Come, bebe y sé feliz
JARABE GIGESTIVO ·
Hoy en día, aun contando con tanto móvil y tecnología, somos más infelices que nunca. O eso creemosNo fundó una Academia. Tampoco el Liceo. Epicuro, mucho más austero, tenía su propio jardín. Allí, en su comuna particular, convivía con otras personas, todas ... bajo el mismo estatus y dedicadas en cuerpo y alma al cultivo del huerto, a las tertulias filosóficas y a la búsqueda de la felicidad a través de aquellos deseos que podían controlar.
Cuentan las malas lenguas que el rey al oír el lema del Jardín de Epicuro, 'come, bebe y sé feliz', se imaginó innumerables lujos y decidió ir a visitarlo. Una vez llegó a su destino, su sorpresa fue mayúscula. Tan solo halló sencillez y felicidad. ¿Cómo podían parecer alegres con tan poco? ¿Cómo podían sentirse tan llenos sin nada? Al final de la visita, tras servir pan, algo de leche y fruta, bailaron, rieron y dieron gracias por la vida. El rey no quiso marcharse sin antes preguntar el significado del lema que tanto le había desconcertado. Fue entonces cuando Epicuro le explicó que la verdadera felicidad se escondía en la sencillez y en la simplicidad. «Cuanto más compleja es nuestra vida, mayor es nuestro sufrimiento». Antes de despedirse, el rey quiso hacerle un regalo. «¿Qué os gustaría tener para vuestro jardín?». Y tras pensarlo, Epicuro contestó que realmente no necesitaban nada pero que, si insistía, un poco de sal y mantequilla estarían bien.
Y si nos preguntasen a nosotros. ¿Qué nos gustaría tener para nuestro jardín? ¿Para nuestra vida? ¿Dinero? ¿Un apartamento en la playa? ¿Un deportivo de lujo? ¿La vuelta al mundo? ¿Qué nos haría felices?
Desde niños estamos condicionados para comprar, querer, acumular y necesitar
Si algo tienen en común los Epicuros, Platones y Aristóteles de la historia de la humanidad con nosotros, los Javieres, Manolos y Fuensanticas del siglo XXI, es que todos tenemos claro que queremos ser felices. Sin escatimar. Cuanto más, mejor. Por eso, generación tras generación, definir y descubrir los engranajes de la felicidad ha sido siempre uno de los grandes objetos de estudio de la ciencia. Una quimera para algunos, un estado mental para otros, un viaje o un destino, hasta algo desconocido para muchos.
Paradójicamente, parece que hoy en día, aun estando armados con mil y una teorías sobre la felicidad, aun equipados con roombas que nos barren la casa, thermomixes que nos cocinan y váteres que nos asean con música de fondo, aun contando con tanto móvil y tanta tecnología, somos más infelices que nunca. O al menos eso creemos.
Desde niños estamos condicionados para comprar, querer, acumular y necesitar. Cuanto más, mejor. También aprendemos rápido a compararnos continuamente. Antes, si lo hacíamos, era con aquel vecino o ese compañero parecido a nosotros. Más en 'petit comité' que otra cosa. Ahora, durante más de cuatro horas al día, nos esforzamos por pescar 'likes' y 'followers' comparándonos con esa falsa perfección que nos venden en Instagrams, TikToks y demás redes sociales de moda. Como si nuestra felicidad, más que de nosotros mismos, dependiera de los demás. Mientras tanto, nuestra salud mental se va resquebrajando y suspendemos en felicidad.
Si queremos revertir la situación, si pretendemos recuperar con nota, no nos queda otra que resetear. Cambiar el chip. Reivindicar esa simpleza que aunque, como decía Murakami, puede ser difícil de ver, está ahí para permitirnos valorar y disfrutar mucho más de esos pequeños placeres que pasan por nuestras vidas casi sin enterarnos. Un café sin prisas. Tener un rato por la tarde para poder hacer lo que quiera. Compartir una buen rato de risas. O, simplemente, poder ir al baño 5 minutos seguidos sin oír un «Papi, dónde estás».
Así que si son de los que contestarían dinero, un apartamento, esa vuelta al mundo o un deportivo, no se preocupen. La ciencia dice que si queremos ser felices, podemos tener grandes anhelos pero siempre que pongamos mucho más nuestro foco en esos pequeños placeres que nos regala la vida. A partir de esas pequeñas gratificaciones cotidianas podremos construir otras mucho mayores, y no al revés. A fin de cuentas, les tendremos que volver a dar la razón a los suecos con eso de que «no es más rico quien más tiene sino quien menos necesita».
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