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Un tal Anónimo

NADA ES LO QUE PARECE ·

Con frecuencia les pido a muchos de mis amigos que me cuenten anécdotas de sus alumnos, plasmadas en los exámenes

Viernes, 15 de mayo 2020, 00:46

Hace tiempo que no veo en los escaparates de las librerías obras que recopilen, como sucedía antaño, anécdotas de maestros y profesores vividas en primera persona, sufridas en sus propias carnes a lo largo de su carrera como docentes. Por lo general, sabrosas y repletas de gracia. Equivocarse en el nombre de un autor o en el título de una obra no tiene mérito alguno. Galdós, por ejemplo, no ha escrito muchos de los libros que los estudiantes le atribuyen. En ese sentido, hasta los libreros –los libreros inexpertos, claro, que no son ni sombra de nuestro Diego Marín– suelen caer en la trampa cuando se les pide, por ejemplo, un ejemplar de 'La Regenta' atribuyéndole la autoría no a Clarín, sino a su maestro y amigo don Benito Pérez Galdós.

De los miles de exámenes de selectividad que he corregido a lo largo de mi vida, en las decenas de convocatorias a las que he asistido como miembro de un tribunal, siempre me ha llamado la atención la frivolidad, tan propia de esa juventud que ha venido a la vida a comerse el mundo, de llamar a los escritores por su nombre de pila: le llaman Miguel, a secas, a Miguel Hernández, y Federico, sin sus dos apellidos correspondientes, a García Lorca, como si el autor de 'Poeta en Nueva York' fuera el amigacho de los fines de semana, un colega del botellón. En los institutos, y también en los centros universitarios, a los escritores, incluidos los clásicos, se les ha apeado del 'don', palabra que, por lo que parece, viene a ser, en el mundo del siglo XXI, tan deshumanizado, tan carente de valores, como una especie de mosca cojonera a la que hay que chafar de un manotazo. Llamarle don Pío a Baroja ya no se lleva. Y con Baroja, así, a secas, va el hombre que se mata. O ni siquiera 'el hombre', que ya es mucho decir, para dirigirse a ese viejo con barba de dos semanas que camina por un lugar solitario con su abrigo raído, ataviado de sombrero y el rostro cansado. Quizá por aquello del 'cansancio existencial', propio de los escritores de su tiempo, después de haber asistido a la caída definitiva del imperio español, tras la pérdida de Cuba y Filipinas a finales del siglo XIX.

Con frecuencia les pido a muchos de mis amigos que trabajan en la escuela que me cuenten anécdotas de sus alumnos, plasmadas en los exámenes. Uno de ellos me expresó su desconsuelo, con una sonrisa entre resignada y tristona, cuando uno de sus pupilos más lúcidos y adelantados, al ser preguntado por la vida de Jesús durante los cuarenta días y las cuarenta noches que permaneció en el desierto, respondió que Dios, nuestro Señor, estuvo alimentándose, durante todo ese tiempo, a base de marisco. ¿A base de marisco? A base de marisco. Es decir, atiborrándose de langostas, que eran por entonces una auténtica plaga, que saltaban por el campo. Nada dijo de la bebida para pasar tan duro trago: si se trataba de un buen albariño o de un excelente blanco de las bodegas Castaño de Yecla.

Del alumno más brillante: «El 'Lazarillo' fue escrito por un tal Anónimo, autor de esa y otras muchas obras a lo largo de los siglos». Le puse un merecido sobresaliente

Probablemente, la anécdota más graciosa que me ha sucedido en el mundo de la enseñanza a lo largo de los cuarenta años de profesión que ya me contemplan, sea la que tuvo lugar en un centro de secundaria, cuando yo aún era interino. Estuve durante un par de semanas explicando la posible autoría del 'Lazarillo' como me la había enseñado en su día uno de mis maestros, el profesor Baquero Goyanes. Horas y horas de hipótesis, sin apenas fundamento, para llegar a la triste y decepcionante conclusión de que la inmortal obra picaresca del siglo XVI era una pieza anónima.

Días después, en el examen de evaluación, cuando pregunté, como era de rigor, la autoría del 'Lazarillo', el alumno más brillante de la clase de BUP, cuyo nombre aún recuerdo, me dejó plasmadas en el papel, con letra bien clara, las siguientes palabras: «El 'Lazarillo' fue escrito por un tal Anónimo, autor de esa y otras muchas obras a lo largo de los siglos». Ni qué decir tiene que le puse un merecido sobresaliente. Y, ya de paso, lo felicité públicamente, ante sus compañeros, por la sensacional ocurrencia.

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