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PEDRO SOLER
Sábado, 9 de junio 2012, 15:44
Lo soltó una anónima transeúnte a una inocente pregunta, cuando circulaba por las cercanías del templo parroquial: «¿Es que no lo ve? Esto es un espejo». Y, cuando había finalizado el recorrido por el barrio, llegó la idea de remedar la famosa habanera 'Torrevieja', que de modo tan emocionante cantaba el Orfeón Fernández Caballero y Ginés Torrano, bajo la dirección magistral de Manuel Massotti. El remedo diría así: «Es Vistabella un espejo /donde Murcia se mira / y al verse suspira / y se siente feliz». Y por lo visto y oído, los vecinos se sienten felices; incluso alguna residente en céntrica avenida, como María José, que acude todos los jueves a los ensayos con su grupo coral, no le duelen prendas en resaltar las bondades del menos céntrico barrio.
Que las calles sigan ostentando el nombre de alcaldes, curas, políticos y militares -unos mártires; otros, mandones supervivientes- protagonistas de la guerra civil, no obstaculiza la armonía; al menos no se palpa en el ambiente, ni se refleja en los medios. Incluso el colegio de primera enseñanza luce en su entrada el nombre de José Antonio, pese a que el Boletín de la Región de Murcia, del pasado 23 de mayo, publicaba la orden por la que se aprobaba el cambio de nombre.
En Vistabella, la revolución llega los jueves. El resto de la semana es una isla serena, situado en un extremo de la capital. La revolución llega con el cercano mercado, que es apetitosa localización para penetrar en Vistabella, tras escuchar el incontrolado griterío -«¡Tomates raf, pata negra, a euro!»- o contemplar los tenderetes con vestidos de mujer, a 10 euros, que -dicen- valen 50. Entre tomates, raf o no, frutas de todo origen y temporada; y apios, ajos, manteles, vestimentas, bikinis, fajas lumbares, charcuterías... Los recogedores instalados en la Avenida de la Fama sientan como intenso reproche a la salubridad de productos y personal.
Por la calle Luis Fontes Pagán, se penetra en otro mundo, que pierde los arrebatos mercantiles. Estamos en Vistabella: «Es la más hermosa barriada de la nueva Murcia».
No es un dicho actual -podría serlo-, sino del 1 de marzo de 1953, cuando el lateral barrio capitalino llevaba pocos años de actividad. Hoy, Vistabella sigue siendo, posiblemente, lo que ya era hace casi sesenta años. Entonces, no, pero ahora, sí, las buganvillas y los limoneros, aunque parezca increíble, se asoman al callejero desde algunos patios de esas casas de planta baja, que pocos murcianos deseaban como vivienda, tanto tiempo atrás. En los años cincuenta, 'sonaban' a casas de huerta, a barracas. La ciudadanía funcionarial y los militares en la reserva preferían pisos, como signo de distinción capitalina.
Las calles de Vistabella permanecen refrescadas con sus hileras de naranjos y moreras -100.000 pesetas costó tamaña inundación de arboleda- y asombra que, junto a sus troncos, incluso florezcan -y permanezcan- espontáneas malvarrosas. Se puede transitar a la sombra de estas arboledas elegantes, que penetran entre los balcones de los pisos, como cercano vecino de bienestar. Por contra, desde algún piso de la calle Antonio Torrecillas, por ejemplo, la señora -se supone- ha tendido sábanas, toallas, manteles y calzoncillos para que sea el aire de la calle el responsable de la sequedad del ropaje casero.
Los edificios brillan limpios y coloreados, tras el proceso de recuperación a que fueron sometidos, que, como afirma José María Conesa Navarro, nacido y criado en el mismísimo barrio, «cada cual pagamos de nuestro bolsillo». Dicen que pisos vacíos hay muy pocos, y si los hay, se venden al minuto. «Yo he comprado uno por cincuenta mil euros, aunque he tenido que gastarme bastante en su reparación», afirma un cliente, que bebe y tapea en 'El Inicio', donde Eduardo Gómez, dueño del bar, comenta satisfecho que Vistabella «es como un pueblo. La gente se gasta aquí su dinero, y eso es importante. No se va a otros sitios, no».
Vistabella parece otro mundo, en que puede encontrarse la silla en la puerta de la casa, que aguarda la llegada del viento suave o la plática con el vecino. Se impone la tranquilidad; no asoman los grupos indolentes de ociosos inmigrantes, que tanto hacen pensar y temer. Ni parece espacio para negocios de prostitución.
La Plaza de los Patos es recinto para la cháchara -en la terraza de la peña 'El Alcancil' las noches se hacen eternas-, a la sombra de la hermosa vista que ofrecen las jacarandas en plena floración. En 'El Portón de los Patos', Teresa María Barbero alterna la predisposición del local con el servicio a los clientes. En la céntrica fuente no nadan los patos, pero las palomas zurean, se arrumacan y toman su baño en las piletas. No hay patos, pero se conserva el jardín casi con mimo. Teresa María exclama. «¡Vistabella es lo mejor de Murcia! El barrio está lindísimo». Reconoce, a la par que José María, que vida comercial «muy poca o casi nada». Con ellos, Mora Ndiaye, único extranjero -de un origen u otro- hallado en la ruta.
Vistabella parece otro mundo, hasta para esas pandillas de grafiteros, que se dedican a desencajar la naturalidad de las paredes. Quizá no sepan dónde está el barrio. Frente a la suciedad que siembran, destaca el llamativo mural que presenta la fachada del local del estilista Rafael Franco.
El comercio, sí, es una deserción. Son muchos los bajos que permanecen cerrados a cal y canto; otros, adornados, que no denigrados, con el indicativo de venta y alquiler. Está la panadería 'Los Arcos', los bares '5 Hermanos', 'El Jumillano'... Uno de los escasos comerciantes del lugar -silencia nombre y ocupación- afirma tajante que «en Vistabella no puede existir vida comercial, porque es un parque jurásico, en el que casi solamente viven jubilados. Así no puede surgir jamás comercio alguno. Hace falta una nueva generación de jóvenes, que se ocupen de esto». Aún así, se siente enamorado, si no del conjunto de la barriada, sí de las casas de planta baja: «Me iría encantado a vivir en una de ellas». Alguna queda con lo que parece ser su tejado original, recubierto con planchas metálicas que eviten las goteras. Alguna otra se ha convertido en solar, y hay quien dice, también escudado en el anonimato, por si acaso, que «la han tirado para construir pisos. Es lo que se teme». ¿Y por qué no garajes, en los que también se han ido transformando los que eran pequeños patios o jardines?
Vistabella es otro mundo, incluso en la adhesión manifiesta hacia el movimiento 15-M, que aparece 'colgado' en balcones y en las verjas de ventanas. Un barrio que celebra asambleas en solidaridad con Lorca, y en contra de las «ayudas embalsadas».
Desde las alturas, es un rectángulo de viviendas, limitado por calles y avenidas como Intendente Palacios, Conesa Martínez, General Yagüe y Primero de Mayo, pero en esta Murcia parece otro mundo. Y si, desde las viviendas que se asoman al cauce del río, se contempla la sierra y sus verdores... ¿qué más se puede pedir?
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