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Una cena entre amigos

Algo que decir ·

De repente nos hallamos en un salón renacentista, sin televisión, sin internet y sin tecnología alguna

Miércoles, 18 de diciembre 2019, 02:32

Nos relajamos de verdad por la noche, sobre todo si al día siguiente no tenemos que trabajar porque es domingo y podemos levantarnos a cualquier hora. Las cenas fueron concebidas para disfrutar de las conversaciones de los amigos, a ser posible intrascendentes, de los abundantes brindis y de la colación en sí, y en ese aspecto los españoles somos únicos; cenar es lo nuestro, igual da la estación del año, pues lo mismo llenamos con nuestro jolgorio las innumerables terrazas de la ciudad o de las poblaciones de la playa que ocupamos con desahogo los salones de nuestras propias casas, aunque preparar una cena y disfrutarla resulta todo un arte para el que el espíritu levantino parece estar dotado. Nos gusta compartir la comida y la bebida con nuestro semejante y ni siquiera importa el reconocimiento previo, porque muy pronto nos descubrimos bromeando y compartiendo la confianza de los que hasta hace apenas unos minutos resultaban unos perfectos desconocidos.

En la cena a la que me estoy refiriendo, los anfitriones fueron Encarni Bernabé, Nani para los amigos, profesora de universidad e investigadora, y su marido Carlo. La estrella fue el poeta Soren Peñalver y con nosotros estuvieron Juan Carlos Chacón, psicólogo y escritor, y su esposa Mercedes, un amigo de Soren de origen bereber, Jawad, y la excelente pintora Francisca Fe Montoya. En una cena así la primera copa de vino, las primeras tapas, variadas, sabrosas y casi siempre originales, obran en los comensales al modo de un bebedizo que enardece nuestro entusiasmo y nuestra camaradería en unos segundos. Somos ya casi familia desde las primeras copas, las primeras marineras y las exquisitas acelgas rehogadas, añadimos a nuestros platos un poco de ensalada, picamos en la fuente con porciones de queso semicurado, en los frutos secos y en las sabrosas aceitunas; luego vendrán los exóticos ñoquis de patata al pesto, las angulas al ajillo y el desfile bien ponderado de diferentes caldos, desde los sorprendentes y complejos últimos jumillas hasta los clásicos riojas de siempre, y los blancos de uva verdejo. Comemos, bebemos y nos reímos distendidos y felices después de una semana de fatigas y de labores varias. Soren cuenta una anécdota, sabia e impagable como siempre, y una voz pide que nos recite algún poema. Es en este momento en el que la cena deriva hacia una categoría superior, los versos del poeta, su voz armoniosa y su lectura pausada nos transportan a todos a otros ámbitos. De repente nos hallamos en un salón renacentista, sin televisión, sin internet y sin tecnología alguna; tan solo la palabra inteligente, ingeniosa y culta del trovador, la cercanía de damas y caballeros que gozan de la amistad, de la compañía y del arte. Los postres variados y caseros acompañados de un cava casi inédito y de unas copas de mirto, licor sardo de endrinas, fueron poniendo el necesario colofón de elegancia y originalidad a una velada en la que tampoco faltaron los chistes, las anécdotas y las bromas sociales, pero salpicado todo esto de la sabiduría, de la experiencia y de la cultura del poeta Soren Peñalver, pues él solo es toda una literatura, toda una experiencia de vida y todo un acto de amor. Con él estuvimos aprendiendo como siempre, escuchándole con atención y anotando en nuestra mente los rasgos sensibles, a veces arriscados, pero lúcidos siempre y perspicaces de su compleja personalidad. Los anfitriones, Nani y Carlo, mantuvieron un nivel alto y ejemplar en todo momento y el resto de la mesa nos conformamos con actuar a modo de comparsas privilegiadas, con divertirnos y aplaudir en los momentos altos y con participar agradecidos y felices de una espléndida ceremonia de la vida.

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