Pues se ha quedado buena mañana para hacerse, y tal vez responderse, una pregunta rollo: ¿quién mueve el país? O incluso, ¿quién mueve el planeta? ... Pista: Elon Musk no es. Ni el Rey emérito. Ni esos comisionistas con apellidos llamativos y pulseritas rojigualdas. Ni los veinte españoles más ricos, subidos como el Tío Gilito en una montaña de riqueza que iguala a la de los catorce millones más pobres. ¿Ya? Muy bien, toma tu gallifante: el país y el planeta lo mueve la gente trabajadora. La que curra, la que cuida, la que migra, la que no llega. La que da la batalla y no recibe ni una medalla, como cantaba Carlos Cano. Esa gente chunga, esa morralla. Con sus manos, con sus neuronas, con sus dolores y con su corazón.
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¿He dicho 'Tío Gilito'? ¿'Gallifante'? ¿'Carlos Cano'? Yo estoy ya para el autobús del Imserso, ¿que no? Peor aún: he dicho 'gente trabajadora', que es un término a punto de que lo quiten del diccionario. Ir a la 'mani' del 1 de Mayo como quien va a ver obras. Lo confirma una de las últimas macroencuestas del CIS: solo el 16% de los españoles se autoidentifican como clase trabajadora, un porcentaje que no para de decrecer y que –por hacernos una idea– era del 50% en 2001. Nuestra concepción del trabajo está en crisis, como el vínculo colectivo que nos unía a nuestros compañeros de ídem. El exceso en nuestra sociedad del individualismo, la competitividad y el materialismo que conforman el modelo aspiracional son algunas de las causas; también la segmentación del mercado laboral: un funcionario tiene intereses distintos a los de un 'rider', aunque tal vez no tan distintos como para considerarse tan rápido de una clase diferente.
Paradójicamente, o puede que no del todo, la crisis de la identidad trabajadora ha coincidido con la multiplicación de personajes que dicen representar al pueblo, que es una cosa que tú te crees que significa lo mismo pero no. La confusión ayuda. Están los llamados 'neorrancios': elementos que se dicen de izquierda pero miran fascinados los éxitos del nacionalpopulismo y se pasan la mitad del tiempo culpando a los partidos progresistas tradicionales de haber perdido el favor del pueblo. En la otra mitad se dedican a retirar carnets de 'pueblo': si vives en una ciudad, si eres feminista, o ecologista, si lees libros, si comes aguacates, si tienes Netflix, si eres LGTB, antirracista o vegetariano, si no quieres tener hijos, si te cansa el reguetón, si usas Tinder, si trabajas con un ordenador, si hablas catalán, gallego o euskera tú no eres pueblo, tú eres un desclasado, un postmoderno, un traidor a la clase obrera. En la clase obrera, ay, solo quedan cuatro personas, y las cuatro se llaman Paco, son torneros fresadores y del Real Madrid.
También están quienes te llaman al timbre cual comercial de telefonía y tratan de venderte que la solución a tus problemas de clase trabajadora consiste en bajar impuestos, porque los impuestos son un robo que te hace el Gobierno. Hace unos años no venían por estos barrios, pero se ve que la necesidad apremia. Son los mismos que luego le ponen –con el dinero de los impuestos que gestionan sus gobiernos regionales– chiringuitos de a 75.000 euros anuales a gente como Toni Cantó u Ortega Cano (por no hablar de nuestros consejeros tránsfugas), pero no nos desviemos.
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Y luego están, siguen ahí, porque nunca se fueron, los de la bandera. Los que bajan a la calle a mediodía y no ven gente rica ni gente trabajadora, solo españoles que madrugan y morenos con paguita. Como decía el abuelo del gran Jorge Dioni López: cuando veas que sacan la bandera, échate mano a la cartera.
Con el griterío de tanto representante sobrevenido, a veces no oímos ya ni qué está pidiendo la gente trabajadora, si que le dejen leer el 'Marca' tranquilos o invadir Perejil. Pero se ha quedado buena mañana para poner la oreja. Y sí se entiende algo. Queremos mejores condiciones laborales, claro, porque la vida es algo más que el tajo. Las pensiones merecidas. Servicios públicos dignos. Una sociedad y unos barrios seguros y sin odio donde poder convivir con toda nuestra diversidad, que es nuestra riqueza. Acceso a la cultura, porque no somos unidades de producción y consumo. Agua potable y aire respirable, tanto en la urba como en el polígono. Un medio ambiente vivo, porque, por poner un ejemplo, no podemos (ni queremos) irnos en avión a pasar las vacaciones a otra costa, tras ver destruida la nuestra. Todo eso queremos. Y no pedimos que nadie nos lo regale. Ya nos lo construimos nosotros, a poco que nos dejen, como todo lo demás. Así que ponte a currar tú también, representante.
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