Normalidad
Esta semana que empieza, empieza también el otoño, aunque no lo parezca
Ya hemos vuelto (casi) todos de vacaciones. Aún quedan, de manera testimonial, quienes han preferido dejarlas para un tiempo en el que haya menos agobio, ... menos colas en los súper, menos tráfico, menos gente en la playa. O quienes, por jubilación, están en una eterna vacación. El caso es que las ciudades se han vuelto a llenar de humos y ruidos, de niños yendo al cole, de gente comprando en tiendas, de imposibles aparcamientos para los repartidores... Es momento de recurrir a los tópicos vecinales de cómo estás, bien, ¿y vosotros?, bien también, qué verano de calor, ¿no?, uy sí, sofocante, no sé cómo lo habrán podido resistir en la capital, pero de salud bien, ¿no?, sí, claro, que no falte, gracias a Dios todos estamos bien... Quien más y quien menos ha interpretado alguno de estos diálogos. Decimos, con este panorama, que hemos vuelto a la normalidad.
Dejamos atrás todo lo que supone estar de vacaciones, este año, bien es cierto, con algunos puntos destacables que han roto la monotonía de la compra diaria, el baño, el aperitivo, la comida sin camiseta, la bendita siesta, la enésima ducha para paliar la humedad que hace pegajosos los cuerpos, el paseo vespertino cuando corre una ligera brisa, las cenas con prolongadas tertulias evitando los lamentables programas de televisión veraniegos, dormir con el ventilador... Todo eso se ha acabado, aunque nos queden algunos recuerdos imborrables como el gol de Olga Carmona en la final del Campeonato del Mundo de fútbol femenino, el incendio de Tenerife, los partidos de Alcaraz a las tantas de la madrugada y, por supuesto, la matraca de Rubiales. Por consiguiente, diríamos que un verano como todos los veranos, con sus cosas tontas y sus cosas más tontas aún.
Pero ya lo hemos dejado atrás. Esta semana que empieza, empieza también el otoño, aunque no lo parezca: lo digo por este calor del demonio que no nos va a dejar hasta Navidad. El verano será un recuerdo porque, pasados los días, todos esos acontecimientos a los que tanta importancia les dimos ayer, hoy no son más que eso, recuerdo. ¡Hemos vuelto a la normalidad! Pero, ¿a qué normalidad? ¿A la de las trifulcas diarias entre partidos en los nuevos municipios que, pasada la tregua vacacional, no paran de echarse a la cara esto lo empecé yo, esto lo terminamos nosotros, esto lo cambio porque sí, esto no lo cambio porque no, somos los mejores, sois los peores, te tienes que gastar la ayuda de Europa porque, si no, te vamos a sacar los colores, etc? O acaso la normalidad regional, con un presidente que donde dijo digo, dice diego, ante la sorpresa de todos los ingenuos que alabábamos su tenacidad de no dejar entrar en su gobierno a esos otros, para finalmente hacer lo de la Guardiola, enfundarse sus principios porque resulta que tenía otros.
A lo mejor la normalidad está en el forcejeo por el Gobierno de la nación, con un candidato al que no le cuadran los números, que estaría mucho más bonico si no diera explicaciones de nada, y aceptara que sus compañeros de baile le producen más problemas que beneficios. Aunque quizás la normalidad está en el otro bando, con un encaje de bolillos que parece imposible, un más difícil todavía, aunque el presidente en funciones Sánchez sea capaz de sacar de la chistera todos los conejos habidos y por haber. Fácil no lo tiene. ¡Menudo protagonismo le han dado los votos al melenudo de Waterloo, protagonista de una batalla del nivel de la famosa trifulca, en la que Napoleón perdió todo lo que tenía que perder! El caso es que aún no sabemos quién será Napoleón y quién el duque de Wellington. En cualquier caso, fácil no será despejar esta ecuación. Tampoco encaja aquí el término 'normalidad', esa con que creemos que nos recibe la vuelta de las vacaciones.
Todo esto en cuanto a las políticas, desde las más próximas a la calle a las más alejadas. Porque, en cuanto a la vida social, ahí sí parece que la normalidad tiene carta de naturaleza. Los días empiezan a ser más cortos, cosa que personalmente me cabrea; los paseos mañaneros por la capital continúan siendo una bendición, a no ser por el olor a pipí que dejan las fiestas; las marineras siguen estando riquísimas rociadas de una buena caña bien tirada; el Real Murcia continúa con sus deseos de salir del pozo con la ayuda inestimable de nuestro presidente Moreno... ¿Qué más queremos?
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