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Verónica, de 23 años, narra su historia de maltrato, ayer en Murcia. JAVIER CARRIÓN / AGM
El relato de una víctima de violencia machista de 23 años: «Estaba viva por fuera, pero muerta por dentro»

El relato de una víctima de violencia machista de 23 años: «Estaba viva por fuera, pero muerta por dentro»

Una joven que sufrió maltrato narra cómo rehace su vida desde una casa de acogida tras cinco años de agresiones

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Viernes, 25 de noviembre 2022, 03:24

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El día que, todavía aturdida por los golpes, Verónica encendió la cámara de su móvil para verse la cara, supo que algo se había terminado para siempre, pero aún no sabía qué. Esta joven de 23 años, a la que identificamos con un nombre ficticio por seguridad, pulsó el botón que activaba la lente delantera del terminal y, presa todavía de los nervios, comenzó a revisar las heridas que su pareja le había provocado en el rostro a puñetazos en un arranque de ira. «Entonces pude ver lo que me había hecho», dice.

Fue el último episodio de una historia marcada por el pánico y la tristeza, también el más grave de todos los que sufrió a manos de su agresor a lo largo de cinco interminables años de relación donde fue víctima de maltrato físico y psicológico hasta quedarse «sin ganas de vivir». La joven lleva meses en una casa de acogida facilitada por el Equipo Municipal de Atención a Víctimas de Violencia de Género del Ayuntamiento de Murcia (Emavi), recomponiendo el doloroso puzle de lo sucedido. Lo puede hacer gracias la intervención policial que siguió a aquella lluvia de nudillos y a la puesta en marcha de los recursos de protección a las víctimas que desencadenó su primera denuncia policial, y donde ha hallado también el apoyo necesario para saber que lo que se acabó aquel día fue su relación; y lo que empezaba, su vida.

Verónica accede a hablar con el periodista «sin pensárselo ni un momento», cuentan las trabajadoras sociales que la han ayudado para que pueda iniciar una nueva etapa junto a su hijo menor. Tiene un objetivo muy claro: que ninguna mujer maltratada vuelva a sentirse, como le pasó a ella, sola ante la brutalidad de su agresor, que ninguna pueda volver a pensar que no tiene más remedio que seguir encajando los golpes ni se resista a denunciar por miedo.

Uno de cada tres casos de violencia de género activos en la Región corresponde a víctimas menores de 30 años

Pese a su corta edad, acumula una colección de imágenes, sonidos y cicatrices que preferiría poder borrar, igual que otras muchas jóvenes en la Comunidad. El suyo es solo uno de los 1.254 casos por violencia de género en víctimas de menos de 30 años que hay activos actualmente en la Región. La cifra supone que por debajo de esta franja se concentra en casi un tercio de las maltratadas, el 31,6%. Una proporción más elevada que la media de España, donde las jóvenes suponen 3,8 puntos menos que en la Comunidad.

Control e insultos

Verónica conoció a su agresor cuando todavía era menor, con solo 17 años. «Fue a través de un amigo», rememora. Empezaron a salir juntos y, al principio, dice, «todo iba muy bien». Tanto que no tardó en comunicar a su familia una noticia que cayó como una bomba. «Me quedé embarazada. Mis padres se lo tomaron muy mal. Me echaron de casa y entonces me vi obligada a irme a vivir con él». Sin saberlo, acababan de arrojarla a los leones.

Las caras de la violencia

  • AGRESIONES «Un día me quemó con el cigarro solo porque me levanté a las tres de la mañana para ir al baño y me llevé el móvil: '¿Con quién estás hablando?'»

  • MANIPULACIÓN «No me daba cuenta, pero me fue aislando. Llega un momento en que eres como una marioneta. Si él dice 'baila', bailas»

  • SUFRIMIENTO «Se me cayó mucho el pelo. Tenía una calva. Sentía angustia y solo quería estar en cama. Me levantaba, cambiaba al crío y lo dejaba viendo la tele todo el día»

Los problemas llegaron después de que Verónica diera a luz a su hijo, hace cinco años. Recuerda bien cómo comenzaron las primeras manipulaciones. «No me decía directamente que no fuera a tal sitio. Pero si yo había quedado, se enfadaba». El control fue creciendo rápidamente hasta espesar el aire a su alrededor. «Yo quería estudiar, quería hacer mis cosas -reconoce-. Pero si salía, él me decía que era una guarra, que era una puta, me daba empujones...».

