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Junjie, frente a uno de los restaurantes que regenta su familia en Los Alcázares. A. Gil / AGM

«A veces pienso que no soy de allí, pero tampoco exactamente de aquí»

¿Cómo son los inmigrantes chinos de segunda generación? Junjie Lai es hijo de una de las primeras familias del gigante asiático que se asentaron en la Región a mediados de los 90. Criado y educado en España, hace equilibrios entre dos culturas alejadas entre sí

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Lunes, 26 de febrero 2018

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Los más de 4.000 ciudadanos chinos residentes en la Región de Murcia festejaron recientemente la llegada del Año del Perro. Pocas fechas hay más señaladas en el calendario del gigante asiático, con un significado similar a lo que representa la Navidad para la cultura española. Pero Junjie, miembro de una familia de emigrantes, vivió casi con más intensidad la pasada Nochevieja, con la que dio la bienvenida a 2018. «Es cierto que muchas veces pienso que no soy de allí, pero tampoco soy exactamente de aquí; mis amigos me lo resumen en que soy un español con cara de asiático, aunque no tenga la nacionalidad», confiesa en un perfecto español pero con cierto deje oriental.

Cuando los padres de Junjie Lai emigraron a Cartagena hace 23 años, la población china de la comunidad se reducía a varios centenares de personas. «Yo fui prácticamente el primer alumno extranjero de mi colegio; antes llegó una compañera de Bosnia, pero, claro, no llamaba tanto la atención como yo», rememora. «Recuerdo a una niña diciendo: mira mamá, un chino y no es amarillo», comenta jocosamente. A día de hoy, ya con 28 años, y como otros muchos emigrantes de segunda generación en la edad adulta, reconoce que su vida está en España y que su mentalidad y estilo de vida difiere bastante de los del lugar de origen de sus padres.

«La mayoría procedemos de la misma provincia»

Una gran cantidad de los ciudadanos chinos que viven en la Región e, incluso, en este país, proceden de la misma provincia, Zhenjiang. Esto se explica por un fenómeno similar al del 'Vente a Alemania, Pepe' patrio; también por la tendencia de este tipo de inmigración de ampliar los negocios a base de familiares y gente de confianza. A pesar de encontrarse a cuatro horas al sur de una megaurbe como Shanghai, Zhenjiang es un área con un carácter marcadamente rural y una mentalidad bastante conservadora. «Cada dos o tres años vuelvo de vacaciones, pero la gente percibe rápidamente que no soy del lugar, por mi acento y por mi forma de vestir. De hecho, en el avión hay quien me pregunta si soy coreano, porque tienen rasgos parecidos, pero son más 'fashion'. ¡De hecho, la mayoría de telenovelas que se ven en China vienen de allí!», explica Junjie, un joven alto, moreno y con un físico trabajado en el gimnasio.

La falta de amistades, más allá de algún primo, cierto choque cultural y algunas dificultades para manejarse tanto con el mandarín como con el dialecto de su zona, contribuyen a cimentar este inevitable desarraigo. «He aprendido el idioma hablando en casa, pero a un nivel más básico, por lo que me cuesta mucho mantener conversaciones profundas. Tampoco sé leerlo ni escribirlo. En los restaurantes tengo que pedirle al camarero que me recomiende algo porque no hay manera de entender la carta», aclara.

Así las cosas, no es fácil -ni recomendable- desprenderse de una herencia cultural tan fuerte, rica y tan alejada de la nuestra como la china, milenaria y llena de orgullo. Pero tampoco es tarea sencilla mantenerla viva cuando tus orígenes están a 10.000 kilómetros de distancia y tu vida diaria discurre por otros caminos. «Al final, mis amigos, con los que me he criado, son casi todos españoles y eso se nota en mi carácter, mucho más cercano», remarca. «Las relaciones sociales allí son diferentes y a mí el cuerpo me pide salir a tomar una caña a un chiringuito con los colegas, comer jamón serrano y saludar a las chicas con dos besos, algo impensable allí», añade.

A la búsqueda de una mejor calidad de vida

Parte de ese carácter español se concreta en la búsqueda de una mayor calidad de vida y la necesidad de disponer de más tiempo libre. «La cultura de los emigrantes chinos de primera generación es la de trabajar todo lo que se pueda; primero, porque son gente humilde de campo, que solo piensa en producir y ganarse la vida; segundo, por la importancia que tiene la presión social para los orientales. Si el vecino prospera, yo también tengo que hacerlo, y si tengo menos formación, tengo que compensar metiendo más horas», señala.

