Al pillo helenista Pedro Olalla le pasa como al sabio Solón, que envejece sin dejar de aprender. Y cada vez es más placentero conversar con ... él, porque lleva a rajatabla, sin olvidarse de los manjares para el estómago y de buscar la belleza para seducirla, esa idea de Sócrates de que una vida sin reflexión no es vida para el hombre. Detesta cualquier tipo de sumisión y también de hipocresía, es una manía que tiene. Hablamos de la guerra. En todas, para los muertos ya no existen fronteras, ni hay tampoco banderas que entonces les consuelen.
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Le doy la razón a Olalla, a quien le encanta la Murcia del tapeo con los amigos y escuchar el embrujo del caminar silente de los gatos por los tejados. Eso es, cuando se está por la paz, se está por la paz con todos; cuando se está contra la guerra, se está contra todas las guerras; cuando se denuncian las atrocidades, se denuncian todas las atrocidades; cuando se toman medidas contra quienes quebrantan el Derecho Internacional y los Derechos Humanos, se toman contra todos; cuando se es solidario con los que huyen de la guerra, se es solidario con los que huyen de todas las guerras. Si no se hace así, no se está por la paz, ni contra la guerra, ni contra las atrocidades, ni a favor de los derechos, ni se es solidario: simplemente, se toma partido por uno de los bandos. Y a eso se le llama alineamiento incondicional y solidaridad selectiva.
Hace ya años que me impresionó cómo hablaba de su hijo el padre de Said Hutari, el palestino de 20 años que, convertido en joven-bomba, hizo saltar por los aires a un total de 19 de sus semejantes, a su entender no hijos del mismo Creador. Hubo otro dato que me estremeció: se los cargó eligiéndolos de entre su propia generación, jóvenes que intentaban divertirse en una discoteca de Tel Aviv, vaya por Dios qué crimen.
Fotografía: Pepe H.Tipografía: Nacho Rodríguez
Pensé que su padre, muerto de dolor, por la pérdida de su hijo y porque se pondría en el lugar de los otros 19 padres y, claro, así ya la desesperación resultaría del todo insoportable, pediría perdón, pediría que jamás ningún israelí ni ningún palestino volviese a ser víctima de la violencia, y pediría poner el diálogo por delante de las piedras y que cesara, por fin, tanto odio corriendo por las venas.
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No fue así: el padre hizo público su orgullo por el hijo héroe, por el hijo elegido, sacrificado, santificado, y mostró ante el mundo boquiabierto su falta de entrañas. Por unos instantes se debió creer, totalmente confundido, un nuevo Abraham para la historia, poniéndose a disposición de un Dios que seguro que no aprueba ni el derramamiento de sangre, ni por supuesto su aplauso.
Han pasado los años, apenas ha cambiado nada. Palestinos y judíos son Caín los unos para los otros. No se dejan en paz, no se permiten dejar vivir. Israel es más fuerte, y con la ultraderecha en el poder, muy propenso a provocar. Los israelíes viven en una tensión permanente, se saben siempre amenazados, se sienten no queridos. El último golpe recibido ha sido brutal, el país humillado, la herida abierta enorme, y muy amarga.
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Esta vez, Hamás atacó primero. Esta vez, Israel no ha dudado ante la falta de proporción en su respuesta: se cuentan por miles los civiles muertos. Y, con cada muerto, se aleja una paz verdadera y se enciende otro corazón al que quizá no le importe un día dar la vida para aniquilar enemigos.
Lo que también sucede estos días es la muerte de bebés palestinos a consecuencia, ya no solo de las balas y los derrumbes, sino también del colapso del sistema sanitario y de las inhumanas condiciones de vida que soportan. Y hay un dato que también golpea: se calcula que entre 5.000 y 6.000 mujeres, de entre las más de 50.000 embarazas en Gaza, darán a luz en diciembre. De seguir la guerra, la previsión es que al menos el 30% de ellas se enfrentarán a complicaciones vinculadas al embarazo o al propio parto, por lo que una atención médica extra será fundamental.
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La masacre de inocentes es inaceptable. La actitud vengativa de parte de la población, así entre la palestina como entre la israelí, desasosiega porque alimenta la inquina, la indiferencia o directamente el festejo cuando el muerto no es de los nuestros. «Vendrán más años malos y nos harán más ciegos», le gustaba recordar a Gontzal Díez que escribió Sánchez-Ferlosio.
Cortesía
En Israel sentó fatal que, cuando antes de que se agravara la violencia mucho más, la anciana de 85 años, Yocheved Lifshitz, fue puesta en libertad por Hamás tras más de dos semanas de cautiverio en Gaza, ella se despidiera de uno de sus captores dándole la mano, y en su testimonio quisiera dejar claro que fue tratada con amabilidad y de modo muy humanitario. Son personas «muy amigables» y «muy corteses», dijo. Esos adjetivos enojaron a sus compatriotas, que ven como verdugos a quienes ella describía sin aparente rencor.
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Y, ahora, decenas de jóvenes acaban de corear eufóricos '¡Hamás, Hamás, Hamás!'. Así han celebrado la salida 33 excarcelados palestinos a cambio de rehenes israelíes. No suena ese grito a deseos de paz, no parece de nuevo que hayamos aprendido nada. Qué desgracia: volverán las balas y las piedras, y no para ser arrojadas en el mar.
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