Toque de alerta frente al racismo

Susana Medellín es mexicana y trabaja como médico en el consultorio de Purias, en Lorca. Hizo la residencia en Murcia y está casada con un murciano. Cuando se quedó embarazada, pedía que su bebé no saliera con la piel oscura. En su país, estudió en una universidad privada y allí ella era diferente por ese motivo. El racismo la ha perseguido siempre.

«Si entro a una tienda, no me hacen caso. La primera vez que fui a buscar alquiler, no había nada para mí. Cuando dije que soy médico, de repente aparecieron tres pisos. No me los querían ofrecer porque por tu aspecto físico asumen cosas de ti. Creen que vas a dar problemas».

Wilber Borges es cubano, tiene 54 años y lleva veinte en Murcia. Está casado con una murciana y trabaja en Soltec. Él nunca ha percibido el racismo ni en su entorno familiar ni en su círculo de amistades ni en su trabajo. En dos décadas solo ha tenido un incidente en un bar del barrio del Carmen (Murcia) regentado por una ciudadana de nacionalidad rusa. «No me quiso atender por ser negro y lo denunciamos en el acto». Él está convencido de que «el tema del racismo será poco a poco cosa de una minoría. Contra el multiculturalismo no hay nada que hacer porque es ley de vida».

Carmen (nombre ficticio) vive en Alcantarilla y es colombiana. «Soy rubia. Físicamente paso por española, pero en cuanto abro la boca, el acento me delata».

En junio del año pasado, ella acudió a la Comisaría de Policía de Alcantarilla a denunciar un robo y terminó en un furgón policial, descalza, sin sujetador y con una orden de expulsión de España. No le permitieron explicar que era pareja de hecho de un español y estaba tramitando su permiso de residencia. Tiene grabada la imagen de un policía con su sujetador bajo el brazo. Ya ha regularizado su situación, pero tiene miedo. «Cada vez que veo a un policía, tiemblo».

Roberto Torres es cubano y trabaja en una finca en Fuente Álamo. Nunca se ha sentido discriminado por el color de su piel ni por ser extranjero. «En Torre Pacheco, cada vez que entro en un bar, siempre están hablando de los emigrantes, pero a mí jamás me han mirado raro. Para mí, Murcia no es racista. Es clasista. 'Yo tengo más que tú... ¡Qué hace ese negro sentado en la Gran Vía!»

No piensa lo mismo su compatriota Beatriz Alsina, graduada de Información Científico-Técnica y Bibliotecológica. «A pesar de que la sociedad española ha sido emigrante, no nos acepta. El racismo es muy sutil, pero no por ello menos humillante. Desprecio, miradas, expresiones. No siempre detectan que eres extranjera por tu físico, pero sí por el acento. Y ahí empiezan: 'Ah, llegasteis en patera' y otras más fuertes: 'Si eres hispanoamericana, eres puta'. No hay nada que denunciar porque no hay agresión física y la verbal no es demostrable. Es tan simple como que no me caes bien, no estoy obligado a tratar contigo o no me inspiras confianza».

Mamadou Magassa es senegalés y lleva 40 años en Murcia. Él cree que la ciudad no es racista. «Lo son personas puntuales, en determinados momentos. Es difícil de explicar».

«A veces la mala educación puede parecer racismo. La administración suele ser un obstáculo. Hay personas que dicen que no alquilan a determinados perfiles por el color de la piel o por su religión. Hay golpes diariamente. Existe lo del autobús. Lo he visto. Algunos prefieren ir de pie que sentarse a tu lado. Antes no es que hubiera menos racismo. Es que ahora los racistas han salido del armario. Hay tontos, pero los peligrosos son los que han salido del armario».

¿Somos o no somos?

En la Región van en ascenso las actitudes racistas. Es lo que piensan seis de cada diez encuestados (63%) en www.laverdad.es. Un 56% de participantes en el sondeo dice haber sido testigo de actitudes racistas, sobre todo, en espacios de ocio (26%), deportivos (25%) y laborales (23%) y, en menor medida, en el entorno educativo (14%) y sanitario (12%). Sin embargo, ni los testimonios sobre experiencias con el racismo ni la opinión de los lectores en la encuesta de este diario se ven reflejados en los datos de denuncias de delitos de odio por motivos racistas. En 2022 (últimas cifras disponibles), solo hubo seis, frente a las 11 de 2021 y de 2020. Desde 2016 se han interpuesto 52 denuncias por racismo o xenofobia en una Región donde el 12,91% de la población es de origen extranjero no comunitario, el segundo porcentaje más alto del país.

Los expertos difieren a la hora de determinar si la Región de Murcia es o no racista. Los hay que ven el racismo como un problema estructural e incuestionable y quienes hablan de actitudes puntuales y más de xenofobia, que de discriminación por el color de la piel. A pie de calle, ellas perciben más racismo y las estadísticas les dan la razón. Según la 'Memoria anual de resultados de 2022' del Consejo para la Eliminación de la Discriminación Racial, el 42% de las víctimas de actitudes racistas fueron mujeres, el 32% hombres; el 7%, 'otro'; y el 6%, no binario.

«En muchas ocasiones, en nuestro imaginario consideramos racismo solo aquello que se podría considerar la punta del 'iceberg'. Aquello más evidente, cuando se llega al insulto, la violencia o las discriminaciones. Sin embargo, también existe el racismo sutil. En España sí hay racismo de ambos tipos, el manifiesto y el sutil», dice Kaouatar Bakdid, contratada por la Universidad de Murcia (UMU) mientras hace su tesis doctoral sobre el racismo institucional.

