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LA TRIBUNA DE 'LA VERDAD'

Redes sociales

FULGENCIO CABALLERO

Viernes, 1 de abril 2011, 02:56

Actualmente las nuevas tecnologías nos permiten recibir información al instante de lo que está ocurriendo al otro lado del planeta. A través de las denominadas redes sociales los opositores a los regímenes dictatoriales del norte de África han logrado organizarse y poner de acuerdo a todo un pueblo para clamar cambios políticos y sociales. Buen ejemplo de ello son Túnez, Egipto o Libia, que en estos últimos meses han conseguido coordinar entre personas de distintos lugares una verdadera revolución social. En estos casos, el poder de convocatoria de redes como Twitter o Facebook se ha convertido en un maravilloso medio de comunicación entre millones de personas para tomar decisiones en común. Internet es un incomparable escaparate al mundo desde el que, entre otras muchas cosas, se puede denunciar la corrupción y la vulneración de los derechos humanos, protestando abiertamente y dando a conocer al resto de las naciones lo que gobernantes tiranos y corruptos hacen con sus ciudadanos.

Ya era hora de que el pueblo pudiera expresarse libremente y conseguir cambiar el rumbo de la política de un país gobernado por un dictador hacia la tan anhelada democracia. Una sola persona, encerrada en su cuarto delante de un ordenador, puede informar de los injustos hechos que están ocurriendo en su ciudad y remover millones de conciencias. Desde ese punto de vista, las redes sociales son un estupendo medio para relacionar a los ciudadanos.

Con una sola tecla podemos enviar un correo electrónico a miles de personas, que en segundos la recibirán en su ordenador personal. Pero si hubiera que poner una objeción a esas redes sociales, sería el que a la vez que nos acercan a los más lejanos, nos alejan en cierto modo de los más cercanos. Son los inconvenientes de las nuevas tecnologías: ese avanzado sistema electrónico de remisión de información jamás podrá provocar el regustillo en la boca del estómago de la correspondencia de antaño. Qué lejos quedan aquellas cartas que el cartero se encargaba de hacer llegar a su destinatario y que éste recibía con fervoroso deseo. Un cartero como el de m', posiblemente por ser empleado de Telégrafos, que unos días con más agrado que otros, dando los buenos días, entraba directamente en la casa por la puerta de la calle (que sólo se cerraba por la noche) y que nos entregaba un sobre que contenía noticias de familiares o amigos que se habían tenido que marchar por motivos de trabajo a lugares lejanos, o del soldado que estaba haciendo la mili al otro lado del charco.

Un cartero que, aunque no dispusiera de mucho tiempo, en ocasiones se entretenía amablemente en leer a la abuela el contenido de la carta recién recibida mientras degustaba un vaso de vino acompañado de cualquier floritura que en aquel momento ésta estuviera cocinando. Una carta llena de sentimientos, escrita con una caligrafía de catón que luego era comentada al atardecer con el resto de los vecinos que hacían corro en la calle, sentados en bajas sillas de enea. Qué agradable es recordar aquellas conversaciones en las que cada uno dialogaba con los vecinos sobre temas sumamente transcendentales como el tiempo, la última cosecha, el partido de fútbol del domingo anterior o las noticias que recogía la carta que el cartero había traído aquella misma mañana; amenas conversaciones acompañadas de un vaso de limonada, de una taza de chocolate o de un trozo de bizcocho recién hecho, que acababan muchas veces en multitudinarias carcajadas y las menos en acaloradas discusiones que caían en el olvido al día siguiente.

Indefectiblemente los tiempos cambian y llegó el día en que Correos, con el afán de agilizar y rentabilizar el servicio de reparto, decidió que era obligatorio disponer de un buzón donde el cartero pudiera depositar la correspondencia. Posiblemente esa decisión acabó con la cálida relación humana existente hasta entonces entre el cartero y el destinatario del correo.

Acababa de desaparecer la amable figura del mensajero, equiparándose el correo ordinario con el actual y moderno correo electrónico, pues a partir de entonces, en ambos casos, sólo existe un emisor y un receptor de la información. Afortunadamente las nuevas tecnologías nos permiten que, aunque exista un único emisor, pueda haber multitud de personas que reciban la información de forma simultánea. Es la magia de los nuevos y fríos medios de intercambiar información con otras personas que se encuentran a muchos kilómetros de distancia, que contrasta con el entrañable recuerdo de las mágicas tardes de cálida conversación con unos vecinos con los que nos unía una relación casi familiar, una intensa relación, ya desaparecida, basada en la proximidad y en la necesidad de intercambiar sentimientos. Si hubiera que elegir entre uno de los dos medios de compartir información, yo me quedo con los dos.

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