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Conocerse es el relámpago

En la vida pacífica de Pedro Salinas, que tenía fama de hombre tranquilo, con una familia a su cargo, con mujer e hijos, se cruzó una dama. Una mujer norteamericana llamada Katherine Whitmore

Viernes, 29 de noviembre 2019, 02:37

Todos tenemos un pasado oscuro. Algún pasaje de nuestra vida que, a toda costa, tratamos de ocultar. Pero al final, casi siempre, termina por salir a la luz. Y mucho más si se trata de un personaje público, de gente famosa, de reconocidos artistas de los que solo se atisba esa punta del iceberg que es una mínima parte del total de nuestra existencia.

Hace unos días, en una prestigiosa editorial, acostumbrada a la publicación de obras de carácter científico, ha aparecido el libro de Monserrat Escartín titulado 'Una vida de novela'. Se trata de una monografía en la que el protagonista es el escritor español Pedro Salinas, compañero de generación de García Lorca, Alberti, Guillén, Luis Cernuda y tantos otros. El autor, quizá no haría falta decirlo, de uno de los poemarios más bellos y hermosos -'La voz a ti debida'- de toda la literatura española del siglo XX. Salinas fue, además, un distinguido profesor de literatura que, como casi el resto de contemporáneos, tuvo que exiliarse tras la Guerra Civil, hasta el punto de llegar a morir en los Estados Unidos, en la ciudad de Boston, en 1951, con apenas sesenta años de edad.

En la vida pacífica de este profesor y poeta, que tenía fama de hombre tranquilo, con una familia a su cargo, con mujer e hijos, se cruzó una dama. Una mujer norteamericana llamada Katherine Whitmore. Ella es la autora de un artículo titulado 'La amada de Pedro Salinas', en donde, de una manera muy sutil, imprimiendo un cierto lirismo melancólico a su escrito, deja bien claro que la mujer a la que Salinas dirige sus poemas de 'La voz a ti debida' no es otra que ella misma, empezando por esos tres magníficos versos en los que el escritor de la Generación del 27 deja plasmado: «Yo no necesito tiempo/ para saber cómo eres;/ conocerse es el relámpago». Se refiere, pues, a ese instante en el que Salinas vio por primera vez en una de sus clases en Madrid a la joven estadounidense; a ese momento, único e irrepetible, en el que su corazón quedó atrapado entre los finos cabellos de una muchacha que no podía sospechar, de modo alguno, que su profesor la habría de convertir en su musa. Más adelante, ella misma también experimentaría un parecido sentimiento, esa rara y misteriosa presencia que es el amor, y así lo expresa: «Él había hecho girar círculos de magia a mi alrededor con su don de palabras y visión poética».

Los encuentros entre Salinas y Katherine fueron a más, hasta el punto de que el poeta no hizo demasiados esfuerzos por ocultar esta relación. A consecuencia de ello, su mujer, Margarita, intentó suicidarse, y la estudiante norteamericana se sintió culpable y tomó la determinación de desaparecer de su vida: «¿Cómo podría -escribe Whitmore- florecer el amor indefinidamente sub rosa con todos los subterfugios que implicaba, con la infelicidad inevitable, de cara a su mujer y a sus hijos, con la constante amenaza del escándalo?». La muchacha se hizo una mujer, se casó con un paisano suyo pero no pudo olvidar jamás a Pedro Salinas, al que dejó de verlo durante muchos años. Se encontró con él unos meses antes de que el autor de 'La voz a ti debida' muriera. Fue en una universidad de Northhampton, en la primavera de 1951. Salinas, que ya era un hombre famoso en el mundo de la literatura, un prestigioso profesor que era acogido con los brazos abiertos en cualquier institución del mundo, no estuvo, en esta ocasión, demasiado fino ni galante. Katherine se plantó ante él y, con arrojo, le dijo: «¿No entiendes por qué tuvo que ser así?». A lo que Salinas, al que quizá le corroía la enfermedad por dentro, ya al borde del abismo, orgulloso y petulante, le replicó: «No, la verdad es que no. Otra mujer, en tu lugar, se habría considerado muy afortunada».

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