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MÓNICA BERGÓS La periodista francesa Florence Aubenas no ha necesitado ninguna varita mágica para obtener el don de la invisibilidad. Ha sido suficiente con meterse en la piel de una trabajadora de la limpieza. «Cuando saludaba a los oficinistas de la empresa en la que limpiaba, se quedaban sorprendidísimos: como si les hubiera hablado la misma escoba. Una vez incluso un par de oficinistas se lanzaron a explicarse confidencias en mi presencia, celebrando que al fin se habían quedado solos, como si yo no estuviera allí. Ahora ya sé lo que significa sentirse invisible».
Miércoles, 21 de septiembre 2011, 02:49
Aubenas, veterana periodista del 'Libération' y 'Le Nouvel Observateur' que en 2005 vivió cinco meses de cautiverio en Irak, se propuso escribir sobre el término estrella de estos tiempos: la crisis económica. Pero no quería quedarse en su despacho de París y perderse en divagaciones teóricas sobre el tema, sino sentir la crisis en sus propias carnes. «Quería ver desde dentro cuál es la realidad cotidiana de esos cientos de miles de parados que buscan infructuosamente empleo o malviven con trabajos precarios», explica.
Se tiñó el pelo de rubio, se trasladó a la ciudad de Caen, en la Baja Normandía, y se plantó en la oficina del paro, presentándose como una mujer de 48 años recién separada y sin experiencia laboral, con el propósito de encontrar trabajo «en lo que fuera». Ése fue el punto de partida de un viaje de seis meses a las entrañas de la crisis que recoge en el libro 'El muelle de Ouistreham' (Anagrama). En Francia es ya un 'best-seller' con más de 300.000 ejemplares vendidos.
La experiencia le ha permitido extraer conclusiones demoledoras. La primera: que los solicitantes de empleo son tratados como desechos. Sujetos a todo tipo de vejaciones, son mercancía que sobra en el mercado. «Cuando en la oficina de empleo dije que estaba dispuesta a hacer de todo me miraron con indiferencia. 'Es que aquí todo el mundo está dispuesto a aceptar cualquier cosa', me espetaron».
Segunda revelación: un empleo a jornada completa, con un salario decente, contrato indefinido y vacaciones pagadas hoy por hoy supone toda una quimera. Tras abrirse paso entre la marabunta de solicitantes de empleo que como ella esperaban una oportunidad, lo único que consiguió rascar fueron «horas de trabajo mal pagadas y en condiciones deplorables».
El primer trabajo fue como empleada de la limpieza en un trasbordador que cruza el Canal de la Mancha. Por una hora de trabajo pagado al día, invertía dos horas en el desplazamiento. Trabajaba a un ritmo frenético bajo los atronadores gritos de una supervisora que exigía que no quedara ni una sola mota de polvo en el barco. «Cuanto más nos exigen, más nos sentimos como una mierda. Cuanto más nos sentimos como una mierda, más nos hundimos en la miseria», le reconoció una compañera de trabajo.
Para su aventura Aubermas no recurrió a documentación falsa. No fue necesario. Prácticamente nadie la reconoció. «Esto ha sido toda una lección de humildad. Una tiende a pensar erróneamente que su trabajo como periodista es muy importante, que todos la conocen, pero existen dos mundos paralelos: el de los grandes titulares de la prensa y el de la vida real de la personas de la calle».
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