Biden come helado, Koldo quita el hambre

Una palabra tuya ·

Domingo, 3 de marzo 2024, 07:55

Fotografía: Pepe H. Tipografía: Nacho Rodríguez

Un lugar de ensueño, el Café No Sé, en la gualtemalteca ciudad prodigio de Antigua. Afuera manda la luna llena, dentro la luz es suave, ... el ambiente cálido, el mezcal sabe a gloria, y la música en vivo es tradición. Salen a cantar dos músicos muy jóvenes. Se arrancan con un bolero, 'Pregonera', que interpretan con una gracia que logra la atención absoluta de los presentes, tan afortunados. Los que beben la cerveza fría como un témpano que también propia del local, aparcan sobre la mesa sus jarras. De pronto, parecía que estábamos no en Antigua, no en París, sino en otro mundo. Qué bienestar. Ellos cantaban: «Princesita rubia de marfil, dueña de mi sueño juvenil, la que pregonando flores, un día de abril, recuerdo por las calles de París. '¡Un cariño y un clavel, para el ojal, para el querer...!'».

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Iniciada la canción, apareció una pareja que compartía un cucurucho de helado. Tomaron asiento en un segundo y enseguida quedaron también hipnotizados por la actuación de los jóvenes. Pero el helado no lo podían dejar descansar sobre la mesa, y procurando que el roce de sus labios y lenguas sobre el rico manjar no provocase ni el menor incordio sonoro, se lo iban comiendo entre los dos con deleite. Cada mirada que se dedicaban era un estallido de felicidad, y cada gesto de sus manos intercambiándose el helado era de una complicidad, de una ternura, que acongojaba. Los presentes empezamos a mirarles a ellos mientras escuchábamos casi con actitud de oración el tango.

Cuando los músicos concluyeron el tema, la ovación no sólo se dirigió a ellos, sino también a la pareja del helado que también nos había emocionado. Ni de los músicos, ni de los novios, supe sus nombres, pero sí averigüe qué contenía el cucurucho: vainilla, pistacho y lavanda.

Desde esa noche, los helados han estado unidos a momentos felices, esos en los que todo parece calmado a tu alrededor y sientes gozo. Nada que ver con lo que me provocó la imagen de Joe Biden disfrutando de un cucurucho de helado, eso sí, como un estadounidense más, en una heladería de Nueva York. Hasta ahí, nada que objetar, me imagino que a los 45 presidentes de Estados Unidos que le precedieron también disfrutarían comiendo helados, igualmente deseados por demócratas y republicanos y hasta, más que probablemente, por dos sujetos que jamás se los tomarían juntos, no ya en la misma cama, sino ni siquiera dándose la espalda: Abascal y Puigdemont, pongamos por caso.

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Lo que me sobresaltó no fueron los lengüetazos comprensibles que Biden le propiciaba a su helado, generoso en tamaño, sino la seriedad del tema del que el presidente estaba hablando conforme daba cuenta de él: el infierno en que se ha convertido Gaza, los asesinatos, los huérfanos, el odio expandiéndose, la tranquilidad con la que se está tomando el espanto la comunidad internacional... Si se hubiese estado comiendo el helado, incluso si lo hubiese estado haciendo portando una gorra con el Pato Donald, hablando por ejemplo de los sentimientos que le provoca su equipo favorito, los Philadelphia Eagles, pues muy bien. Pero hacerlo, ante los periodistas, como si les estuviese anunciando que ha contratado para que cante en su próximo cumpleaños a la murciana universal Charo Baeza, que a sus 80 años está hecha una rosa, aproximadamente, no parece que fuese de muy buen gusto, ni lo más oportuno, ni la imagen que más les puede devolver algo la esperanza a los cientos de miles de palestinos que pasan hambre y tienen sed, de justicia y del agua que cada vez cae menos de los cielos.

Cierto que decía, sin perder de vista el helado, porque saben ustedes que en cuestión de comerse un helado el tiempo es oro, y no conviene dejar que se derrita, que estaban trabajando muy seriamente en la búsqueda de una solución a la tragedia y todo eso, que es lo mínimo que se espera de él que pueda decir; si bien también añadió, puede que venido arriba por la refrescante sensación que inundaba su cuerpo, que el cese de hostilidades podría materializarse este próximo lunes. A ver si es que los helados no le sientan bien.

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Y este viernes, ya bien consumada la digestión del helado, anunció, tras el impacto producido en todo el mundo por la matanza de 115 palestinos desfallecidos que intentaban hacerse con algo que comer, un primer lanzamiento aéreo estadounidense de paquetes con alimentos y medicinas en la Franja, al tiempo que aludió a que cabría la posibilidad de abrir un corredor marítimo para facilitar la entrada de ayuda humanitaria en un territorio que está hecho un cristo en la cruz desde que el fatídico 7 de octubre pasado, tampoco lo olvidemos, Hamás atacó salvajemente territorio israelí, causando 1.200 muertos cuyo recuerdo duele, pero no menos que el de los palestinos ya liquidados, que suman 30.000, la mayoría mujeres y niños.

Koldo

Biden hizo el anuncio mientras se encontraba con él en la Casa Blanca la primera ministra italiana Giorgia Meloni, por la que yo no pondría la mano en el fuego defendiendo su firme vocación democrática, pero sí a que de helados ricos sabe lo que no sabe Koldo García, ese corrupto tan especialmente desagradable que, de momento, ha conseguido que se le hiele la sangre, en primer lugar al exministro Ábalos, y de paso a todo el Gobierno de Pedro Sánchez, que si llegara la hora de tener que invitar a la bancada socialista del Congreso a un gofre, y así cambiamos de capricho dulce, sabe que ya cuenta para mal con la boca de un diputado menos.

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