Vamos a contar mentiras

La verdad no siempre es cómoda ni popular, pero es la única base sobre la que puede construirse una democracia saludable

Lunes, 4 de agosto 2025, 07:19

Que la Tierra es redonda se sabía hace más de dos mil años. En el siglo IV a. C., Platón y Aristóteles ya defendían la ... esfericidad del planeta, y en el III de esa era Eratóstenes calculó su radio con notable precisión. Aun así, para atacar a la Iglesia, algunos de sus detractores inventaron que los curas sostenían que la Tierra era plana.

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La historia humana está plagada de mentiras. Otra de gran calibre fue la de que nazismo y comunismo eran polos ideológicos opuestos cuando en realidad compartían métodos totalitarios como el culto al líder y al Estado y un profundo desprecio por las libertades individuales. Igual de falsa es esa afirmación tan repetida de que la historia la escriben los vencedores. Si hay un gremio que ha perfeccionado el arte de mentir hasta convertirlo en instrumento de poder es el de los políticos. No existe mentira inocente, ya que nada puede ser más dañino que una falsedad instalada en la conciencia colectiva. Hoy en día, en política mentir no es una excepción sino muchas veces, la norma: promesas que jamás se cumplirán, enemigos inventados, estadísticas manipuladas y discursos diseñados para suscitar emociones antes que razonamientos.

El problema no es que los políticos mientan, sino que saben que mentir funciona, así que las campañas electorales se construyen sobre una sarta de verdades parciales: se promete bajar impuestos sin reducir los servicios públicos; se habla de 'justicia social' mientras se negocian favores con los grandes grupos económicos; se declara la guerra a la corrupción mientras se la tolera descaradamente; se proclama la igualdad mientras se blindan privilegios personales... Y lo más alarmante: cuando la mentira se descubre, como en el reciente caso de la diputada Noelia Núñez, rara vez hay consecuencias.

La base del sistema democrático es la confianza entre gobernantes y gobernados, pero ¿cómo confiar en líderes que mienten más que hablan, tergiversan datos y cambian de discurso según su conveniencia? A esto se suma la retórica del miedo: la invención de amenazas externas o internas, la existencia de 'cloacas' para justificar abusos de poder, el recorte de libertades. Y no faltan quienes se apropian de causas legítimas –el feminismo, la lucha contra la corrupción o la mejora de la calidad de vida– solo para ganar votos sin intención alguna de actuar con coherencia. Así, la mentira no solo distorsiona la realidad, también desactiva causas nobles al vaciarlas de contenido real.

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Lo más pernicioso de la mentira política no es el engaño en sí sino lo que deja como herencia: una ciudadanía que ya no cree en nada ni en nadie, que asume que 'todos son iguales', que prefiere abstenerse o votar por rabia antes que por convicción. La mentira repetida genera resignación y la resignación es terreno fértil para el autoritarismo.

Antaño se atribuyó a la Iglesia la creencia en una Tierra plana para desprestigiar a una institución respetada; hoy, los políticos usan mentiras para desacreditar a sus oponentes y controlar el relato público. Se crean villanos imaginarios como partidos 'ultras' acusados de querer destruir los avances sociales, jueces prevaricadores que pretenden derrocar al poder legítimo o periodistas conspiranoicos porque todo vale si el relato cala y convence.

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El falso dilema entre nazismo y comunismo nos impidió ver que el verdadero problema era el totalitarismo. Hoy muchos se ciegan con banderas partidistas, incapaces de comprender que el mal no proviene de una ideología concreta, sino del uso perverso del poder venga de donde venga. Los políticos que hoy nos gobiernan pretenden reescribir, con mentiras, la historia de las causas de nuestra guerra 'incivil' sin permitirnos olvidar aquel doloroso enfrentamiento desenterrando muertos, censurando publicaciones, atacando fundaciones y afanándose en dividirnos en su empeño por condenar a los vencedores y esconder la verdad: el socialismo y el comunismo fueron los causantes de aquel cruel conflicto.

No todo está perdido pero tenemos la obligación de exigir a nuestros representantes menos mentiras, mayor transparencia y más responsabilidad, premiando el trabajo serio y silencioso y condenando el espectáculo mediático. La verdad no siempre es cómoda ni popular, pero es la única base sobre la que puede construirse una democracia saludable. Los políticos seguirán mintiendo porque forma parte del juego, pero una ciudadanía alerta, informada y crítica puede reducir el poder destructivo de esas mentiras.

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Copio a Orwell para terminar: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».

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