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El artista plástico Pepe Yagües, en su selvática parcela de la Huerta de Abajo, en Molina de Segura. GUILLERMO CARRIÓN / AGM
Pepe Yagües: «Hoy en día, está mal visto sacar el lado animal que nos une a la naturaleza»

Pepe Yagües: «Hoy en día, está mal visto sacar el lado animal que nos une a la naturaleza»

«Me he pasado muchas horas en los bancales de pequeño; hacer caballones se me daba muy bien», afirma el pintor y escultor

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Martes, 11 de septiembre 2018, 20:13

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El pintor y escultor Pepe Yagües (Molina de Segura, 1968) no para quieto. Su prolífica obra da cuenta de ello y también el hecho de que desde el título hasta la pieza, incluyendo cada uno de los componentes de sus lúdicas esculturas, lancen un mensaje claro a quienes las observan, pero también destilen dobles sentidos, interpretaciones humorísticas hasta de las realidades más conflictivas y sexualidad a raudales. Hoy, un día de calor agobiante, ha dejado su taller para llevarnos a la Huerta de Abajo, un rincón de Molina al que está unido desde su infancia porque, bromea, «Calblanque me lo ha quitado Carmen [Baena, su pareja]».

-Era amigo del ecologista molinense Vicente Blanes, ¿usted también participó en ese movimiento?

-Claro. Yo estaba en La Garba Ecológica, de Molina. Con él pinté el mural del puente de San Roque contra las centrales nucleares. Vicente fue el que me dijo que tenía que practicar la permacultura en la huerta [recuerda y justifica la selva en la que se enmadejan frutales y todo tipo de hierbas en la parcela familiar de la Huerta de Abajo]. Y también a dejar las hojas muertas sobre el suelo, que mantiene mejor la humedad, mejora su microfauna y se fertiliza.

«Uso el agua para regar cuando friego los platos, con un jabón biodegradable que fabrican en Molina»

«Cuando voy a Murcia, dejo el coche en Espinardo y me voy caminando al centro. Si todos lo hiciéramos, las ciudades serían distintas»

«Ya lo decía [Jacques] Cousteau en los 80, lo peor es el aumento de la población mundial»

-¿Aprendió algún otro truco?

-Me convenció hace 30 años, en Calblanque, de lo incómodo y puritano que es utilizar bañador cuando te bañas en la playa. Y, desde entonces, no lo uso. También nos hizo un estupendo regalo: todos los lentiscos que tenemos en casa. Los plantó él.

Al que le enseñamos un truco fue a Amancio Prada, para acabar con la mosca blanca. Se llevó varias botellas de agua partidas [recuerda a carcajadas]. No lo conocía, se parten por la mitad, le echas agua con azúcar y vuelves a meter la parte de la boquilla boca abajo, como un embudo. Las moscas entran atraídas por el dulce y ya no pueden salir.

-Su amigo Vicente no tenía carnet de conducir, iba en bici a todas partes; usted, ¿es de darle a los pedales?

-Hombre, no soy masoquista y, ahora, en verano, no, pero suelo venir en bici a Molina. Y cuando voy a Murcia, siempre dejo el coche en las afueras, por Espinardo. Y me voy caminando hasta el centro. Si todo el mundo hiciéramos lo mismo, las ciudades serían de otra manera.

-¿Qué le vincula a la naturaleza?

-Hombre, algo [ríe]. Trabajo materiales que salen de la naturaleza. Me gusta mucho tallar la madera y he trabajado muchos árboles frutales. También reciclo la madera, últimamente uso palés y los encolo para hacer bloques y son mucho más consistentes, más difícil que se rompan [se hace el despistado].

-Pero yo sé que la parcela en la que tiene su casa la eligió porque tenía un algarrobo centenario.

-Ah, sí, otra relación con la naturaleza [ríe otra vez]. Tengo un algarrobo de 200 años, fue ver el árbol y nos gustó. Estar debajo de un árbol así es muy especial, bastante diferente a hacerlo bajo una sombrilla. Ademas, los algarrobos tienen un olor muy peculiar durante la floración (una semana cada dos años), muy parecido al olor sexual humano. Por eso alguna gente los odia. Yo uso las algarrobas para la caldera de biomasa que instalé en mi casa en sustitución de otra de propano. Salen 25 cajas de 25 kilos y, con eso, mantenemos la casa caliente durante dos semanas en invierno. Al principio, intentamos triturarla para hacer dulces..., pero si no quitas las semillas, te cargas las cuchillas.

