas veces con motivo de su reedición a bombo y platillo. Los jóvenes son, ahora, 'woke', y practican la 'cultura de la cancelación', horrendos anglicismos que vienen a decir que la juventud, al abrazar la causa feminista, LGBT o ecologista, se ha convertido en una panda de cenutrios, inquisidores con la piel demasiado fina, hedonistas incultos y activistas de sofá. Todo a la vez. Los 'millennials' y 'centennials', la generación de cristal, que pretenden imponer su fragilidad ofendida a toda la sociedad.

Como uno ya pinta canas, es normal encontrar entre estos neorrancios ofendidísimos a gente de su quinta. Reconozco que a veces me deja con la boca abierta escuchar a personas de mi edad hablar de una supuesta censura en la cultura actual. Crecimos en una 'época dorada' (las tres últimas décadas del siglo pasado) que excluía de RTVE a bandas como Kortatu, Barricada o hasta Los Chunguitos, que vendían –en formato cassette de gasolinera, eso sí– mucho más que los cursis aquellos de Danza Invisible y el resto de la movida madrileña que copaba las ondas. Es difícil creer que se hubieran publicado entonces en nuestro país libros como los de Lejla Slimani, Jonathan Littel, Cristina Morales o Anna Starobinets, por no hablar de lo infinitamente moñas, blanquitas y cepilladas que venían las series que nos teníamos que tragar, desde 'Friends' hasta 'Sensación de vivir'.

La pandilla neorrancia y sus lamentos sobre la 'cultura de la cancelación' hablan en realidad –creo– de otra cosa. Más que las nuevas formas de crear contenidos culturales, lo que detestan es el cambio en la manera de consumirlos. No añoran la creación 'libre' del pasado, sino el paisaje mental con que aceptábamos todo eso. Me voy a tener que explicar. Y voy a tener que recurrir para ello a cosas que recuerdo de cuando hice la filología, que es la carrera esa que estudias para currar en el McDonald's después. La teoría de la recepción describe la importancia del lector en el proceso que llamamos literatura. No somos meros compradores de libros, cuando leemos no somos un agente secundario, sin lectura no hay libro. Y esa lectura cambia como cambian los tiempos, porque cada sociedad se busca a sí misma en su cultura. El otro día un amigo recordaba la súbita caída en el olvido, nada más morir, de Ramón de Campoamor, a la sazón senador por Murcia, a quien en el siglo XIX se comparaba con Lope y Zorrilla y ahora pues ya me diréis. También a nuestro primer Nobel, Jacinto Benavente, le ocurrió algo parecido. De repente sus obras olían como a naftalina. De un día para otro, adiós público. Es algo natural. Creedme, llevo una librería de segunda mano y lo veo mucho.

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La diferencia, claro, entre este discreto relevo generacional de toda la vida y el de ahora reside en que, gracias a las redes sociales, puedes asistir a la descomposición de los prestigios conforme se producen. Pero de ahí a lo de acusar a la juventud degenerada de los destronamientos que no te gustan hay –debería haber– un paso. Saber un poquito de teoría de la recepción ayuda a no darlo.

El signo de nuestros tiempos parece ser la incertidumbre y el miedo, cosas que hacen subir la cotización de la nostalgia y el pasado. Qué difícil no volverse un poco rancio cuando lo único que ves ante ti es el colapso ecológico y la quiebra de la civilización petrolífera. O tempora, o mores. Pero, en serio, ¿no tiene ya bastante la zagalada con el planeta regulero que le vamos a legar como para andarle todo el día con lo que nos deslomábamos a su edad y lo de los veinte duros?

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