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:: ANTONIO GIL
La historia aflora en el Molinete
Cultura

La historia aflora en el Molinete

Cartagena abrirá el viernes un parque que agrupa ruinas arqueológicas de las grandes culturas mediterráneas

GREGORIO MÁRMOL

Domingo, 9 de octubre 2011, 11:37

Quinientos metros a pie. Apenas una hora a un ritmo cómodo para no perder detalle. Nunca la historia estuvo tan a la mano. Nunca un viaje al pasado fue tan sencillo de hacer como cuando uno se adentra en las sendas del primer parque arqueológico de Cartagena, que abrirá sus puertas el próximo viernes para mostrar vestigios de 2.400 años de historia. En apenas 12.000 metros cuadrados se suceden ruinas carthaginesas, romanas, medievales y contemporáneas, que borran la huella de lo que hasta hace poco fue el barrio canalla de la ciudad: El Molinete.

De los últimos años de prostíbulos y tabernas de mala muerte apenas quedan un par de tapias en la parte intermedia del nuevo parque. Han sido conservadas como testimonio de la trama urbana moderna del barrio erigido en la más céntrica de las cinco colinas de Cartagena. Son muretes con un siglo de historia, nada que ver con todo lo que hay a su alrededor: abundantes restos milenarios poco monumentales aunque de gran valor histórico y científico.

El nuevo parque es un diseño del ingeniero municipal Manuel Jiménez y ha costado cuatro millones de euros que el Ayuntamiento de Cartagena obtuvo del Plan E. Jiménez ha tenido que estudiar a fondo los grandes desniveles del cerro para hacerlo un lugar accesible y original en esencia. Para ello ha combinado rampas con escalinatas que permiten la entrada peatonal por una nueva calle abierta para dar continuación a la de Francisco Irsino, junto a la popular iglesia de la Caridad. Esa vía se eleva para salvar los restos de dos baluartes de las murallas del siglo XVI y en un futuro dará servicio a los nueve edificios proyectados en las caras este y norte del Molinete. La gran comodidad del proyecto son unas escaleras mecánicas instaladas solo para subir desde la comercial calle San Fernando.

«Un gran laboratorio»

Cada rincón está cuidado con detalle: desde la iluminación ornamental, que permitirá a los visitantes descubrir otro lugar si lo recorren al atardecer, hasta la vegetación. «Hemos empleado flora autóctona: esparto, tomillo, romero, ciprés y morera, plantados en lugares donde se sabe que no hay restos arqueológicos», explica el concejal de Urbanismo, Joaquín Segado.

El objetivo final es acercar al caminante a la densa historia de la Cartagena trimilenaria. «Esto es un gran laboratorio para estudiar la evolución de la ciudad, porque aquí encontramos ruinas de todas las épocas. Son 2.400 años en una sucesión de vestigios», aclara el catedrático de la Universidad de Murcia José Miguel Noguera, director del proyecto arqueológico junto a María José Madrid.

Ambos llevan más de dos años estudiando en profundidad los restos históricos que hay localizados desde el antiguo foro romano -bajo la plaza de San Francisco- hasta lo más alto de la colina, allí donde el historiador Polibio situaba hace 23 siglos el gran palacio del carthaginés Asdrúbal Barca. De la existencia de ese edificio no hay evidencias claras, salvo la forzada interpretación que se ha hecho de un par de sillares y las marcas que dejó en uno de ellos una puerta de elevadas proporciones. De lo que no hay duda es de que un pequeño lienzo de pared descubierto en las cercanías pertenece a la muralla púnica, cuya existencia sólo estaba acreditada en las proximidades de la Plaza de Bastarreche. Ahora se sabe con certeza que los límites de la Quart Hadast que fundó Asdrúbal también llegaron al Molinete.

Tradición helenística

Es en la parte más alta del cerro donde se sucede la mayor concentración de vestigios de distintas épocas y de profunda inspiración en el Mediterráneo oriental. Siguiendo el rastro de las investigaciones que inició en 1997 el maestro de arqueólogos Pedro San Martín Moro, han sido desenterradas las llamadas viviendas indígenas, así como una sucesión de seis habitaciones y cisternas para la recogida de agua que los expertos datan en los últimos años de dominación carthaginesa. La muralla púnica casi se superpone con otro trozo de pared defensiva romana (con sus habitaciones) que Noguera y Madrid interpretan como la que levantó el general Publio Cornelio Escipión cuando conquistó la ciudad. Y a su lado, dos generosos tramos de dos murallas más: la inconclusa del Deán y la de Felipe II, levantadas con apenas treinta años de diferencia a mediados del siglo XVI. El Molinete era entonces un claro límite de la ciudad. Al norte, donde ahora se extiende el moderno Ensanche, no había más que un gran almarjal y campo abierto.

El nuevo parque confirma al Molinete como el mejor mirador sobre la ciudad. Desde lo más alto es posible contemplarla con una perspectiva que lleva a redescubrir otras apariencias del casco antiguo y del cerro de la Concepción. También se domina la entrada al puerto. Queda claro por qué los antiguos pobladores ubicaron allí no solo algunos hitos de referencia para la navegación sino sus principales edificios religiosos, como el santuario ofrecido a la diosa Atargatis en el siglo II antes de Cristo. A su lado se conserva la huella de un templo itálico, edificio porticado de planta rectangular del que ha sido reconstruido parte de su podio con una sola columna para que el visitante se haga una idea de sus dimensiones. «Desde este pórtico los romanos tenían el control de la bahía, el istmo y la laguna que lo rodeaba», recuerda Noguera. A los pies de este edificio ha sido recreada con fines ornamentales una escalinata monumental en grava amarilla y sujeciones de acero. En el siglo I antes de Cristo, una escalera similar permitía a los ciudadanos subir al templo desde la extensa vaguada donde se asentaba Carthagonova.

Otro de los grandes descubrimientos durante el estudio arqueológico es un tramo de muro de andesita del siglo II antes de Cristo, que ha permitido abundar en el estudio del modelo de terrazas en el que antiguamente fue urbanizado el Molinete.

Un sistema de cartelería y la separación de zonas por el color del suelo ayudará a los visitantes a distinguir los restos arqueológicos de distintas épocas, así como a valorar los que son únicos en miles de kilómetros a la redonda. Un quiosco con vistas al puerto y dos grupos de juegos infantiles -uno de ellos eléctrico- harán más atractiva la subida a los niños. «Hay otros parques arqueológicos, pero éste se encuentra en plena ciudad y con unos accesos cómodos», destaca con orgullo Joaquín Segado.

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