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NADA ES LO QUE PARECE ·

Un tal Luis: «Desde el momento en que la conocí he perdido la tranquilidad y el sosiego»

Viernes, 7 de agosto 2020, 02:13

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Durante un tiempo tuve el honor de participar como miembro del jurado en un concurso, organizado por una conocida entidad comercial, de cartas de amor. Tenía de compañeros a gente tan distinguida y valiosa como la excelente escritora y columnista jumillana Ana María Tomás y el catedrático de Lengua Española de la Universidad de Murcia Ramón Almela, persona, amén de sabia, buena y entrañable donde los haya. Resultaba divertido leer aquellas misivas, en donde, de manera real o fingida, alguien expresaba sus gozos o sus lamentos ante otro ser al que, por regla general, amaba profundamente y bebía los vientos por él o por ella.

Hace muchos años, cuando hacía la mili en un cuartel de infantería, encontré dentro de mi compañía, abandonado u olvidado, silencioso y cubierto de polvo como el arpa del Bécquer, un librito de algo más de medio centenar de páginas titulado 'Declaraciones de amor y arte de enamorar', cuya reimpresión databa de 1964, al precio de seis pesetas, editado por la Librería Cisne de Madrid, cuyo catálogo contaba con otros títulos por el estilo, como 'Cartas de amor y de odio'. El pequeño volumen, con una ingenua portada compuesta por un sencillo dibujo en el que dos palomas se daban el pico junto a un enorme sobre rodeado de flores, no carecía de aplicación práctica. Doy por hecho que no era una obra para leer como una novela, sino un manual con el que solventar las dudas y las indecisiones de ciertos soldados a la hora de redactar sus mensajes dirigidos a sus amigas o novias. Una manera de encontrar la horma a la medida de los sentimientos y del estado de ánimo de cada cual. Un tal Luis, por ejemplo, firmante de una postal, declaraba su amor a cierta señorita que no solo la quería y que sin ella no podía vivir, sino que, además, añadía que «desde el momento en que la conocí he perdido la tranquilidad y el sosiego». Y concluía de este modo tan cursi: «¿Querrá abrirme su corazón? ¿Querrá remediar mis sufrimientos?».

Pero no todas las cartas servían de modelo para una simple, aunque encendida, declaración de amor. Estaban las otras, las menos gratas. Esos mensajes que nadie desea recibir nunca, que suponen todo un trago para quienes los sufren en sus propias carnes. Como aquella carta de una señorita, dirigida a su novio, en la que le anuncia la irrevocable e inmediata ruptura de sus relaciones. Razones no le faltaban a esta pobre muchacha, llamada Rosalba, quien, quizá entre suspiros y lágrimas que van al mar, aun admitiendo que no veía el modo de borrarlo por completo de su corazón, admitía que le parecía imposible que «mientras sostenías esas relaciones ilícitas con una mujer, cuyo nombre conozco ya muy bien, tuvieses la avilantez de declarar tu amor y de alterar la paz del corazón de una pobre muchacha como yo, que, confiada, consintió en el noviazgo, persuadida de que eras el hombre correcto y noble que siempre había soñado». Pero los sueños, sueños son, que dijo Calderón de la Barca.

En los años ochenta del siglo pasado, uno de nuestros mejores escritores, Miguel Delibes, sacó a la luz su libro titulado 'Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso'. Una auténtica joya en la que el novelista vallisoletano le daba rienda suelta a su desbocada imaginación, inventando a un tal Eugenio Sanz que, por casualidad, encuentra un anuncio en una revista en el que una señora viuda de Sevilla, de cincuenta seis años de edad, cincuenta y tres kilos de peso y uno sesenta de estatura, aficionada a la música y a los viajes, discreta cocinera, buscaba una relación con señores de hasta sesenta y cinco años de similares características. Lo que al principio parece una broma, un simple juego de niños entre adultos, termina tomando cuerpo, y don Eugenio, sin conocer aún físicamente a la dama, la va idealizando como si fuera su Dulcinea. En una de sus cartas, cuando se crea un clima de confianza entre ambos y todo va viento en popa hacia un puerto donde, acaso, les aguarda el tálamo, concluye así su misiva: «Cuídate amor, hay alguien en el mundo que te necesita. Te quiere un poco más cada día... E.S.».

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