Borrar
Antonio Hernández, en la bodega de su casa de Librilla. Vicente Vicéns / AGM
Vidas de ida y vuelta

Vidas de ida y vuelta

Con motivo del Día Internacional del Migrante, 'La Verdad' rescata las historias de dos murcianos y tres extranjeros que partieron de sus países de origen en busca de nuevas y mejores oportunidades

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Domingo, 16 de diciembre 2018, 17:34

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Ojalá abandonar la tierra donde se nace fuera tan sencillo como hacer una maleta. Pero no. En el equipaje siempre pesa más lo que no se guarda, lo que no se lleva, los recuerdos, las nostalgias, el hogar, la familia y los amigos que se quedan. Los días señalados que se pasan lejos, el tiempo que corre para todos y no entiende de distancias, las vivencias importantes que, por desgracia, ya no se comparten.

Ojalá lo más duro de migrar fuera simplemente aprender un idioma nuevo, descubrir una ciudad desconocida, moverse por ella. Pero no. Migrar es olvidar costumbres, romper vínculos, cargar con fardos de sentimientos e intentar que no frustren los sueños, adaptarse a una cultura en la que nunca se llega a encajar por completo. Como la pieza rota de un puzle ajeno, los migrantes intentan rehacer sus vidas sin ahogarse en los anhelos, echar de menos a los suyos solo a ratos, habituarse a un mundo nuevo cuanto antes y sin notarlo demasiado.

A ellos, a los que se van y a los que llegan, rinde hoy homenaje 'La Verdad' con este reportaje, un relato que intenta alejarse de los tópicos y procura comprender la dureza de sus vidas con motivo del Día Internacional del Migrante, que se celebra este martes 18 de diciembre. Porque «cuando llegas a un país que no es el tuyo, eres como una planta pequeñita, frágil, e intentas agarrarte a la tierra en la que estás, aunque no sea la tuya, aunque te resulte difícil, porque sabes que tienes que echar raíces para poder crecer en ella». Esa es la metáfora que utiliza Fátima Riahi para contar qué significa ser inmigrante, para expresar su sufrimiento con belleza y decir lo duro que le resultó llegar a Murcia desde Marruecos sin llegar a pronunciarlo.

Como ella, a principios de este año, un total de 202.034 inmigrantes vivían en la Región. El número puede parecer elevado, pero tan solo supone un 13,67% de la población regional. Son incluso menos que en 2008, cuando alcanzaban el 14,5%. Por dar una radiografía un poco más completa, en las cifras del INE sobre residentes extranjeros en la comunidad, encabezaban el ránking por nacionalidades 81.525 marroquíes, 21.454 ecuatorianos, 13.371 británicos y 12.061 rumanos. Sin embargo, también es preciso recordar que la Región ha sido tradicionalmente un pueblo emigrante. Pero el INE no recoge la estadística total de murcianos que viven en el extranjero. Muy lejos de los abuelos que marcharon a Alemania o a la vendimia francesa, los registros apenas aglutinan como expatriados a un total de 17.178 murcianos, los que se han ido desde 2008.

Los que se van

con la certeza de volver

V. V.

De una vida entera lejos de sus raíces sabe demasiado Antonio Hernández, un librillano que partió junto a sus padres, con apenas tres añitos, a tierras francesas en la década de los 50. Allí creció entre viñedos y fue al colegio entre insultos racistas de sus compañeros galos. «Español de mierda, nos decían», dice con un marcado acento francófono y con la mirada perdida, tal vez porque todavía no ha olvidado cómo sufrió aquel niño. «Nosotros vivíamos en una finca con otras cuatro familias de españoles y no nos faltó de nada, la verdad, pero la escuela primaria fue muy difícil porque los niños nativos eran muy duros con nosotros, incluso algunos profesores también nos trataban mal». El clasismo era frecuente en aquella época, «para que te hagas una idea, ni siquiera podíamos hablar con los hijos de los propietarios de la finca. Teníamos las viviendas separadas por una valla, pero nosotros nos saltábamos las reglas y nos decíamos cosas a través de ella», ríe para desdramatizar un poco su historia. Sin embargo, asegura que aquella infancia le sirvió «para enfrentar después cualquier problema de la vida y conseguir todo lo que me propuse».

Junto a sus padres y hermanos, y más tarde junto a su esposa e hijos, Antonio volvió de forma religiosa, todos los veranos, a Librilla. Pero continuó viviendo en Francia «porque no había elección, la familia tenía que estar unida». Así que en aquellas tierras pasó 60 años. Sin perder nunca su nacionalidad española, Hernández acabó por ser casi anónimo para Murcia, pero muy conocido en gran parte de Francia y otra buena del mundo por ser, durante décadas, el sumiller y socio del prestigioso chef Joël Robuchon, con quien compartió un imperio gastronómico que ha llegado a reunir hasta 33 estrellas Michelin.

