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Boloñitis idiopática

Creo que los dos primeros efectos de la adaptación al Plan Bolonia son el aburrimiento de las víctimas y la obstinación de los verdugos

JOSÉ S. CARRIÓN

Miércoles, 9 de febrero 2011, 01:43

Cuando mis atribulados colegas de Universidad comentan las últimas vicisitudes derivadas del Plan de Bolonia, recuerdo a Stephen Bayne: «Me siento como un mosquito en una playa nudista: sé lo que quiero pero no por dónde empezar». Un compañero me comentaba el otro día: «En la reunión me dijeron que mi actitud contraboloñesa era de una agresividad poco universitaria… ¡y el caso es que me lo decían a gritos!».

Creo que los dos primeros efectos de la adaptación al Plan Bolonia son el aburrimiento de las víctimas y la obstinación de los verdugos, los cuales no han conseguido librarse de su adicción a la planificación del tiempo. Se pretende que los estudiantes aprendan sin pensar y piensen sin esfuerzo; con normas y reglamentaciones complejas y con comportamientos estúpidos. El desenlace será incapacitar a los alumnos para el trabajo reposado y la reflexión, estimular la multitarea e imposibilitar la focalización mental. Todo ello con los alumnos embravecidos y los profesores desalentados.

La supervivencia de este disparate, de esta eurochapuza sin base jurídica, en plena crisis económica y sin medios para su consecución, sólo puede explicarse por el recurso a la más vieja de las emociones: el miedo. Desde el miedo del estudiante al fracaso académico o a la reprobación familiar, hasta el vértigo del profesor a granjearse una mala reputación, o el susto del cargo académico a perder un puñado de votos.

Seré muy sincero: para mí los promotores y atizadores del Plan de Bolonia actúan como delincuentes; son ladrones de tiempo, un azote para la gente que se encontraba felizmente atareada. En la Universidad española hay demasiados asalariados que no saben cómo perder su tiempo en solitario, gente con la imaginación atascada cuyo hobby consiste en reprimir la de los demás. El resultado es una Universidad que deambula con piloto automático, alienada de su entorno, haciendo lo que puede, como esperando a que su destino le sea revelado. Las autoridades académicas no creyeron en el proyecto, pero se dejaron llevar por aquello tan universitario de no dar la nota y nos arrojaron a una vorágine irracional que va a terminar con la investigación en la Universidad, que va a producir fuertes conflictos sociales y probablemente una rebelión del profesorado, harto de esta nueva Stasi de corte ibérico.

Yo me declaro en rebeldía. Sufro de boloñitis y tengo una clínica inespecífica. Así que descenderé voluntariamente a los infiernos de la indisciplina cada vez que mi inteligencia se sienta insultada por los dictámenes de este Sanedrín pseudopedagógico. Supongo que encontrarán procedimientos para procurarme una vida difícil y para proyectar escenarios desdichados hacia todos aquellos que se atrevan a imitar mi reprobable conducta. Pero si algo me ha enseñado mi trabajo como científico es que no tengo por qué tragarme las tonterías de los burócratas ni las predicciones de los que piensan que pueden cambiar el curso de la historia con cuatro recetas sobre la empatía, el control emocional y las habilidades cognitivas.

No pretendo molestar a nadie. Me alegro por aquel que disfrute con su cetro normativo, con el placer herbívoro de saberse gregario, incluso por aquellos a los que les bajen los niveles del cortisol a base de fastidiar a todo el que se mueva de su sitio. No perderé el tiempo intentando acabar con ningún plan que comience con P mayúscula; asumo que se trata de un fraude autorizado y que se alimenta de nuestra necesidad sociológica de ser embaucados. Pero, por ejemplo, me niego a rezarle a un software, encorvado frente a una pantalla de ordenador. Reclamo mi derecho a tener un 'punto de vista' en estos tiempos de intoxicación académica. Sé que necesitaré valor para continuar dando de comer al escepticismo. Como creo que la suerte lo afecta todo y la ecología de la contingencia dice que estar vivo es una evidencia única de buena fortuna, salgamos a la calle y brindemos por ello.

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