Aborto, entre moral y política
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
Me asombran las verdades absolutas con las que hoy se despacha un tema esencial para nuestra sociedad, sin argumentos ni comprensión ningunaAcababa de cumplir 16 años y me dio una lección. Preparábamos un debate sobre el aborto en clase, un ejercicio que tiene más que ver ... con la retórica que con las ideas, para eso la clase era de Lengua. Escuchó pacientemente todo lo que decían sus compañeros, algunos discursos encendidos y otros sembrados de buenas intenciones. Cuando le tocó hablar, dijo que en el caso del aborto, ella distinguía muy bien la diferencia entre lo que pensaba como mujer y futura madre y cómo debía ser la ley que amparase al resto de mujeres de la sociedad en la que vivimos. Esa disociación entre el pensamiento y la ley me derrotó, en el buen sentido del término. Abrió en mi cabeza un arrabal de reflexión y quedé maravillado porque Ángela (así se llama la chica) acababa de expresar con total pureza lingüística y orden racional lo que yo sentía por un tema tan espinoso como es el aborto.
No hablaré del aborto en términos futbolísticos, el único terreno posible hoy en día en el ágora pública. No encontrarán en estas líneas un 'tiffoso' que lleva una bandera que arrojar a la cara del contrario, precisamente porque la raíz del conflicto moral que subyace de este supera mis límites como opinador. Es un tema que me genera mucho desasosiego, que procuro no tomar a la ligera. Me obligo a repensarlo y buscarle las espinas mil veces antes de dar un veredicto. Acaso tan solo desplegar una idea. Me asombran las verdades absolutas con las que hoy se despacha un tema esencial para nuestra sociedad, la carga política que ha infectado la discusión, sin argumentos ni comprensión ninguna. Un terreno impregnado de proclamas e insultos.
Y no escribo desde una perspectiva católica, sino laica. Creo en el aborto como un recurso extremo al que cualquier mujer, en pleno uso de su libertad, pueda acudir y ser atendida por unos servicios públicos decentes, pero no como un método anticonceptivo más. La defensa del aborto no puede despreciar el elemento cardinal de la vida. Lo que crece es un embrión y me resultan absurdas las disquisiciones sobre la calidad biológica o jurídica del feto. Un aborto corta la posibilidad de la creación, del nacimiento de un ser humano. Y eso es un hecho demasiado importante como para tomarlo a la ligera.
Sin embargo, es innegable que existen casos sobradamente conocidos en los que el aborto es un alivio. Cuesta escribir estas palabras pero es preferible asumir la realidad antes que ajustarla a nuestra ideología. No se puede condenar a una mujer a tener un hijo cuya gestación se ha producido por una violación. Nuestra sociedad no puede asumir el peso de poner en riesgo la salud de la madre. El aborto existe, está entre nosotros y debe ser atendido de la forma más transparente posible, con una ley que garantice los derechos de la mujer, pero que no convierta esta práctica en un recurso habitual e irresponsable. La nueva ley del aborto que está por votarse, por ejemplo, contempla que las niñas de 16 años puedan abortar sin consentimiento paterno. Quienes estén en contacto con adolescentes sabrán del peligro de excluir a los padres de una decisión tan trascendental. No sé si todas las menores de edad disponen de tanta madurez como mi alumna Ángela.
El final de la escapada con el debate del aborto, como en todos los temas que son salpicados por el aparato político, es un enfrentamiento cainita que pasa del Parlamento al bar, de la televisión a las tertulias de amigos. No hay debate sosegado que busque los argumentos. No se invoca al raciocinio, sino a la verdad sumaria. No se admite que en el tema del aborto las afirmaciones pueden contener aristas, pequeñas negaciones. Se aspira a lo absoluto, y si no se consigue, el interlocutor es tachado de fascista o comunista, como si no hubiesen existido figuras grises y geniales como Pasolini.
Las voces políticas han desterrado a otras mucho más preparadas para tratar este asunto. No se invoca ni a médicos, ni a juristas, ni a filósofos. Tal vez un rastro de la deshumanización de nuestra sociedad y de las pésimas consecuencias que esto trae. En lugar de ello, García Gallardo en nombre de Vox utiliza el latido de un feto como arma arrojadiza a izquierda y derecha, lanzando propuestas no por el interés de la vida, sino como aspiración electoral. Mover el árbol de la discordia para que caigan las manzanas. El Gobierno llama a rebato y aspira el oxígeno verde de esta polémica, sacando pecho sobre lo feminista que son sus políticas. Tras 200 violadores beneficiados por la ley 'estrella' de la legislatura yo tendría más respeto por las palabras y por las mujeres que dicen representar. Unos y otros convierten esta tragedia en carnaza propagandística, como si no se tratara de la vida humana.
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