Un héroe tiroteado como un terrorista
Una palabra tuya ·
A veces lo que ves, lo que imaginas, es tu propia muerte, algo muy humano: lo de morir, lo de imaginar, como lo es también ... el olvido. El poeta César Vallejo estuvo a punto de acertar casi al completo en el modo en el que describió su propio final en los versos de 'Piedra blanca sobre piedra negra'. No moriría en mal sitio: París. Y en la estación del otoño, que tan inspiradora le resultaba a Jacques Prévert. «Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París -y no me corro- / tal vez un jueves, como es hoy, de otoño». Uy, por poco. El irrepetible Vallejo falleció efectivamente -15 de abril de 1938- en un París con lluvia, pero en viernes, no en jueves.
Hace poco más de un mes, el poeta y profesor universitario palestino Rafaat Alareer, padre de seis hijos, publicó en un post un poema titulado 'Si tengo que morir'. El poema apenas empezaba a ser recitado de boca en boca; su autor, a los 44 años, ha sido víctima reciente de los ataques israelíes sobre la Ciudad de Gaza, que desconocen la mesura. Saltó por los aires en su propia casa, junto a un hermano, una hermana y cuatro sobrinos; siete muertos. Su mujer y sus hijos están a salvo; siete vivos. No le era desconocida la radicalidad con la que se toma Israel sus venganzas, fruto a su vez de la radicalidad con la que los palestinos le demuestran su odio feroz. Hace diez años se encargó de la publicación de un libro con el que pretendía llamar la atención, y llamar a hacer todo lo posible por ayudarles, entre otros, a sus compañeros profesores de todo el mundo, titulado 'Cuentos de jóvenes escritores de Gaza' y en el que se incluían quince historias surgidas de la operación militar que llevó a cabo Israel en 2008 en la Franja de Gaza, conocida como Plomo Fundido y que se desarrolló por tierra, mar y aire.
Con toda la razón del mundo Rafaat Alareer estaba desesperado, y llegó a contarle a Luis de Vega que había perdido hasta su sentido de la paternidad, porque si no podía protegerse ni a sí mismo, «¿cómo puedo proteger a mis hijos?», «¿a dónde se supone que debemos ir?».
Tampoco el destino ha sido favorable, ni ha tenido piedad, con otro hombre que tuvo una muerte equivocada, un final inapropiado; su final fue decidido, y ejecutado, no por su enemigo sino por su compatriota. Lucas habla de que se enfrentarán el padre contra su hijo y el hijo contra su padre, la madre contra su hija y la hija contra su madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra, pero no dice nada de asesinarse entre compatriotas. La guerra es la locura total, el desastre que no duerme, nuestra mayor vergüenza. El israelí Yuval Doron Castelman no era un hombre cualquiera poco antes de morir, porque a lo que estaba llamado era a ser vitoreado en vida como un héroe.
Todo sucedió muy rápido: iba camino de su trabajo en Jerusalén cuando se topó con una escena que presagiaba lo peor; dos palestinos salieron de un vehículo y abrieron fuego contra quienes esperaban en una parada de autobús y acabaron a tiros con tres vidas. Castelman, un expolicía con permiso de armas, reaccionó a toda prisa y logró que los criminales no huyesen ilesos. Pero hubo algo con lo que no contó, con los llamados peligros del gatillo fácil y con lo fácilmente que todo se va al carajo en un instante. Un reservista del ejército, que no había visto la secuencia de los hechos, lo confundió con uno de los servidores de Hamás y acabó con su vida, sin que de nada sirviera que Castelman alzase las manos, le mostrase que no llevaba explosivos adheridos a su cuerpo y le dejase claro, en hebreo, que era judío, que era israelí, que era un hermano al que le faltaba un solo día para llegar a los 39 años. Hay errores que te hielan.
Flores
¿Acaso sabrá el causante de la muerte de Rafaat Alareer que fue él quien lo mató, dejando a seis hijos sin padre? Y, de saberlo, ¿cómo se sentirá? Y el reservista judío que asesinó a sangre fría al también judío Castelman, que acababa de arriesgar su vida por amor a su pueblo, Israel, ¿cómo se sentirá ahora?, ¿qué estremecimientos lo recorrerán?
Lejos de allí, pero en un tiempo no todavía tan lejano, el piloto español Josep Falcó causó la muerte del piloto nazi Friedrich Windemuth, al derribar su avión durante el bombardeo de 1939 del aeródromo republicano de Garriguella. Dos pilotos enemigos. Uno falleció, otro pudo seguir con su vida. Y durante cada verano de muchos años, en la lápida del alemán alguien dejaba un ramo de flores. Un día se supo su nombre: Josep Falcó. No hay muerte apropiada, sí lo es no cesar en el empeño de no despeñar lo que de verdad nos hace humanos, y nos salva.
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