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Laura Liedo
Cuidar la vida

Cuidar la vida

EL FOCO ·

La fragilidad es constitutiva de todo ser vivo, y es la ayuda mutua la que posibilitará sobrevivir y, sobre todo, vivir bien

Adela Cortina

Domingo, 24 de enero 2021, 09:51

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Cuenta el mito clásico que cuando Pandora abrió la caja que su marido Epimeteo había recibido de Zeus con la prohibición de abrirla salieron todos los males pensables. A duras penas pudo cerrarla y solo quedó en ella algo, que en este caso era un bien: la esperanza.

La historia de estos últimos meses, que empezó en Wuhan hace más de un año, repite el relato de Pandora punto por punto. Algo –o alguien– abrió la caja de las desgracias y se han ido desparramando por el mundo en forma de crisis sanitaria, económica y social ante los ojos atónitos y temerosos de una humanidad desconcertada.

La situación no ha podido ser más contradictoria. Mientras algunos transhumanistas en Silicon Valley anuncian la muerte de la muerte para 2045, un humilde virus siega vidas sin contemplaciones y causa profundo sufrimiento. No parecen haberse enterado los profetas del cercano fin de la muerte de que la fragilidad es constitutiva de todos los seres vivos, también de los humanos, ni tampoco de que la cooperación y la solidaridad son los remedios más eficaces frente a los males. Que es la ayuda mutua la que posibilitará a la especie humana sobrevivir y, sobre todo, vivir bien.

Es la hora de encarnar los valores éticos, que tienen por tarea acondicionar el mundo y hacerlo habitable para todos

Por eso, sería bueno que en vez de empeñarnos en matar a la muerte, nos empleáramos a fondo en la tarea de cuidar la vida desde la política y desde la sociedad civil. La vida de las personas, que tienen dignidad y no un simple precio, y la de la naturaleza que es valiosa y también vulnerable.

A fin de cuentas, la capacidad de cuidar constituye lo más profundo de nuestro ser, como relata la bella fábula de Higino. Cierto día, Cuidado –cuenta la fábula–, al atravesar un río, encontró un trozo de barro y le dio forma, y aunque Saturno le llamó «hombre», por estar hecho de humus, de barro de la tierra, encomendó a Cuidado atenderle mientras viviera. Por eso es tan nuestro cuidarnos unos a otros, tratar de prevenir el mal y hacer frente a la enfermedad. Desde un ángulo distinto, el de las neurociencias, algunas autoras nos recuerdan que contamos con una base biológica para la ética, que es la capacidad de cuidar, en principio, a nuestros hijos y parientes, pero más allá de ellos, también a los extraños.

Claro que, como todas las capacidades, es necesario cultivarla frente a otras que le impedirían desarrollarse. Y justamente ésa es tarea de la buena educación, que han de llevar adelante las familias, las escuelas, las universidades, el mundo profesional, el político, el económico, los medios de comunicación y las redes sociales. Una tarea indispensable para no solo guardar la esperanza celosamente en un recipiente, sino desparramarla por el mundo, dando razones para confiar en ella.

Y es verdad que, junto al dolor irreparable causado por las muertes y la enfermedad, han aflorado buenas razones para la esperanza desde 2020 y conviene recordarlas para cobrar impulso, prolongándolas. Por supuesto, la entrega admirable del personal sanitario, de los empleados en trabajos esenciales, de la UME, de los investigadores, de un buen número de empresas, y, como siempre, de las familias y las organizaciones solidarias. Todos ellos apostaron por cuidar la vida día a día.

Pero también los esfuerzos de investigadores y laboratorios dieron fruto y Pfizer anunció el 9 de noviembre que su vacuna había creado anticuerpos en el 90% de los pacientes, y a ella se unirían también BioNTech y Moderna, entre otras. Si hasta entonces para prevenir los contagios seguíamos los consejos del paradigma miasmático y del higienista, por fin podíamos acogernos también a las conquistas del inmunitario, que fía en las vacunas y los antibióticos. El solo anuncio supuso una auténtica revolución en el Ibex 35, también en las bolsas mundiales, pero sobre todo infundió confianza en la ciudadanía, porque parecía vislumbrarse el final del túnel. Aunque quedaba la ardua tarea de distribuir las vacunas y de ponerlas con equidad, haciéndolas llegar a todos, la inmunidad iría reduciendo las restricciones, cobraría impulso la actividad económica, aumentaría el empleo, se reduciría la pobreza y se acabarían las largas colas para conseguir alimentos. El regreso de la vida 'presencial', que es la vida humana íntegra, no estaba a la vuelta de la esquina, pero sí en el horizonte.

Continuando con las buenas noticias, ahora desde la vertiente política, Joe Biden ganó las elecciones presidenciales de Estados Unidos el 3 de noviembre, una victoria que hizo subir las bolsas, pero sobre todo los ánimos. Es verdad que el ataque al Capitolio orquestado por Trump sembró la alarma, pero también que en tiempos de recesión democrática comprobar una vez más el vigor del Estado de Derecho y de la democracia frente a totalitarismos y autocracias está siendo un balón de oxígeno. Como también lo es presumir que con Biden será posible un multilateralismo geopolítico, frente al bilateralismo Estados Unidos-China que venía gestándose.

La Unión Europea, por su parte, apostó por la solidaridad, desbloqueando el 10 de diciembre el plan de recuperación para hacer frente a la pandemia, y más adelante acordó llevar a cabo conjuntamente el plan de vacunación, empezando simbólicamente el mismo día, el 27 de diciembre. Este refuerzo de la solidaridad interna es una forma óptima de cuidar la vida, que debe incluir una solución al problema de la inmigración, situado a la altura de la dignidad humana.

Es la hora de encarnar los valores éticos, que tienen por tarea acondicionar el mundo y hacerlo habitable para todos los seres humanos. Precisamente porque se han abierto caminos de esperanza, es necesario abrirlos para todos, pero muy especialmente para aquellos a los que la pandemia encontró más desprotegidos. Ése es el modo más eficaz de dar razones para la esperanza, que no es un bien escondido en una vasija, sino una virtud ética de primera magnitud, porque no se contenta con vislumbrar un mejor futuro, sino que se compromete en trabajar por él.

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