La amistad en tiempos de mudanza
No es frecuente que dos periodistas de medios rivales se hagan amigos a las primeras de cambio. Así nos ocurrió a Chimo (1955) y a mí (1948) en la frontera de la transición española. Él empezaba a calentar motores en LA VERDAD y yo hacía otro tanto en Línea. La diferencia de edad – siete años él menor – no fue obstáculo para que, tras coincidir en algunos actos, la amistad saltase sobre ese posible inconveniente. Y él me abriese las puertas de su casa, en el barrio de Vistabella. También, gracias a su entrañable familia: padres y hermanos. Todo ello, cuando yo estaba recién llegado de Madrid (1974) y no conocía a nadie en Murcia.
Chimo se ocupaba, entre otros cometidos, de la información laboral, donde coincidíamos. Y su medio, LA VERDAD, era el más leído y llevaba la voz cantante en todo aquello que lindaba con la legalidad. Estábamos en la mitad de los años 70 y al régimen político, con la muerte de Franco, le llegó a la etapa final de una dictadura, que se ablandaba o endurecía, según le convenía al poder.
Los sindicatos, al igual que los partidos, salían de la clandestinidad y estaba casi todo por hacer. De ahí que la negociación de los convenios supusiera un frente abierto para aquellas fuerzas sociales que empujaban el cambio político, como eran las centrales sindicales. Estas eran instrumentos de los partidos de izquierdas (UGT-PSOE; CC OO-PCE) y parte de sus líderes se foguearon allí.
Los dos periódicos dedicaban mucho espacio a esta información, porque, no en vano, se salía de un largo período –la Organización Sindical franquista– de inútil paripé entre trabajadores y empresarios. Ya antes de desaparecer la dictadura, los sindicatos ilegales, camuflados en el sistema, prepararon su llegada al nuevo tiempo con distintas acciones. Con los citados, figuraban también otros, como la Unión Sindical Obrera, de la que también surgieron dirigentes políticos. De Madrid venían con frecuencia sus representantes para impulsar el movimiento. Marcelino Camacho, de Comisiones; Nicolás Redondo, de UGT, y Manuel Zaguirre, de Uso, acudían con frecuencia a Murcia. Entonces, a Chimo y a mí, junto con los colegas radiofónicos, nos tocaba seguirlos y obtener sus declaraciones. En la actual sede del sindicato socialista, en la calle Santa Teresa, estaban los sindicatos verticales, y allí se organizaron reuniones, asambleas y mítines.
Pero lo que más interés suscitaba eran las asambleas sobre los principales convenios, empezando por el de la construcción. Con el salón a tope, los periodistas no nos perdíamos detalle de lo tratado y acordado. Y, sin perder la amistad, rivalizábamos cada día en publicar la mejor información posible. Es más, creo que ese hecho servía para incrementarla, porque de tal relación fue como surgió y se consolidó.
El trabajo nos unió de nuevo en una aventura insólita: el seguimiento informativo al denominado 'Tren de la solidaridad de Murcia con Polonia', que partió de la Estación de Murcia de El Carmen el 31 de diciembre de 1981. La iniciativa fue del presidente del Consejo Regional, Andrés Hernández Ros, que propuso a los periodistas locales hacer el mismo recorrido por carretera e informar a sus medios y a nivel nacional de la marcha del convoy. Así se hizo y al día siguiente, 1 de enero, partimos desde Murcia seis informadores en dos automóviles oficiales. Días después, a través de una Europa helada, fuimos testigos de la llegada del tren a la frontera polaca, de donde no pudimos pasar.
Y un segundo viaje, este de placer a Italia, en mi nuevo Fiesta S, lo hicimos Chimo, Mariano Caballero y quien suscribe. Desde Roma fuimos a Anguillara, un pueblo junto a un lago, donde vivía el pintor blanqueño Pedro Cano, con quien pasamos el día. Al siguiente, su mujer Patricia, profesora de Arte, nos acompañó por el Foro romano. Completamos el viaje en Florencia y Venecia. A la vuelta, nos quedamos sin gasolina entre Tarragona y Castellón. No fue el único incidente. Y lo dimos por bien empleado, sin duda.