El botellón de Pedro Sánchez
Artículos de ocasión ·
Agradezcamos a los jóvenes este invento, inocente y casi franciscano, que oculta tantas frustraciones, tragedias y carenciasHace ya año y medio de la llegada salvaje de la Covid y lo que parecía que iba a ser un aislamiento transitorio me parece ... a mí que ha venido para quedarse, reafirmado con el nacimiento diario de novísimas variantes del virus llegados desde lugares próximos o remotos en cuestión de días o meses, fruto de la naturaleza de esta pandemia globalizada.
Todo ha cambiado, incluso también para los vacunados, siempre pendientes del sutil hilo contagioso. Ahora somos otros seres aislados y aburridos, sin planes que compartir y andamos racionándoles las caricias hasta a nuestros hijos y nietos. Ya no recordamos siquiera cómo gozábamos con las fluidas relaciones sociales de antes; la alegría desbordante de las barras de los bares; ni siquiera con la cercanía física del otro paseando por la calle y abrazándolo; o simplemente sentándose en la butaca de al lado, codo con codo. Ya ni siquiera somos capaces de reconocernos nosotros mismos en esta frígida relación social vigente.
Ahora tenemos nuevas reglas por las que regirnos que tampoco son estables, gestionadas según el color de cada autonomía. El individualismo se ha asentado entre nosotros y vivimos asediados por nuestra propia soledad, más solitaria que nunca. Las consecuencias de todos estos sucesos negativos que padecemos hoy están fijando en nosotros otra nueva personalidad colectiva, entristecida y tenebrosa, que nada tiene que ver con la idiosincrasia clásica del español de antes de la Covid y las políticas veletas y partidistas del pasteleo de estos socialistas que nos gobiernan hoy, amenizados por la nauseabunda cantinela diaria de los zafios independentistas catalanes. Aderezando todo eso, descubriremos las causas que nos ha traído la pérdida de la alegría de vivir de ahora y que antes era la seña de identidad característica española de las últimas generaciones. Ahora lo que impera es el pesimismo, el miedo y la inseguridad, no la alegría de vivir.
Es evidente que de todas estas secuelas no saldremos fácilmente, ni se nos devolverá el tiempo que nos ha robado, pero sí nos ha enseñado abruptamente la evidencia de la fragilidad humana. A los jóvenes y a los mayores. Los mayores han descubierto su irreparable decadencia corporal al andar por la calle con su marginación del mundo y el tiempo entronizado en su soledad individual. Lo de los jóvenes es más dramático aún. Sobre todo la de los treintañeros que vagan a la espera de nada.
¿Alguna vez ha oído usted a Pedro Sánchez y a 'sus mariachis', hablar o hacer algo concreto por la juventud? Aparte de sus mesas de diálogo con los independentistas; el esterilizado afán diario de debilitar al Rey por miembros del Gobierno; la desgobernada y débil gobernanza sociocomunista, ¿cuándo afrontarán el problema de los jóvenes, la destrucción masiva de puestos de trabajo causada por las nuevas tecnologías de robotización, la precariedad laboral o los bajos salarios que les esperan a los afortunados que encuentren uno? La planificación del ministro de Universidades define las verdaderas inquietudes de este Gobierno relacionadas con la formación universitaria, despreciando a la memoria y propugnando la búsqueda en internet. Eso dicen. El '¡que inventen ellos!', ha resucitado. Adiós a la inteligencia, al esfuerzo investigador común y también al 'Alma Mater floreat/ quae nos educavit' del Gaudeamus.
Todo es un puro disparate y los jóvenes que, por naturaleza y definición, son ollas a presión andantes con su pura vitalidad y ganas de vivir, en vez de convertirse en feroces anarquistas incendiarios, optaron por inventar el botellón colectivo que les suministra una efímera evasión de la realidad en que viven, reconociéndose unos a otros con una botella en la mano, sin odios ni pistolas. Solo calimocho, o cualquier otro brebaje etílico.
El botellón es un fenómeno global, con matices diferenciados en cada país. Botellones pacíficos, si no se les hostiga, como el organizado por el Ayuntamiento de Granada al que asistieron más de 30.000 personas. O botellones beligerantes y violentos como en el País Vaco y Cataluña. El ansia de vivir y el minúsculo deseo y sensación de la alegría de vivir sin respuesta alguna a su angustia, mitigando la falta de empleo y hasta la desesperanza de su futuro, bien merece un botellón. Ojalá pudiera acompañarlos. A mí el botellón me parece un inocente y saludable paliativo, siempre y cuando se excluyan a los violentos agresores de agentes públicos, que cada uno recoja sus residuos y que no se moleste a los demás, cumpliendo las normas sanitarias exigidas.
Agradezcamos a los jóvenes el invento del botellón, inocente y casi franciscano, que oculta tantas frustraciones, tragedias y carencias. Aunque bien visto, Pedro Sánchez, el triunfador que ha hecho un PSOE a su medida, tiene la posibilidad real de transformar los botellones en algo grandioso y sublime. Debiera convertirlos en el Gordo del Botellón, de indudable utilidad pública, con muchos más premios que el Gordo de Navidad, sorteando entre todos los asistentes los miles de puestos de libre designación que dependen solo de su voluntad. Multitud de asesores de Presidencia, ministerios, cargos de relevancia en entes públicos, Consejos de Administración, Empresas Públicas del SEPI, consejeros de bancos, patronatos, entes y otros. Sueldos 'doscientosmileuristas' a repartir solo entre señalados militantes y corifeos del PSOE. También lo hacía Rajoy, pero lo de Pedro Sánchez es de nota. Tanto que, si implantara este justísimo sistema distributivo, merecería ser nombrado Rey del Botellón.
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