Mi casa es un toldo en la playa
Pasados los 40 te das cuenta de que los días son contados y que cada día en que se sufre es un día perdido
Ocurrió hace tanto tiempo que he perdido los detalles. Aquella historia me marcó para siempre y la cuento a veces. Un padre había matado a ... su mujer y sus hijos y dejó una carta. El hombre era constructor y en los primeros momentos de la crisis sintió que se había arruinado. Estaba construyendo una casa grande, puede que en Jumilla (la memoria a veces me protege del dolor borrando cosas) con una piscina. Era el sueño de su vida, la vida que le quiso dar a los suyos. Al arruinarse sintió que los abocaba a una vida miserable, y decidió aliviar el sufrimiento de una forma. Horrible. Escribió que los arañazos que tenían los críos se los habían hecho en la piscina, que nunca los había maltratado, y dejó dinero para pagar los funerales. Al leer la carta, publicada tal cual, fui sumando las cantidades que dejaba. Era un hombre responsable y dejó cantidades para pagar deudas. El total daba un importe grande, tanto que no se podía pensar que estuviesen en quiebra. Pero las noticias, el escenario que se avecinaba y un creciente miedo cegó su visión, lo alejó de la realidad. Presa del miedo, mató a los suyos por el miedo a algo que no le estaba ocurriendo.
Hace doce o trece años y no hay día que no recuerde aquella carta, a aquel hombre que dejó de ver la realidad por culpa del miedo. No hay día que no me diga que solo hay que tener miedo al miedo (Roosevelt vale para todo) y que nunca, nunca, he de caer en él.
La vida está siendo un suspiro. Pasados los 40 te das cuenta de que los días son contados y que cada día en que se sufre es un día perdido que nadie nos va a devolver. Esa misma vida que tan rápido pasa me ha dado a Carolina, y a Hugo y a Martina. Ellos solos son tanto que no lo podría contar en esta columna. Nada me falta, nada más puedo desear.
Comemos, bebemos, nos bañamos y celebramos la vida porque la vida nos sonríe
No siempre soy inteligente, y a veces convierto cosas secundarias en motivo de sufrimiento. Con los años me he ido quitando algunas, como el odio. El odio es cutre y doloroso, nos ciega de la misma forma que el miedo y hace que no disfrutemos el tiempo. El odio nos hace imbéciles. No he conseguido eliminar la ira del todo, pero estoy en ello. Otros malos sentimientos nunca fueron míos, como la envidia o el rencor. Del resto de pecados capitales, sí caigo en la gula y la lujuria con deleite. Hace poco un amigo con el que discutí me dijo que me mirase al espejo, que era un soberbio. Me miré y no me vi soberbio, me vi regio.
Ha llegado el verano y nos hemos ido a la playa. No estaba claro que este año pudiésemos veranear, pero lo hemos conseguido. Tenemos una casita pequeña junto al mar, en el más bello de los pueblos de la Región, Isla Plana. Tiene una cristalera por delante y otra por detrás y siempre, de día y de noche, están abiertas. A veces vienen Sonia y Fod a traer una sandía y se quedan a tomar una caña, otras vienen Fernando, Sol y Fernandico y hacemos un arroz. Otras son Sofía y Alejandro con Jimmy y Mariajo. La casa no es una casa, es un toldo junto a la playa bajo el cual edificamos los recuerdos que nos hacen felices durante el invierno. Comemos, bebemos, nos bañamos y celebramos la vida porque la vida nos sonríe. No olvido que alrededor hay dolor y penurias, y mi educación católica me hace sentirme un tanto culpable, pero no disfrutar lo que me ha venido sería el peor de los pecados. No sabemos cuánto vamos a estar aquí, no hay que desperdiciar un segundo de felicidad. Debemos ser como los ratones, que comen mientras hay porque mañana puede que no haya.
Debemos ser felices para nosotros y para los demás. Debemos ser capaces de resistir a un deseo natural que nos lleva a la melancolía. La tristeza es tan seductora como dañina y acaba con todo, es egoísta, avariciosa y lujuriosa devorando con gula nuestra felicidad y la de los nuestros. La tristeza, como el miedo, no tienen sitio bajo este toldo.
En unos días vendrán Josu y Elena, y con José Manuel y Cris, Vanessa, Filemón y Marisa, Esteban, José Luis y Javi haremos una fiesta anual que acaba con canciones y guitarras. El año pasado se alargó hasta las tantas de la mañana. No nos dimos cuenta de que el toldo deja salir el sonido generosamente. A la mañana siguiente tocaron a la puerta los vecinos de arriba, Antonio y Maica. Pensamos que venían a echarnos una muy merecida bronca, pero traían una guitarra. Nos dijeron que estaba en la casa y no la tocaban, que nosotros la íbamos a disfrutar más. Esa noche nos volvimos a juntar para cantarles bajo el balcón.
Al igual que los días de nuestra vida, la felicidad es limitada y no siempre seremos felices, de manera que estos días de verano deben ser una reserva para que, cuando llegue el invierno, cuando el trabajo ocupe todo, cuando los telediarios nos intenten vender el miedo con el que comercian, cuando la inseguridad y le incertidumbre manden, podamos volver la mirada a la noche que cantamos bajo un toldo hasta quedarnos afónicos.
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