Hace unos días, durante una charla sobre el impacto ambiental de nuestro modelo de consumo de usar y tirar, un estudiante de instituto levantó la mano para contar una experiencia personal que me dio que pensar. Su madre había optado por meter en el carro de la compra seis plátanos en una bandeja de poliespán envueltos en un film plástico en lugar de elegir la penca desnuda de toda la vida. Frente al cuestionamiento de su hijo por la elección, la señora en cuestión argumentó que «los plátanos empaquetados son más seguros porque están mucho más limpios que los que vienen sueltos». Volví a casa aquella mañana pensando en la capacidad que tenemos de aceptar sin la más mínima resistencia argumentos que no se sostienen en absoluto y de autoconvencernos de que estamos satisfaciendo una necesidad que en realidad no es tal.
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Lo que no acabamos de entender los consumidores es que la elección de un producto u otro implica que se activen (o no) una serie de acciones en cadena en la que cada una de ellas tiene su propio coste ambiental.
Resulta que en la era de la hipercomunicación y de la información en tiempo real seguimos desconociendo el verdadero impacto de muchas de nuestras pequeñas decisiones cotidianas.
Cuando yo era chico, el término 'medio ambiente' no se escuchaba ni en la tele, ni en el cole ni en la sobremesa familiar. Hoy la situación es muy distinta. Jamás hemos estado tan expuestos a la información sobre los problemas ambientales de nuestro planeta. Está hasta en la sopa; y, sin embargo, ¿por qué no terminamos de abandonar nuestra zona de confort y forzamos la curva del cambio? Nos estamos dando cuenta de que la conciencia adquirida parece no garantizar la acción. Y acción es lo que necesitamos desesperadamente. ¡Ya! No podemos esperar más. Por primera vez en la historia de la humanidad el futuro no es promisorio sino incierto.
Lamentablemente, esa falta de acción, de compromiso real, está también patente en las actitudes de los responsables políticos de nuestro planeta. Sabemos cuál es el camino, pero no terminamos de dar el primer paso para transitarlo. Sabemos, pero no actuamos. Pocos resultados de enjundia salen de las cumbres internacionales. ¿Qué lugar se le da al medio ambiente en los debates televisivos de las elecciones generales de un país?
Quizá, como consumidores, deberíamos inaugurar un pacto de convivencia. Una manera de movernos por la vida sabiendo que cada simple acción que realizo o decisión que tomo ya no puede estar basada solo en mi propio interés o conveniencia, sino en el bienestar y el futuro de los nuestros, de la gente que queremos, de nuestros hijos que tanto nos importan.
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Debemos empezar a movernos en un esquema emocional en el que detrás de cada decisión haya una carga ética, un gesto de consideración hacia el otro.
Quizá esa actitud nos ayude a reconsiderar nuestras prioridades y decisiones del día a día. Porque el modo en que compramos, producimos, consumimos, viajamos, invertimos, gestionamos los residuos, educamos, votamos, nos divertimos, etc., impacta positiva o negativamente en el futuro de quienes más queremos.
Cada acción tiene un resultado, y la inactividad también. Entonces, los plátanos ¿plastificados o desnudos?
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