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¡Clamor!

TIRANDO A DAR ·

Que quienes sabían lo que estaba pasando durante años hayan mirado para otro lado, eso sí que es una cornada de narices

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Sábado, 19 de septiembre 2020, 01:07

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¡Era un clamor! Leo en la prensa, en un magnífico artículo de mi amigo Ricardo Fernández, que los abusos a menores en la Escuela Taurina de Murcia eran un clamor. Y me quedo estupefacta y llena de asco al constatar que, aun siendo un clamor, nadie, salvo el pediatra José Luis Valdés, hiciera algo para detener ese clamor, esa locura infame que sufrían tanto chavales como chavalas, porque el sinvergüenza del acosador le daba por igual a pelo y a lana, cosa, por otra parte, que a nadie le importa lo que haga con su vida sexual, a no ser, como en el caso que nos ocupa, que se trate de menores y abusando de ellos.

Y me quedo más atónita todavía al enterarme de que ese intento de denuncia, por parte del doctor Valdés, ocurriera hace ya la friolera de cinco años. Y que, desgraciadamente, quedara solo en eso, en intento. Imagino su impotencia al comprobar que el corporativismo del mundo de los cuernos ante los desmanes de «ese hijo de puta», como muy bien lo definió Valdés, pesara más que la justicia y los sufrimientos que estuvieran soportando las víctimas. Falta de pruebas. Todo quedó en falta de pruebas. No había suficientes valientes que alzaran la voz. No había padres que animaran a sus hijos a denunciar, ni que tuvieran los tegumentos de cortarle la coleta al susodicho. Y no refiero a la de la cabeza. No había aprendices de torero que le pusieran el estoque en el galillo al 'jotaemeo'; me río yo de las abreviaturas de los nombres o las caras biseladas de los canallas para que 'la masa' no los identifique y se tome por su mano una justicia que la justicia no ejecutó.

Pero donde ya se me caen todos los palos del sombraje es en las declaraciones del director artístico de la cosa, D. Pepín Liria, que no tenía ni puta idea, según dice él, de lo que estaba ocurriendo, de lo que todos decían, de lo único de lo que se hablaba en los corrillos taurinos. Pues mi enhorabuena por vivir en la inopia y la mayor de mis repulsas por demostrar su incompetencia en un caso tan sangrante.

Por otra parte, viendo el currículo del... ¿señor? este, que «no llegó a debutar con picadores» y que solo es un novillero, sorprende, como poco, que estuviera de 'profesor' en la Escuela Taurina de Murcia. Claro, que eso ocurrió a partir de que 'el maestro' (con perdón a los maestros) Liria asumiera la dirección de la misma. De esa forma puede comprenderse que no se diera cuenta de nada.

Entiendo que cuando hayan leído el paréntesis donde especifico el 'perdón' a los maestros, algunos o muchos de ustedes hayan dado un respingo en el asiento, sobre todo si son aficionados a la fiesta del toreo. Pero, personalmente, creo que la tarea de un 'maestro' es inmensamente más grande, más responsable, más vital, más esperanzadora que la de enseñar a torturar hasta la muerte a un ser vivo. ¿Que es nuestra Fiesta Nacional? También era la fiesta nacional de los romanos ver cómo los leones se comían a los cristianos en el circo. Y la de algún pueblo primitivo inmolar a sus hijos ante un tótem. ¿Y qué hacemos...? ¿seguimos construyendo coliseos y en lugar de tener a los leones libres en África nos los traemos para que se manduquen a los cristianos? Sí, ya sé que más de uno me diría que sí, pero por suerte hay otros muchos civilizados que entienden que no puede haber fiesta cuando se lanza una cabra desde un campanario. Que por mucha tradición que haya, no es de justicia lancear a un toro noble y bravo hasta que caiga muerto. Que no. Que cualquier atisbo de sufrimiento de cualesquiera seres sintientes nunca puede ser festivo a no ser que se tenga anestesiado el corazón. Porque cuando estudiábamos qué era el 'hombre' decíamos que era un animal racional, ¡un animal! Tanto, y a veces más, que esos otros que se torturan y se matan.

Así que si entendemos que ya una escuela para aprender a matar con arte es 'per se' un lugar poco recomendable y le añadimos, además, a tipos menos recomendables todavía, el resultado solo puede ser el que ha sido. Podría 'justificarse' que los jóvenes hayan callado por vergüenza, por no ver rotos sus sueños, por la ilusión de los trajes de luces, que son los que menos luces tienen; pero que quienes sabían lo que estaba pasando durante años hayan estado mirando para otro lado, eso sí que es una cornada de narices, y de tres trayectorias, en la femoral de nuestra sociedad.

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