Adolescentes y gorriones

ESPEJISMOS ·

¿Somos amables, con nuestra zagalada? ¿Nos enteramos de algo de esas batallas invisibles que luchan? ¿O nos limitamos a acusarlos de cosas?

Domingo, 19 de diciembre 2021, 09:26

Mi hijo Miguel va a cumplir estos días quince difíciles años. Está pasando, como tantos y tantos adolescentes, un bache gordo de salud mental. Este ... jueves pasado tenía cita con el psicólogo de la sanidad pública. Me llamó, el martes, una auxiliar. El doctor está enfermo y no ha venido sustituto, me temo que os voy a tener que cambiar la cita. De acuerdo, ¿para cuándo? Para el 15 de marzo.

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Excelentes profesionales ambos por otra parte, la auxiliar y el psicólogo, en una situación de desbordamiento de su Centro de Salud Mental. La mujer se disculpaba como podía: ojalá estuviera en mi mano, lo siento mucho. No sé si me gustaría estar en su pellejo. «La depresión es la pandemia postpandémica, especialmente en niños y adolescentes», según Marcos Gómez, psiquiatra en el Marqués de Valdecilla. Los suicidios han alcanzado su máximo histórico en nuestro país, con casi once diarios. Los trastornos mentales entre la gente más joven se han triplicado con la Covid, y es cuatro veces peor aún en menores con pocos recursos, según un reciente estudio de la ONG Save the Children.

No solo está desbordada la sanidad pública ante esta crisis. Una amiga, orientadora en un IES, habla de departamentos de orientación que no dan abasto para gestionar la marea de «protocolos de autólisis» entre la chavalada, esto es, autolesiones e intentos de suicidio. Tampoco sé si me gustaría estar en su pellejo, y sentirme así de pequeño y tan poca cosa ante una ola de oscuridad como la que le está rompiendo encima.

Qué les pasa a los chavales es una pregunta que llega tardísimo. Me recuerda a esa otra, ¿por qué se están muriendo los gorriones?, que empezamos a hacernos después de perder a treinta millones de ellos –solo en España– en apenas una década. ¿Por qué tanto dolor, qué hace dispararse el rechazo a la vida? Cada proceso es diferente, supongo, pero muchas de sus causas son parecidas. Estos días hemos perdido a Verónica Forqué y a mí me han recordado las palabras de otro actor suicida, Robin Williams: «Cada persona con la que te cruzas está librando una batalla de la que no sabes nada. Sé amable, siempre». No sé si Verónica recibió la amabilidad que se merecía en esta vida. Tal vez no convertirla en un motivo de chiste en un programa de mierda de la tele habría sido suficiente esta vez. No lo sé, repito.

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¿Somos amables, con nuestra zagalada? ¿Nos enteramos de algo de esas batallas invisibles que luchan? ¿O nos limitamos a acusarlos de cosas? Generación de cristal, ofendiditos, malcriados, niños rata, desobedientes, yo-a-tu-edad, abúlicos, adictos a las pantallas, vagos. Han crecido en una crisis (financiera, ecológica, civilizatoria, sanitaria, etc.) permanente. El capitalismo de casino que hizo colapsar el mundo cuando nacieron ahora se ha gamificado, bajado a pie de calle, con ellos como target preferente. A diez metros de la puerta del instituto de mi hijo (IES público, barrio obrero, no falla) hay una sala de apuestas y tragaperras, el luminoso más brillante de un distrito que va perdiendo a pasos agigantados su comercio local.

La única salida, en un mundo cada vez más incierto, es imponerse a toda costa sobre una pirámide de perdedores y payasos. El futuro pasa por dar un pelotazo o arruinarse la vida en el intento. Este paisaje interior es –por lo que sea– cada vez más común entre nuestra gente joven, que muchas veces lleva el enemigo en el bolsillo: criptomonedas, NFTs y otras formas de inversión online son un formato atractivo y novedoso, ideal para una estafa piramidal de las de toda la vida, ahora con famosos (Messi, Iniesta, Johnny Depp, etc.) y un ejército de influencers promocionándolo a toda máquina.

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En la era del capitalismo afectivo, el nuevo modelo de comportamiento que lo peta es 'ser un sigma' (tus hijos saben de qué hablo): triunfadores sin emociones, sin apego, sin vínculo con ningún colectivo o causa, sin amigos, pareja, familia o necesidad sentimental alguna.

¿Qué les pasa a los gorriones? no solo llegaba treinta millones de pájaros tarde. La pregunta correcta era ¿qué le pasa a nuestras ciudades? ¿Por qué su aire, su acústica, su arbolado y su velocidad son cada vez más incompatibles con una especie que ha acompañado a la nuestra desde el Neolítico?

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O tal vez la culpa es suya, que están todo el día con las pantallas y ya no les apetece anidar ni reproducirse.

¿Qué les pasa a los chavales? también llega tarde. ¿Qué le pasa a una sociedad que deja temblando a las puertas a tanta gente joven, y mira hacia otro lado cuando empiezan a caer?

A modo de respuesta, a Miguel le han dado una receta.

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