-Lo animal también tiene una presencia destacada en su obra.

-Sí, sobre todo el minotauro, que tiene esa dualidad de lo apolíneo y dionisíaco; de lo racional y lo animal que nos queda dentro. Aunque, en estos tiempos, está un mal visto sacar el lado animal que nos une a la naturaleza.

-¿Necesita huir de la ciudad para encontrarse consigo mismo?

-De hecho, nos hemos ido de la ciudad [comenta también refiriéndose a Carmen]. Cuando llegamos a Los Conejos, las calles eran de tierra, no había ni farolas. Hace 19 años se veía la Vía Láctea.

-Aunque de niño vivió en Molina, ¿se considera de campo?

-Más bien de huerta [vuelve a reír]. Me he bañado en el Segura y hasta en la acequia. [Y explica que las huertas de Abajo y de Arriba, de Molina, están separadas por la acequia Subirana, sobre la que todavía permanece, abandonado, el Molino de Olayo.] Me he pasado muchas horas en la huerta de pequeño, cuando salía del colegio me venía para acá. Hacer caballones se me daba muy bien de crío, y sin poner cuerda.

-¿Qué otras habilidades tenía?

-Pues, con 9 años, construí con mi hermano un horno moruno. Hicimos 500 atobas -ladrillos de adobe- con el barro de la huerta, que es limo (porque esta zona se inundaba cuando había avenidas), paja y agua. Nos pasamos todo el verano haciéndolo y, para saber cómo, preguntamos por las pedanías a los abuelos que habían construido alguno. Nos explicaron las capas que llevaban: una base de carbonilla, otra de sal gorda, el ladrillo refractario y la cúpula de atobas. ¡Se hacían unos panes que estaban espectaculares! Y ahí está, lleva 40 años hecho y no se ha caído [sonríe orgulloso]. Ahora me ha pedido una profesora que vaya al colegio a explicarle a los críos cómo se hace un horno moruno. Muchas cosas de la construcción tradicional se están perdiendo.

-Ese afán constructivo, ¿lo practicó en su casa?

-Pues sí. Mi suegro y yo levantamos las paredes de piedra. También hice los rastreles para la escalera, porque nadie sabía hacerlos. Incluso, empecé a soldar cobre, porque rompieron una tubería y, como era fin de semana, nadie podía venir a arreglarla. Luego me sirvió para hacer varias fuentes. La verdad es que hacerse la casa para uno es alucinante.

-¿Cuál cree que es el principal problema del planeta Tierra?

-Ya lo decía Cousteau en los 80: 'El mayor problema para el planeta es el aumento de la población mundial'.

-¿Qué hace para cuidarlo?

-Cuando friego, uso el agua para regar.

-¿¡Con jabón!?

-Uso uno biodegradable que fabrican en Molina.

-Y, ¿qué más?

-Recogemos el agua de lluvia. Ahora tenemos un tanque de 6.000 litros y, cuando riegas con ella, ves la reacción de las plantas. Cuando le echo al mandarino agua del grifo, parece que lo haya regado con Roundup [un herbicida]. Además, me niego a llevar móvil: las antenas de telefonía contaminan con ondas electromagnéticas el aire y pueden afectar a la salud de personas y animales que se exponen mucho tiempo a ellas. Y, por cierto, intento comer a diario alimentos biológicos, cuya producción no contamina con nitratos ni pesticidas la tierra.

-¿Se considera huertano?

-Todavía no me ha dado por cultivar. Hay que estar muy encima, todos los días. Eso lo dejo para la jubilación [bromea].

La selvática Huerta de Abajo, en Molina

En una zona tradicional de cultivo de Molina de Segura e inundable, que los limos del río han hecho especialmente fértiles, la Huerta de Abajo de Molina de Segura ha visto crecer a Pepe Yagües. «En esta acequia me bañaba yo de crío», recuerda mientras cierra la trampilla, ahora de hierro, que permite regar su huerto. Una finca familiar en la que Pepe y su padre se han dividido los dominios. «La mía es una huerta-selva», asegura con su habitual sonrisa en la boca mientras se interna en la maraña de vegetación que cubre todo. Palmeras datileras, caquileros, nispereros, limoneros y cinco variedades de naranjos, higueras, ciruelos, melocotoneros, laureles, plantas enredaderas, olivos, palmeras plataneras,... tejen una tupida red verde entre la que Pepe Yagües se encuentra en la gloria.

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