Álvaro Prieto, 18 años, cordobés, desaparecido, muerto
Un joven muere tontamente tras perder el tren que le debería haber llevado de vuelta a casa. Literalmente: su último tren. ¿Y sus padres? El ... joven no ha regresado a la hora prevista, no ha aparecido cuando se le esperaba y así poder, justo en ese momento, respirar tranquilo el padre, tranquila la madre...; los padres se pasan la vida deseando respirar tranquilos. Te escuchan por el móvil, oyen tus pasos de madrugada entrando en casa, te observan llegar desde el balcón, te saludan cuando te bajas del coche de un amigo, se relajan cuando la madre de una amiga les dice con un wasap que tú estas allí, con ellos, que te vas a quedar a cenar, o a dormir, o que a ver si te vas enterando de una vez de que él y ella salen juntos, son más que amigos; él y ella, o ella y él, o él y él o ella y ella.
Que Álvaro Prieto, nuestro hijo, no llegase a casa a la hora prevista, tras haberlo hecho su tren a la hora esperada, solo es, en un primer momento, un motivo de interrogación. Estos jóvenes, ay: se habrá entretenido, estará al caer, vendrá de camino, menudo abrazo le voy a dar, menudo cariñoso tirón de orejas se va a llevar; es que pasa un minuto de la hora y ya lo echas de menos... Bueno, no pasa nada, volverá, pero estás más tranquila si lo tienes ya contigo, estás más serena con él aquí de vuelta, con su familia, ¿dónde mejor?
Pero no vuelve, el hijo no está. Venga, llamémosle al móvil. Dinos lo que sea y ya vemos cómo arreglarlo. Tampoco un retraso es el fin del mundo. Que nos asustamos un poco con estas cosas, pues sí, pero es lo que tiene ser padre, es lo que tiene ser madre.
Y de golpe te enteras. Tu hijo ha desaparecido. Y de golpe te enteras: está muerto. Entre un dolor y otro media toda una vida por delante de no perdonarte nunca no se sabe qué. Y esa ausencia, esa imagen del tren que arranca con su asiento vacío...; puedes imaginarte que tu hijo pierde el tren, es joven, la fiesta, el despiste, mil cosas. Ha perdido el tren. Vale, no perdamos la calma. Cogerá otro, volverá. Estamos en España, esto no es el fin del mundo.
Perdió el tren Álvaro Prieto, el que le llevaría de vuelta a casa. Joder, mamá, cuántas ganas tengo de verte, aquí en esta estación, perdido el tren, agotado mi móvil, me quiero ir a casa. ¿Gritó en algún momento?, ¿susurró su mala suerte?, ¿qué le llevó a ese final, a ese accidente mortal?
Santa Justa
Estación de Santa Justa. Sevilla. Lunes. Unas cámaras de televisión graban de forma accidental el cadáver de un joven de 18 años encajado, como un muñeco inerte, entre dos vagones de un tren de media distancia, aparcado en una zona de talleres desde agosto. Su nombre: Álvaro Prieto, cordobés. No estamos en un mal país, se preocupan por nosotros los cuerpos de seguridad del Estado. Llevaban cinco días buscándole policías nacionales, miembros de la Unidad Militar de Emergencias (UME) y perros...; sus padres habían denunciado su desaparición. Qué abrupto, terrible, absurdo punto y final a su búsqueda, a su existencia.
Hay millones de padres, millones de jóvenes de todas las edades, también de 18 años. Un humorista también hay, llamado Miguel Lago, que en el programa de Sonsoles Ónega, dijo, convencido de su acierto: «¿En qué punto estamos como sociedad en el que, en una estación como la de Sevilla, un chaval que además es blanco, guapo, bien vestido… y que no hay nadie en la estación, ningún trabajador de la estación de Santa Justa, que le eche una mano?».
¿Cómo dice? Que... «además» es blanco, guapo... Pues en este punto estamos, oiga, en el de la imbecilidad. Cuidado, ¡eh!: no solo ya con los menores extranjeros no acompañados, ¡eh!; con los jóvenes que vienen en patera, ¡eh!; con los adultos que igualmente, con los bebés que llegan vivos de milagro a las costas, ¡eh!... Cuidado también con cualquier joven que no se parezca a Björn Andrésen cuando lo descubrió Visconti, ¿no?, o que tenga rasgos magrebíes, ¡eh!, o no digamos ya que es negro, ¡dios, eso sí que no!
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