Calores
Si da la casualidad de que, en plena canícula, los españoles estamos citados a las urnas, pues nada, a madrugar para evitar que la temperatura nos haga errar en la elección de la papeleta
A poco de empezar el siglo XIV, en 1310, tenemos noticia de que se produjo un importante cambio climático. Los investigadores no han sabido explicar ... cómo, después de años de cierta normalidad, veranos calurosos con sus correspondientes sequías, se produjo en pleno estío una serie de incesantes lluvias, con caída de granizo y hasta nieve. Todo esto, al parecer, sucedió cuando Dante Alighieri empezaba a escribir su 'Divina comedia', cuya primera parte es precisamente 'El infierno'. En ella podemos leer que «no hay manera en que se pueda separar el calor del fuego», aludiendo quizás a sus añorados veranos, aunque añade, ya en plan poeta, «o la belleza de lo eterno».
Dejemos la poesía y volvamos a los calores que sufrimos en estos días, que dan como consecuencia episodios tan trágicos como el de ese pobre jornalero que murió días pasados en Mazarrón. No sé exactamente si vivimos un cambio climático que produce temperaturas superiores a las de años anteriores, o si es un fenómeno cíclico que tiene lugar por causas naturales. En cualquier caso, hay elementos suficientes para pensar que el hombre debería controlar sus afanes de expansión tecnológica, que producen efectos en la atmósfera que originan, por ejemplo, que cada vez haya menos hielo en los polos, que los bosques ardan con la facilidad con que lo hace, y que lleguemos a temperaturas desconocidas. Algo pasa, digan lo que digan quienes todo lo niegan, hasta las evidencias.
El mes en que estamos, e incluso el anterior, los mercurios han alcanzado cifras que dan miedo. Como también pasará en agosto, lo cual justifica el refrán de que «en Castilla, nueve meses de invierno, y tres de infierno». En Castilla, y en lo que no es Castilla. Por razones profesionales he pasado recientemente por Baeza (según Antonio Machado, «entre andaluz y manchego») y por Almagro, y no se podía salir a la calle hasta bien entrada la noche. Como en mi tierra. Son calores distintos; secos unos, húmedos otros, pero calores, al fin y al cabo. Calores que acomplejan, que invitan a quedarte en casa, recostados ante el refrigerador o el ventilador, para no dar pausa a ese libro que no acabas de leer, o ver esa serie que te dijeron que te gustaría. Hablo en caso de estar de vacaciones, o en el gratificante quehacer de la jubilación. Si volvemos al refranero nos encontramos con que «en julio, beber y sudar, y el fresco en balde buscar». Es cierto que esos meses de verano se parecen de manera extraordinaria.
Por otro lado, el calor es un motivo literario, que acompaña o justifica acciones que no se hubieran podido realizar sin él. Un personaje de 'El extranjero', de Camus, dice haber matado por efecto del calor. «Dije rápidamente que había sido a causa del sol», indica en el juicio, ante la mofa de la sala. Faulkner, García Márquez, Juan Rulfo, dan sobrados ejemplos de la presencia del calor en el ánimo de sus personajes; en el ánimo, y en determinadas decisiones. El autor mexicano, inventor de la mágica Comala en su 'Pedro Páramo', escribe que el pueblo está «sobre las brasas del infierno».
También el cine ha dado sobradas muestras de la influencia del calor en los personajes. Todo el final de 'Avaricia', del mítico Eric von Stroheim, sucede en el famoso Valle de la Muerte, desierto en que el que la sequedad y el calor terminan por aturdir al protagonista y a su perseguidor. Muchos años después, en la película de procesos complicados 'Algunos hombres buenos', de Rob Rainer, Jack Nicholson contesta airado: «Soy un hombre razonable, pero este jodido calor me está volviendo loco». Manera de justificar una conducta a todas luces reprobable. También 'La caza', de Carlos Saura, termina en tragedia bajo el sol abrasador del campo castellano. Y qué decir de James Stewart mirando por 'La ventana indiscreta', de Hitchcock, en un tórrido verano neoyorkino. Basten estos ejemplos de los muchos que la pantalla nos ha dado de la influencia de un sofocante calor.
Por estos y otros motivos, hemos de convenir que el calor, como las bicicletas, son para el verano; que más que quejarnos, debemos aceptarlo ya que forma parte de nuestra existencia, aunque sea molesto y, por veces, insoportable. Y que, si da la casualidad de que, precisamente en plena canícula, con unos calores importantes, los españoles estamos citados a las urnas, pues nada, a madrugar para evitar que la temperatura nos haga errar en la elección de la papeleta.
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