El conde y los bosques
Mi pena por el daño humano es inmensa, pero no menor es mi preocupación por la actitud de ciertos políticos, siempre dispuestos a aprovechar cada tragedia para arañar réditos electorales
Décadas de los sesenta y setenta. En pleno franquismo, el Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza (Icona) trabajaba intensamente para cuidar nuestros montes ... y bosques fueran del conde o de cualquier otro propietario. Para motivar la colaboración ciudadana en prevención de siniestros el organismo lanza una campaña publicitaria con un sugestivo lema: «Cuando un bosque se quema, algo suyo se quema». La iniciativa es un éxito pero en esta España nuestra, tan hermosa como celtibérica, todo acaba por recibir su dosis de ironía: un año después, El Perich, conocido humorista gráfico, estampa en la portada de su libro 'Autopista' la misma frase de la campaña a la que añade una coletilla muy 'bordesica': «Cuando un bosque se quema, algo suyo se quema, señor conde». La ocurrencia corre como la pólvora por tertulias, medios, corrillos y mentideros como una manera de señalar que el fuego sólo era problema de la nobleza latifundista, propietaria en aquellos años de la gran mayoría de los bosques españoles.
Hoy, muchos de esos montes ha pasado a manos de grandes empresas, comunidades de vecinos, diputaciones, ayuntamientos y del propio Estado. Todavía quedan latifundios en manos de la nobleza, pero la realidad es que, junto a esos bosques, se levantan miles de casas, granjas y explotaciones agrícolas y forestales. En definitiva, hay vidas, riqueza y bienestar en juego. Una parte de España ha estado ardiendo de forma incontrolada y solo gracias al esfuerzo solidario de miles de personas, y a un cambio favorable en las condiciones climatológicas, los incendios están ahora bajo control. Ha habido víctimas y miles de compatriotas han sufrido pérdidas materiales y emocionales de incalculable valor. Mi pena por el daño humano y patrimonial es inmensa, pero no menor es mi preocupación por la actitud de ciertos políticos, siempre dispuestos a aprovechar cada tragedia para arañar réditos electorales cargando la culpa en el adversario. Así ocurrió con el 'Prestige', con la pandemia de la covid, con la dana, con el apagón y ahora con estos incendios. Ebrios de poder pretenden que los ciudadanos de a pie –los que no vivimos de subvenciones, mamandurrias, sinecuras, dádivas ni prebendas– aplaudamos sus insultos y descalificaciones, los coronemos de laurel y les libremos de toda culpa. ¡Al carajo!
El Pacto por el Cambio Climático, parido por Sánchez en una de las piscinas de La Mareta entre caipiriña y caipiriña, es una solemne idiotez. Según este iluminado, cada catástrofe ocurrida durante su mandato es culpa del cambio climático inducido por el hombre frente al cual deben aplicarse las políticas restrictivas de la malhadada Agenda 2030. Esconder su incapacidad y la de sus colaboradores culpando a fenómenos atmosféricos tan antiguos como el mundo, obviando el nulo cuidado, los más de cincuenta detenidos por actuaciones con o sin mala fe, es una burla a las víctimas, a los pueblos y a sus montes. Lo que hay que pactar es qué medios humanos, materiales y estratégicos debe aportar el Estado para cuidar esa riqueza natural y prever los incendios. Hay que derogar leyes y normas que han impedido el ancestral cuidado de los montes y escuchar a quienes, por nacimiento o asentamiento en el mundo rural, entienden mejor que nadie de estos asuntos y dejar de crear comisiones plagadas de inútiles políticos y ecologistas talibanes.
Respeto a los ecólogos, son científicos especializados en esa rama de la biología que estudia con métodos rigurosos y con un enfoque descriptivo, no normativo, pero cuando un ecólogo muta en ecologista pierde su neutralidad y ya no defiende teorías desde la ciencia sino desde un compromiso ideológico. De ecólogo a ecologista hay tanta diferencia como de cartero a carterista. Cierto que el sufijo ista no es negativo en sí mismo –violinista o deportista son términos positivos–, lo malo no está en el ista sino en la carga ideológica de la raíz: fascista, nazista, golpista, terrorista, racista... y, en demasiadas ocasiones, ecologista.
Durante mis años al frente de la Autoridad Portuaria de Cartagena sufrí la sinrazón, el insulto y la negativa al diálogo de algunos reputados ecologistas y por eso digo y sostengo que nunca entenderé que una postura tan sectaria como la suya sea la que inspire las normas y actuaciones de un gobierno que debería ser el de todos pero que, lamentablemente, no lo es y sigue dirigido por alguien que ha hecho del odio y la discordia su 'modus vivendi': el inútil, sectario y mendaz Mareto Sánchez.
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