Me pasó la otra mañana una cosa curiosa al sacar al perro, y es que cuando llegué a casa y fui a quitarme la mascarilla, ... no llevaba: me había ido sin ella puesta. No sé si fue un ejercicio de sonambulismo o la relajación por la inminencia de la vacuna, pero así ocurrió. Y es que vivimos tiempos raros, de espera, con la vacuna a la vuelta de la esquina –en junio para los de mi franja– y ese desatascador de los fondos al que todos apelan y que llega con un nombre largo y enmalezado, como para que nadie lo entienda. Es el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, que movilizará 70.000 millones de los fondos europeos hasta 2023. A uno, que aprendió de Azorín y Hemingway que lo mejor es utilizar nombres sencillos para cosas importantes, no nombres importantes para cosas sencillas, le llama la atención esa faramalla y solo desea que, al menos, no se quede en pirotecnia verbal. En este sentido, prefiero el de ayer, 'España 2050'. Pilla como muy a trasmano y nadie se lo cree, pero al menos se entiende.
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