Gatis, el fugitivo que se movía como un fugitivo
«Echando las cañas»; así atrapó la Policía Nacional a un presunto homicida de origen letón, el cuarto delincuente más buscado por la justicia europea
«Si no es él, al menos es un malo». Los agentes de la Brigada de Policía Judicial de la Jefatura Superior de Policía de Murcia llevaban unos días siguiéndole los pasos a ese tipo con evidentes genes eslavos y aspecto rudo -cabellos cortos y rubios como los de un comando, ojos que de tan claros y azules parecen robados al Rey de la Noche, elevada estatura, espaldas 'king kong size', rictus propio de quien sufre úlcera de estómago...- y habían llegado a dos conclusiones: se parecía mucho al Gatis Zvinguli de las fotografías y se comportaba como un auténtico fuera de la ley. Como un fugitivo.
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Nadie que nada temiera habría actuado como él lo hacía. 'Corneando' constantemente -en el argot policial, girando la cabeza para controlar el paisaje tras su imponente pescuezo de Miura-, imprimiendo a su coche bruscos cambios de velocidad y de sentido, completando repetidos giros en algunas rotondas para detectar si llevaba un 'rabo' puesto, eligiendo en los restaurantes la mesa y el asiento desde los que mejor perspectiva tenía de la puerta de acceso... Sería Gatis o no lo sería -que estaban convencidos de que iba a serlo, aunque con esto de los ciudadanos del Este pase un poco como con los asiáticos: que todos parecen el mismo, aunque los primeros además acojonen-, pero lo evidente era que algo ocultaba y que mucho temía. Y habría que acabar averiguando de qué se trataba.
Los especialistas de esta unidad, coordinados por el inspector jefe Marcos Castro, se habían puesto manos a la obra allá por el mes de junio, cuando a través de Enfast (Red Europea de Equipos Activos de Búsqueda de Fugitivos) les llegó una alerta sobre la posible presencia de Gatis, un supuesto homicida de origen letón, en el sureste español.
Por detrás de Anglés
La pieza resultaba especialmente apetecible no solo por tratarse de un tipo implicado en un asunto de sangre -la muerte a cuchilladas de quien ejercía aquella tarde funesta como padrino en una fiesta de graduación-, sino especialmente por el hecho de llevar cuatro años fugado de la justicia, lo que lo había hecho escalar grandemente en la lista europea de los más buscados, hasta situarlo en el cuarto puesto. Solo por detrás de la 'joya de la corona', Antonio Anglés, el asesino de las tres niñas de Alcàsser, el trofeo que cualquier agente español sueña con tener algún día colgado de la pared de su despacho, y de algún psicópata metido a terrorista como José Ignacio de Juana Chaos.
La localización de Gatis no era asunto de imperiosa urgencia, llevando como llevaba ya cuatro años viviendo en la clandestinidad y sin que hubiera datos que apuntaban a una situación de riesgo inminente para nadie. De otro lado, tampoco había información detallada que permitiera una rápida resolución del asunto, por lo que la Brigada de Policía Judicial se limitó a irle dedicando algunas jornadas sueltas entre tanto asunto como les cae encima.
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Con la experiencia acumulada ya en estas lides, los agentes se dedicaron e «echar las cañas» en las localidades y urbanizaciones consideradas a priori como más propicias para la ocultación de fugitivos: grandes resorts de municipios principalmente costeros, con un elevado índice de población extranjera, con inquilinos en constante rotación y sin apenas relación con otros moradores de la zona... Complejos, en suma, donde nadie conoce a nadie y un extranjero pasa tan desapercibido como cualquier otro.
«Echar las cañas» es una expresión que define perfectamente esta monótona y tantas veces desalentadora labor de investigación, pues se trata simplemente de ir lanzando carnadas, de forma casi aleatoria, con la ilusión de que en algún momento el sedal se tense y el carrete emita el estridente chirrido que anuncia la inminencia de la pieza. Así, pertrechados de una simple foto, los investigadores se dedican a recorrer zonas con alta concentración de extranjeros e irla mostrando a repartidores, panaderos, empleados de tiendas de moda, camareros, porteros y señoritas de clubes de alterne... sabedores de que las necesidades, apetitos y querencias de estos fugitivos suelen ser coincidentes y que el que no muere por la boca lo hace por cualquier otro sitio.
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Se produce la picada
El puntal de una de las cañas anuncia con sus espasmos una posibilidad de éxito. Ocurre en un restaurante costero, en el que un empleado cree reconocer al menda de la foto que le muestra el 'secreta'. «Se parece mucho a él, pero no se llama Gatis», explica. «Viene a comer aproximadamente cada dos semanas».
Durante muchas jornadas, los especialistas aguardan a que la presa aparezca. En vano. Transcurre mes y medio sin asomar por el lugar hasta que un día, cuando ya casi se le da por perdido, desciende de un coche y entra en el local. Realmente, constatan, la semejanza física es alta. Pero ello no basta para detener a nadie.
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Le ponen un 'rabo' y el sospechoso les conduce hasta su guarida: un resort de Torre Pacheco en el que tiene alquilada una vivienda. Le siguen aquí y allá y comprueban que se comporta como un fugitivo, lo cual es la mejor prueba de que podría tratarse del fugitivo. Y deciden que, si no es Gatis, merece la pena preguntarle de qué se esconde.
Ocho policías, algunos más tochos que el susodicho, le caen encima cuando se dispone a entrar en su morada y él solo, sin que nadie le interpele, se lo confirma. «Soy Gatis». Se muestra tranquilo y parece hasta aliviado, algo que suele ser común en quienes llevan años escapando sin descanso. «Cualquiera puede huir de todo, menos de su conciencia», sentencia el inspector jefe Castro.
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