Junjie, en el interior de uno de sus establecimientos.
Junjie, en el interior de uno de sus establecimientos. A. Gil / AGM

Junjie palpa y padece esa mentalidad en el trabajo diario de sus progenitores en los dos restaurantes -El Run y el Veni- que regentan en una conocida calle comercial de Los Alcázares. «Cuando llegamos a Cartagena, mis padres comenzaron a trabajar en el restaurante de mi tío. Así estuvieron cerca de una década, hasta que ahorraron lo suficiente para abrir su propio negocio, hace ya 17 años». Diez años después se lanzaron a por el segundo, pero con una filosofía culinaria diferente. «Nuestro primer local era de cocina asiática, evidentemente, pero creo que este concepto ya está algo pasado de moda y se asocia a comida barata y de mala calidad. Por eso, en el segundo insistí en probar algo nuevo y apostamos por los sabores mediterráneos internacionales», expone. Junjie visualiza a su padre echándose las manos a la cabeza en aquel momento: «¡Estás loco, vas a abrir un tipo de restaurante que no conocemos!». El tiempo le ha dado la razón al joven, que dirige como encargado este establecimiento y ya planea la inminente apertura de un tercero, en esta ocasión una brasería.

De lo que no ha podido librarse es de la disciplina inculcada por los todavía -aunque al borde de la jubilación- dueños de la empresa. «La hostelería es un negocio bastante esclavo. Trabajo prácticamente de lunes a domingo entre siete y ocho horas al día; en verano más, porque son los meses más fuertes y encima es cuando vienen más españoles, que cenan más tarde que los turistas europeos», cuenta con resignación Junjie. También recuerda cómo su padre siempre le ha puesto mala cara cuando le ha insinuado la posibilidad de marcharse un fin semana con los amigos. «Es duro, pero realmente ya estoy acostumbrado e intento descansar en invierno. Y si me pide el cuerpo salir de marcha, lo hago al cerrar el restaurante», apostilla. Eso sí, siempre sin alcohol, porque tal y como asegura, «a los asiáticos nos sienta fatal».

Una solución para tratar de evitar este continuo 'estar al pie del cañón' hubiera sido abandonar algo tan sacrosanto para un chino como el negocio familiar. Junjie relata como algunos de sus primos y conocidos de esta segunda generación sí han optado por buscar un camino propio, estudiando por ejemplo, alguna carrera universitaria. No obstante, muchos de ellos, como los españoles de su quinta, están todavía a la caza una oportunidad para asentarse laboralmente. «A veces tengo momentos de debilidad y me planteo emprender algo diferente, que sea menos rentable, pero me deje más tiempo para vivir. Luego, acabo cayendo en el 'mejor malo conocido que bueno por conocer'. Tengo que verlo muy claro para dejar algo que funciona», reflexiona.

Un síntoma de la buena marcha del negocio se refleja en el hecho de que Junjie, incluso, ha podido dar trabajo en sus restaurantes a algunos de sus amigos españoles. «Si te das cuenta, en los locales de mi comunidad, chinos ya solo quedan el dueño y algún trabajador. El resto de los empleados son españoles o latinos, porque el ritmo de inmigración desde mi país se ha frenado y ya no tenemos compatriotas dispuestos a venir». Esto se explica por el importante progreso de la economía de la potencia comunista, que ha llevado a muchos de sus habitantes a buscarse la vida en un entorno más amable para ellos, cerca de su familia. «La gente en China ya sabe que emprender y triunfar en España es difícil. La prueba es que muchos han vuelto con sus pequeños fracasos, y eso cala», remarca.

«¿Por qué no te has casado todavía, hijo mío?»

Y mientras, la madre de Junjie, «más chapada a la antigua» se pregunta por qué su hijo pequeño, cerca ya de la treintena, no se ha casado todavía. «Amenaza con buscarme esposa en China y yo le he dicho que ni se le ocurra», comenta con guasa el joven, al tiempo que confiesa que ha tenido varias novias, pero todas europeas. «Aquí la gente bromea mucho con que todos los chinos son iguales, pero he de reconocer que a mí también me cuesta distinguir unos rasgos asiáticos de otros, porque normalmente en Murcia no los veo tanto. ¡Para mí, las chicas orientales son iguales que yo, pero con el pelo largo!», añade con humor. También desmiente, ante las leyendas urbanas, aquello de que no se ven entierros de compatriotas suyos en España. «Es cierto que muchos vuelven a su pueblo cuando se jubilan, porque no llegaron a integrarse, pero los restos de mis abuelos paternos están en el cementerio de Cartagena», asegura.

Pese a que Junjie pone habitualmente más ganas de fiesta el 31 de diciembre, no dejó de celebrar el Año Nuevo Chino la pasada semana, con todos los rituales de su tierra de origen incluidos. «Nos juntamos toda la familia en el restaurante de mi tío en La Manga, pero la celebración fue más tarde de la medianoche, porque muchos somos autónomos y nadie quiere cerrar su negocio antes de tiempo y perder dinero». Con las bodas pasa tres cuartos de lo mismo. «Evitamos poner a la gente contra la espada y la pared de no venir o desatender su local, sobre todo a aquellos que no son familiares directos. Así, los citamos de madrugada». Mantener un pie en cada mundo no es a veces fácil. Lo importante es mantener el equilibrio y continuar con paso firme. Junjie anda en ello.

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