«Seguimos viniendo todos los meses de agosto porque estar aquí nos encantaba», asegura ante la sonrisa tierna de su esposa, 'madamme Hernández', o Florence Garonne como se empeñan en llamarla en España. Para ambos era un sueño asentarse definitivamente en Librilla tras la jubilación de Antonio, «porque aquí se vive mucho mejor, la gente es más abierta, más calurosa, más sencilla, aquí no se han perdido los valores familiares como sí ha pasado en Francia y este es un lugar magnífico para que crezcan los niños», dice ella. Y lo cumplieron hace un par de años.

Los inmigrantes africanos se quejan de tener más dificultades que los demás para acceder al alquiler de una vivienda y para obtener el permiso de residencia

La joven Marta Espinosa Gironella coincide con Florence y asegura que, «si pudiera, estaría en casa. Porque como aquí no se vive en ningún sitio». Hace siete años que esta murciana vive en Dubai, una decisión que tomó medio forzada por la ausencia de oportunidades laborales en el mercado español. El cambio y la adaptación fueron muy difíciles para ella, «sobre todo en el primer año, lo pasé fatal», recuerda sin querer contar demasiado, y pronto frivoliza y añade entre risas que «allí no hay plazas, ni terrazas, ni aceras, ni parques. Solo hay avenidas enormes y centros comerciales. ¡Para una murciana eso es muy difícil!».

V. V.

Por su experiencia y por los españoles que ha conocido fuera, la joven defiende que «la mayoría de gente se va por necesidad, no porque quiera. Y todos coincidimos en que España es un país maravilloso del que, si tuvieramos las oportunidades profesionales que nos dan fuera, no nos iríamos». Esta diseñadora de interiores y licenciada en Comunicación Audiovisual ha conseguido triunfar en la ciudad de los rascacielos y montar su propia productora de cine junto a su marido. Pero en Dubai «no todo es tan bonito como sale en 'Españoles por el mundo', es muy difícil vivir allí porque hay mucha presión. No deja de ser un país islámico y el choque cultural es muy grande. Además, aquello es tierra de todos y de nadie, porque más del 80% de los ciudadanos son expatriados. Te puedes imaginar la cantidad de culturas que hay allí. Eso me ha enseñado muchas cosas. Sobre todo he tenido que desarrollar una tolerancia tremenda, pero también me ha hecho sentirme muy desamparada, porque muchas veces no sabes cuál es tu lugar. Además ser mujer occidental allí y tener un trabajo en el que tienes que mandar no es nada fácil. Muchas de las libertades que nosotros damos por sentadas, no las tenemos. Yo, por ejemplo, debo tener un permiso de mi marido o tutor para poder usar mi carnet de conducir».

«Conseguir un empleo cualificado es un gran reto, incluso para los marroquíes que estudian aquí»

Marta se fue para un año, pero en Dubai conoció a su esposo, de nacionalidad británica. «Él adora Murcia, pero no podemos venirnos porque desarrollar nuestro trabajo aquí al mismo nivel que lo hacemos allí es muy complicado», explica. Aunque tiene muy claro que «el punto de inflexión» que le hará volver definitivamente será el momento de ser madre: «Entonces sí, por supuesto, porque yo quiero que mis hijos crezcan aquí, que vayan a Maristas o a Capuchinos o a cualquier otro colegio, porque cuando has viajado tanto, entiendes que en España el sistema educativo y el sanitario son un lujo. Aquí nos gusta mucho quejarnos de lo que tenemos, y es cierto que hay muchas cosas que se pueden mejorar, sí, pero tenemos mucha suerte. Además quiero que mis hijos crezcan junto a sus abuelos y a sus primos», concluye con una sonrisa.

Los que llegan

y se quedan para siempre

V. V.

Hace veintidós años que Fátima partió de Marruecos, pero sigue añorando a su familia tanto como el primer día. Desde entonces, esta licenciada en Biología ha vivido en el barrio de El Carmen. Como muchos de sus compatriotas, vino a España buscando una vida mejor, pero no sabe si ha llegado a encontrarla. Por eso, si pudiera volver atrás en el tiempo, asegura rotunda que «no hubiera salido de Marruecos. Porque las amigas que sacaron la carrera conmigo sufrieron un tiempo, pero al final se colocaron y han hecho su vida cerca de su familia, en su tierra. Yo ahora no me vendría para acá, lo que pasa es que uno no sabe bien lo que va a encontrar cuando decide marcharse», dice como si la incertidumbre de antaño todavía la consolase. Lejos de ejercer su profesión, Fátima encontró trabajos en el campo, de cuidadora, de limpiadora y, tiempo después, de intérprete; aunque en este momento se encuentra en paro y sin cobrar ninguna prestación. «Es mi marido el que ahora trabaja recogiendo limones, yo voy de vez en cuando a ferias medievales y así nos vamos manteniendo».

