Més que un club
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
De Unicef a Qatar el camino es largo, salvo para el club de Barcelona, que recorrió el trayecto en una alfombra persa, sin pisar cristales rotos ni ascuas ardientesAlgo huele a podrido en Les Corts. El olor desciende por las grandes avenidas que desembocan en el Mediterráneo. Toma la Diagonal y se apodera ... de los centros de poder catalanistas. Va mucho más lejos de la pelota y del césped. Es la fragancia de un animal muerto, de la mentira como sistema decimal para contar éxitos. El aroma que desprende la moral en descomposición. El rito por el cual, durante décadas, en esta parte de Barcelona un equipo se creía con derecho a pervertir las normas, con el consentimiento de toda una sociedad: políticos, periodistas y aficionados de andar por casa. Nos dijeron que la gente de bien tenía que parecerse al Barcelona, el equipo dominico que imponía a los demás las pautas de comportamiento. Pero debajo del sayo se escondía el rosario de pecados. La vanidad del mundo moderno. La podredumbre de una institución que no han dejado caer porque todos son partícipes del olor.
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La mariposa blaugrana ha metamorfoseado sus alas doradas en pesquisas judiciales. No es poco el cambio en tan solo veinte años. Hemos pasado de la filosofía de vida al manual penitenciario. Me crié futbolísticamente leyendo artículos de opinión que intentaban convencerme de los efectos milagrosos y benignos de un equipo de fútbol cuyos futbolistas no solamente eran buenos, sino también excelentes personas. El Barcelona ganaba en el terreno de juego, pero también vencía en el plano moral. Luchaba contra las injusticias del mundo. Un Quijote blaugrana que embestía por aquí y por allá. Un equipo comprometido con los derechos humanos, con los valores del deporte. Más que un club, aquello parecía una estación de penitencia. Una religión de samaritanos a los que se les daba bien marcar goles. Luchar contra esta idea hegemónica suponía romper las reglas de la razón y la virtud.
Ahora algunos despiertan del sueño de una noche de verano hacia un invierno nuclear. De Unicef a Qatar el camino es largo, salvo para el club de Barcelona, que recorrió el trayecto en una alfombra persa, sin pisar cristales rotos ni ascuas ardientes. Así es el Barça, un club que no cabalga contradicciones porque la política y sociedad catalana se encargaron de esconder sus miserias. Recuerdo los programas especiales que se hicieron sobre el palco del Bernabéu, el paradigma de la corrupción, según sesudos periodistas. Incluso en el Congreso, que no queda exento de ninguno de los males que nos azotan, se habla de la Casa Blanca como símbolo de lo perverso de este país. Pocos han sido los que han señalado hacia el Camp Nou como espacio sin ley y quebranto de la moral. Y motivos ha habido muchos para señalar la geografía de la indecencia.
La causa de esta protección no es otra que la superioridad moral que desprenden las instituciones catalanas con respecto al resto del país. El Barcelona siempre ha tenido buena prensa porque contraprograma a Madrid, símbolo de España. El Barça es la resistencia a la centralización, a los desfalcos de los Austrias y la sinvergonzonería de los Borbones, como si por las Ramblas no hubiese ferias de vanidades. Claro que las hay. Esa actitud vital de culpar a Madrid hasta del aire que se respira y de los maletines que se cruzan es un relato que muchos han comprado. Tanto que ha impregnado la política. No se explica de otra forma el silencio bochornoso del ministro Iceta, otro malabarista de las factoría PSC. Ni que un exvicepresidente del Barcelona haya sido el encargado de redactar la nueva ley del deporte. Esa misma ley de la que el club puede beneficiarse ante la compra del estamento arbitral.
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Porque el Barcelona es un club-Estado. No es propiedad de un jeque, pero sí de una comunidad autónoma con ínfulas. El tiqui-taca judicial de estos últimos años ha salpicado hasta los cimientos de una sociedad corrupta como pocas. Han desfilado por los juzgados los últimos cuatro presidentes. Se ha sospechado de la compra de un hígado para salvar la vida de Abidal, se ha estafado a Hacienda (que seguimos siendo todos) en el fichaje de Neymar, se ha pagado a periodistas para hacer publicidad beneficiosa y se ha dopado económicamente al club con palancas que han sido vendidas como ingeniería financiera. Por no hablar de contratos fraudulentos o de jugadores emblema, como Piqué, cuyos negocios pervertían la naturaleza misma de la competición.
Esta es la filosofía de vida que anunciaron desde Cataluña, y que corrió paralela al 'procés'. Es la impunidad lo que queda de aquella fiesta indepe que pagamos todos. Hoy nadie sabe nada. Los políticos han sido indultados. Sus delitos económicos perdonados al rebajar la malversación y el equipo de fútbol que apoyó la bacanal secesionista quedará impune de haber pervertido las reglas del juego. Fútbol y política, separados al nacer. Es cierto eso de que el Barcelona es més que un club.
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