Colegios mayores
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
En ningún suceso anterior la Fiscalía investigó por delitos de odio. Cuán diferente es la reacción cuando el lado malo de la historia lo protagonizan los 'Cayetanos'Hoy escribo sobre un terreno resbaladizo, pero no me importa caerme. Pasé un año en el Colegio Mayor Cardenal Cisneros de Granada. No sé si ... eso me convierte en un 'Cayetano'. Fui sin voluntad, como las reses al matadero. Recuerdo el primer día, la despedida de mis padres en la puerta de cristales, impulsado por una especie de inercia genética. Mi hermano estaba allí. Era su quinto año. Mi padre, en la nebulosa de las décadas, también había sido colegial un par de años, en un tiempo en el que luchar por la democracia tenía sentido, porque Franco acababa de morir y su cadáver aún apestaba. Lo mío, definitivamente, fue estirpe de Cayetanos. Con el paso de los meses, no encontré ese lugar inhóspito que creí reconocer al principio, sino cientos de compañeros de toda ideología posible. Los había conservadores y progresistas. Radicales y moderados. Tibios y exaltados. De todo había en esos pasillos alargados en donde en cada habitación descubría un cosmos, con sus defectos y virtudes.
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El Cisneros me enseñó una forma de estar en el mundo. El contacto con los compañeros me obligó a escuchar, la mayoría de las veces, opiniones con las que no estaba de acuerdo. Tan diferentes a las mías que yo pensaba irreconciliables. Al final de la conversación siempre descubría una postura menos irreconciliable, el otro lado de la vida, la otra ladera de la ideología. Y así fuimos creciendo todos. Hubo novatadas. Cánticos, que yo mismo entoné, de los que no me siento orgulloso. Pero también personas que aún hoy me acompañan en mis pensamientos, en los que me apoyo diariamente. Amigos que hoy son piedras angulares en mi vida, vivan en Madrid, en París o en Bogotá. Otros, sin embargo, se han perdido para siempre en esa catarata de nombres, felizmente olvidados. Estos últimos me enseñaron algo esencial: no seguir su ejemplo, no ser como ellos.
Las imágenes de los colegiales en Madrid cantando letras machistas son aciagas, sobre todo para los que hemos vivido en un colegio mayor. Me cuesta trabajo ponerme delante de este artículo y quitar hierro al asunto. Sé que invocar el contexto es una batalla perdida. Pero aun así lo haré, porque detrás de esos cánticos hay una tradición absurda y brutal, por supuesto, pero que como todas las tradiciones, se basa en la repetición, y no demasiado en la razón. Cómo explicar a los lectores que eso no es un colegio mayor, que no se puede sintetizar la vida de cien personas por un cántico atroz, que el individuo, cuando se esconde tras la masa, se convierte en una turba, a derechas, pero también a izquierdas.
A estas alturas, intentar rebajar la condena social de los chicos es imposible. Abonar una tierra muerta. Pero caminamos sobre cadáveres ideológicos en los últimos tiempos. No es casual que estos vídeos salgan a la luz en este momento. No es fruto del azar que se relacione al colegio mayor de Madrid con toda la derecha, como emanación de un mismo mal, y que se asocien sus cánticos con el devenir de España en las siguientes elecciones. Ha sido medido demoscópicamente hasta el más mínimo detalle. También la procesión de medios a las puertas de la residencia femenina, esperando encontrar mártires de la hombría desmedida, chicas despavoridas que en lágrimas confesaran un calvario. Pero no han encontrado eso, sino mujeres –las estudiantes, las únicas afectadas– que han pedido mesura, que han recordado que todo esto es una broma (aciaga), y que han recordado que sin el maldito contexto unos chicos sobreexcitados parecen monstruos. Pero no lo son.
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Caemos de nuevo en este puritanismo selectivo con el que se rige la vida política y social de España. Esa doble vara de medir por la que pueblos del País Vasco y Navarra reciben a asesinos de ETA como héroes, con fuegos artificiales y niños recitando poesías. Este país que permite que se señale y persiga a alumnos de Primaria por querer hablar en castellano. Esta gran nación en cuyas universidades se permitió que colgase el rostro de Stalin, con sus millones de muertos escondidos en el bigote, en la Facultad de Políticas en Granada (estos ojos lo vieron), o que se reventase un acto con insultos y violencia cuando Rosa Díez iba a dar una conferencia. Profesores que destilan su radicalismo de Che Guevara y guitarra, inclinado siempre hacia el mismo lado. Muchos de ellos (y de ellas) hoy ocupan los principales puestos del país, con una ascensión meteórica que ponen en entredicho la meritocracia y el propio feminismo.
En ningún suceso anterior la Fiscalía tuvo a bien investigar por delitos de odio. Cuán diferente es la reacción cuando el lado malo de la historia lo protagonizan los 'Cayetanos'. Hoy se pide la expulsión de estos estudiantes del campus, en un juicio popular con el que tan a gusto se siente este Gobierno, que no duda en asaltar las redes sociales para exhibir su dotes de nuevo Savonarola. Pasaremos hambre, pero que no falte el espectáculo.
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