«Todos nos vamos de nuestra tierra por necesidad, para buscar una vida mejor, no porque queramos»

Ella es la típica historia que se asocia, por defecto, a la inmigración. Pero no es la única. Inmigrante también es Jeröme Van Passel, «el alcalde guiri» de la pedanía de Santo Ángel, como a él le gusta llamarse. Veinte años lleva en Murcia este holandés y tres a servicio del pueblo, aunque tiene experiencia en hacer de traductor entre la Policía Nacional y muchos extranjeros. Tal vez por eso no duda un instante al decir que «hay inmigrantes de primera, de segunda y de tercera. Yo tengo la suerte de ser de primera, incluso tengo una fila diferente cuando voy a Extranjería, porque soy del norte de Europa y solo por eso, en muchas ocasiones, me tienen más valorado que a algunos españoles. Y me parece fatal. Yo no he venido en barco, ni en patera, ni por cuestión económica, pero también llegué a Murcia buscando una vida mejor y soy inmigrante igual que los demás, aunque no tengo los mismos problemas que ellos, claro», dice y deja la frase en el aire, como en suspenso. En este sentido, Fátima apunta que los obstáculos más frecuentes que se encuetran los inmigrantes de tercera son «encontrar una vivienda de alquiler o conseguir el permiso de residencia, porque tardan mucho en darnos cita para poder pedirlo y hay mafias que se aprovechan de ello, que te piden dinero para tener una cita antes».

V. V.

Igual que a ella, lo que más le costó a Jeröme fue aprender castellano; sin embargo, él encontró un trabajo de programador informático al poco tiempo de su llegada. Eso para un marroquí es casi imposible, «a los que venimos del continente africano nos cuesta mucho acceder a empleos cualificados, aunque tengamos estudios». Riahi conoce de cerca la problemática de muchos jóvenes por su labor de portavoz en el Colectivo de Mujeres Marroquíes: «Incluso a los que han nacido aquí y se han graduado en la Universidad de Murcia les cuesta encontrar oportunidades laborales, porque son marroquíes». Ella está orgullosa de su barrio, de sus vecinos, de sus amigas españolas «que son como mi familia», pero tras dos décadas, cree que «en España aún falta mucha integración. Siempre dicen que tenemos que adaptarnos, pero no hay sitios donde poder integrarnos en la sociedad, ni para nosotros ni para nuestros hijos. No hay programas de convivencia en los colegios, nada. Faltan medidas para que todos nos conozcamos y poder respetar cada uno la cultura del otro».

En busca de un trabajo digno también vino, con apenas 22 años «muy sola y con mucho miedo», la sudafricana Natalie Cherise. Los motivos de su partida se parecen a los de otros muchos inmigrantes: «En mi país hay mucha violencia, crímenes muy fuertes. Por eso yo sabía que al final acabaría estableciéndome en otro lugar. Además allí al ser mujer blanca no sabía si tendría posibilidades para trabajar, porque a raíz del 'apartheid' las leyes limitaron mucho las oportunidades para las personas blancas. Me planteaba también cómo sería la vida de mis hijos allí... Por eso decidí venirme».

V. V.

Al llegar a España, empezó a trabajar como 'au pair', primero en Barcelona y luego en Yecla, aunque había estudiado Comunicación Visual y Fotografía. Sin embargo, «pronto vi que enseñar inglés era realmente una salida muy buena. Por eso me formé para ser profesora y ahora me encanta mi trabajo», asegura. Tras seis años viviendo en Murcia, la joven ya cree que es «más española que sudafricana, porque aquí he aprendido a ser adulta y llegará un momento en el que habré pasado más tiempo de mi vida aquí que allí. Ahora cuando voy a mi casa noto que ya no encajo como antes, incluso estoy olvidando hablar el africano. Mis costumbres ya son muy españolas, aunque creo que, mientras siga teniendo familia en Sudáfrica, siempre seré de allí».

Los tres inmigrantes de esta historia han conseguido hacer realidad la metáfora de Fátima: echar raíces en Murcia, crecer en esta tierra. Por esa razón, tanto la marroquí como la sudafricana saben con certeza que ya no volverán a vivir en sus países de origen. El que no lo tiene tan claro es Jeröme, que tal vez vuelva a Holanda con su esposa una vez que ambos se jubilen, «porque allí las pensiones son mucho más altas y se cuida mucho a las personas mayores. Además hay eutanasia y a mí me atrae la idea de poder elegir morir cuando ya no pueda seguir con vida», concluye con un halo de tristeza.

Por unanimidad

En España se vive mejor

Hace ya mucho que todos, los que se fueron y los que llegaron, deshicieron sus maletas en sus nuevos hogares. Pero les siguen faltando las comidas de su tierra, el apoyo incondicional de sus familias, el aroma de sus calles, el placer de hablar su idioma, «las cosas insignificantes que no sabes lo que te importan, hasta que te marchas», apunta Marta. Sus historias se distancian en el tiempo y en la forma, y aún con razones muy diferentes, todos, inmigrantes y emigrantes, coindicen en una cosa: «En España se vive mejor porque, sobre todo, su gente es maravillosa».

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios