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Fotografía: Pepe H. | Tipografía: Nacho Rodríguez
EL CERDO Y LA DAMA

EL CERDO Y LA DAMA

La aerolínea Ryanair se debería plantear muy seriamente no volver a tolerar un comportamiento racista en sus aviones

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Jueves, 1 de enero 1970

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El cerdo adulto llamado David Masher que insultó a chillido limpio, a chillido de cerdo, a gritos de una indecencia apabullante, de una falta de sensibilidad atroz, de una chulería babosa y de una agresividad pavorosa a Delsie Gayle, una mujer menuda e inofensiva de raza negra, ya anciana para mayor vergüenza del cerdo, le ha pedido a su públicamente maltratada perdón a distancia varios días después de haberle provocado sonrojo, indignación y un sabor amargo a uvas de la ira a medio planeta que no daba crédito al comportamiento nada edificante, y sí muy preocupante, del muy cerdo.

Sesenta y tres años después de que la por siempre admirable costurera negra Rosa Parks se negase por fin a cederle su asiento en un autobús público de Alabama a un joven blanco, impulsando con este sencillo gesto de dignidad y gallardía el fin de la segregación racial en Estados Unidos, la señora Gayle se vio obligada a cambiarse ella de asiento en el vuelo de Ryanair que la llevaría, en el peor paseo entre las nubes de su vida, de Barcelona a Londres. Un vuelo que también debería hacer reflexionar de lo lindo a la propia compañía aérea, cuyo comportamiento dejó mucho que desear, es cierto; debería servirle para que jamás vuelva a consentir un comportamiento racista en sus aviones.

La señora Gayle tomó asiento justo donde le indicaba su billete, con la desgraciada mala suerte de que en la misma fila de asientos ya estaba aposentado el cerdo. Bien, dejemos ya claro que de no haber sido por su comportamiento inaceptable, ni yo ni creo que nadie lo suficientemente bien educado le habríamos llamado jamás cerdo, pese a que su aspecto pudiese darnos la razón y, eso lo sabe cualquiera que haya levantado los pies del suelo en manos de una aerolínea, no se trata ni por el forro del tipo de pasajero que te apetece tener al lado. Pero, afortunadamente para él, la inmensa mayoría tenemos modales, incluso respeto por la edad ajena. El cerdo, no.

El energúmeno no quería que la señora Gayle volase junto a él y desató su furia, su enojo, su espantosa carencia de todo decoro. La insultó sin piedad, nada de dirigirse a ella al modo galante del vizconde de Valmont: «Fea negra cabrona», «fea vaca estúpida»...; vamos, que podemos dar fe de que de fray Luis de León el cerdo tiene poco. Seguidamente, la amenazó con retirarla de su vista a empujones, quizá amparado en el convencimiento de que, a sus 77 años, la dama no lo iba a sorprender con una llave de yudo, y lo peor de todo: dos cosas a falta de una.

La primera, ¿cómo es posible que nadie, a excepción de un joven que, tampoco sin demasiado ímpetu, y todavía menos con éxito, intentó poner al cerdo en su sitio? La segunda, que todavía resulta más incomprensible, por las repercusiones que puede tener a la hora de que cunda el mal ejemplo: ¿por qué la compañía no expulsó al racista del avión?, ¿por qué al menos no le obligó a ser él quien se cambiase de sitio?, ¿por qué remató la humillación de la asustada mujer negra haciendo que fuese ella la que dejase el lugar que le correspondía, y se trasladase a otro asiento porque había triunfado -todo mal empieza a extenderse así: consintiendo primero sus pequeños desmanes, relativizando su poder destructivo, poniendo torpes parches en vez de atajar la hemorragia...- el cerdo?

Las imágenes grabadas por un pasajero, que tampoco hizo nada por remediar el mal trago que estaba sufriendo la señora Gayle, provocan un malestar pegajoso. Y alertan sobre los peligros de no saber actuar a tiempo, y de modo contundente, contra quienes no creen en la convivencia, sino tan solo en su supervivencia a toda costa. Ha dicho la activista Angela Davis estos días, además de repetir que el feminismo será antirracista o no será, que el racismo siempre ha estado en el centro del fascismo. No lo olvidemos, ahora que las trompetas de Jericó alertan del rearme imparable de la sinrazón. No solo el feminismo, tampoco el futuro, ni el presente próspero y civilizado, serán posibles mientras el racismo no sea tan solo un recuerdo, un galopar de caballos endemoniados que se hundió en el olvido.

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