Uno de los puntos recurrentes de conflicto fue la pequeña ventana al mundo que le quedó cuando se alejó de la calle: su teléfono móvil. «Me sentía triste, sola, estaba encerrada en casa . Ya no quería salir porque a él le molestaba todo. No quería arreglarme». En esas circunstancias, el último cable al exterior era internet, pero tampoco podía acercarse. «Me decía: 'Esa foto ¿para qué la has subido? ¿Para el otro?», y ella acababa borrándola.

«Un día me quemó en la mano con el cigarro, solo porque me levanté a las tres de la mañana para ir al baño y me llevé el móvil». «¿Con quién estás hablando?», le gritó. Durante años sufrió los desprecios y los golpes. «Me pegaba chillidos en la calle, delante de todo el mundo, y yo callaba», recuerda. Se sintió anulada. «Llega un momento en que eres como una marioneta. Si dice 'baila', bailas».

Los años de maltrato fueron dando la cara en su cuerpo. «Se me cayó mucho el pelo. Tenía una calva. Sentía angustia. Solo quería estar en cama. Me levantaba, cambiaba al crío y lo dejaba viendo la tele todo el día», reconoce Verónica. «Estaba viva por fuera, pero muerta por dentro».

Solo la sacó de aquel letargo la última paliza, cuando los puños fueron directos a su rostro y pudo ver las heridas en un teléfono móvil que ya no era ventana, sino espejo del horror.

Fue una mujer la que convenció a Verónica de dar el paso y denunciar, una agente de la Policía. «Nunca olvidaré su cara», dice emocionada. «Me dijo que no estaba sola, y yo le decía que sí lo estaba. No tenía a mi madre, no tenía a mi familia ni a mis amigos. Estaba sola con mi hijo y sin trabajo -cuenta-. Entonces me pidió que no me preocupara y me contó las ayudas que había, que podía acceder a una casa y salir de allí. Ahora veo que hay una luz. Yo no sabía que eso existía», declara la joven. «De haberlo sabido, habría salido mucho antes, por eso quiero que lo sepan también otras mujeres».

«Tenemos que quitarnos de la cabeza que haya un perfil de víctima»

Tras denunciar a su agresor, Verónica fue trasladada al Centro de Emergencia regional de acogida urgente, donde las víctimas de violencia de género pueden estar hasta un máximo de 15 días. Cuando una mujer en peligro llega allí, comienza la búsqueda de una alternativa de alojamiento seguro como la que encontraron para ella. Estos recursos, once en total en la Región, se encuentran en Murcia, Cartagena, Lorca y Cieza, destaca Juana Herreros, jefa del servicio de Igualdad y coordinadora del Emavi del Ayuntamiento de Murcia. Cualquier víctima puede acceder a ellos o a otros recursos de la red regional si pone en conocimiento su situación con una llamada al teléfono 112, donde hay un equipo especializado en violencia de género las 24 horas los 365 días del año. Hasta ahora han sido 74 mujeres y 61 menores, según el balance de Política Social. En los alojamientos, estas mujeres pueden comenzar a rehacer su vida de forma segura, atendidas y con apoyo económico, mientras los profesionales tratan de potenciar su formación y su inserción laboral. «Pretendemos que sea lo más parecido a un hogar, en edificios normalizados donde los vecinos no saben la procedencia de las mujeres», señala.

Tanto en el Emavi como en los Centros de Atención a Mujeres Víctimas de Violencia de Género (Cavi), las usuarias reciben ayuda de profesionales de la psicología, el trabajo social, la asesoría jurídica o la educación. Allí se establece también para ellas un plan de intervención dependiendo de sus circunstancias. «Cada víctima es única. Tenemos que quitarnos de la cabeza que hay un perfil de mujer maltratada», afirma Herreros.

Retomar las riendas

«Intentamos que sea una atención presencial e individualizada. Aunque a raíz de la pandemia hemos descubierto que muchas prefieren ser atendidas telefónicamente, sobre todo para los seguimientos», destaca. «De lo que se trata es de escucharlas y crear un espacio seguro donde puedan contar su verdad, donde podamos ayudarlas a reconstruir su identidad, fortalecer su inclusión social y que recuperen las riendas de su vida».

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