Para Juan Antonio Segura, director de la Fundación Cepaim, que trabaja por la inclusión, Murcia no es racista, pero hay actitudes racistas. Él habla de xenofobia, de miedo a la cultura diferente y cree que se debe a «la dificultad de contar con espacios y tiempos de relación entre la población autóctona y la inmigrante y refugiada. Si no nos conocemos, ese miedo va a seguir creciendo». A través de la Red de Atención a Víctimas de Discriminación, detectan comportamientos xenófobos en el acceso a servicios públicos (sanidad, educación, ocio, empleo y vivienda). Con los números en la mano, Segura afirma que el aumento de las actitudes xenófobas y racistas es generalizado. «Tenemos detectado un mayor rechazo a personas de religión musulmana y a la población del África negra». En la misma línea, Marcia Ortega, de Murcia Acoge, descarta que vivamos «en una sociedad racista en su totalidad». «El rechazo a las personas migrantes se expresa desde diferentes formas: aporofobia, racismo, xenofobia e islamofobia».

A pie de calle, va por barrios. Zacarías Benegriss, marroquí, de Fez, lleva 12 años en Murcia. Trabaja en una peluquería en San Andrés y no conoce el racismo. «Nunca. Aquí no». En cambio, la nicaragüense Marilet Narváez, residente en Lorca, sí lo nota «bastante». «Me miran como a un bicho raro».

Así lo ve la socióloga de la UMU Natalia Moraes, máster en Minorías y Territorios. Ella habla de «un racismo estructural» y a su juicio, «no es algo nuevo en nuestras sociedades, pero es un fenómeno que se ha agudizado en los últimos tiempos y se manifiesta, por ejemplo, en barreras para alquilar viviendas en función de rasgos fenotípicos y acento. Ya no es solo racismo sutil o leve, sino que estamos observando un aumento de agresiones racistas y una cierta normalización y legitimación de discursos racistas». A Moraes no le extraña que esos comportamientos racistas no se traduzcan en sanciones. «La mayor parte de las personas racializadas que sufren discriminación no denuncian».

Isabel Cutillas, también socióloga de la UMU, defiende que «vivimos en una sociedad, «tanto a nivel regional como estatal, en la que determinadas personas son discriminadas por su origen migratorio, nacional o étnico». Ella ve «incuestionable que las personas migrantes o racializadas encuentran mayores dificultades y barreras para acceder a puestos de trabajo, para alquilar una vivienda o para ocupar puestos de representación política y social».

Lo ha sufrido la bióloga cubana Yudelmis Álvarez, estudiante de doctorado en Biotecnología. «Murcia es una sociedad racista. Pierdes oportunidades de trabajo por ser latina y sobrecualificada».

Le da la razón el cura Joaquín Sánchez, de la ONG Amigos de Ritsona, uno de los firmantes de una denuncia (ya archivada) contra el líder de Vox, José Ángel Antelo, después de que este relacionara inmigración y delincuencia. Él señala a «un sector importante de la población española que es racista y que rechaza y discrimina a personas migrantes y refugiadas». Además, cree que estas actitudes se acentúan en Murcia «porque la actividad agrícola y hostelera se nutre de muchos trabajadores migrantes» y se manifiesta «en las condiciones laborales que responden a las condiciones de la economía sumergida y al no cumplimiento de los convenios colectivos. Mano de obra barata».

Avala esta posición el abogado murciano Sergio Ramos, que en 2023 llevó 50 casos de mujeres vinculadas al trabajo doméstico, sin descanso semanal, por 1.000 euros y sin derecho ni a libranzas ni a vacaciones ni a salir a la calle. «Hay abusos a mujeres migrantes sin papeles. A un español no le hacen eso. Tiene que ver con el machismo y el racismo». Ramos es testigo del miedo que tienen estas personas a denunciar. «Un delito de odio no supone un beneficio para el extranjero. Hay delitos de odio que ni se persiguen».

Los datos los aporta Alejandra Salmerón Ntutumu, afromurciana de ascendencia ecuatoguineana, nacida en Murcia, responsable del proyecto socioeducativo y editorial Potopoto, de difusión de cuentos africanos. «Solo el 18,2% de las personas que han experimentado una situación discriminatoria por motivos raciales o étnicos ha presentado alguna queja, reclamación o denuncia», según el estudio 'Percepción de la discriminación por origen racial o étnico por parte de sus potenciales víctimas en 2020'. Atendiendo a este informe, «no se denuncia por: desconfianza de la utilidad de la denuncia (22%); minimización y/o justificación de la situación de discriminación (25%); por desconocimiento de cómo hacerlo o por problemas de idioma (11%); o por represalias o miedo a que genere problemas en residencia, papeles y regularización (10%)».

Miguel Ángel Gallardo, director del Máster de Diversidad Cultural de la Universidad de Granada, lamenta que el discurso del odio haya encontrado eco en la esfera pública. «La presencia y crecimiento de partidos políticos de extrema derecha han contribuido a que estas actitudes racistas se mantengan, y también se vuelvan más visibles». «Para combatir el racismo es fundamental adoptar un enfoque multidimensional que involucre educación, legislación y apoyo social. La educación es clave para sensibilizar sobre la diversidad y promover la interculturalidad como base de la convivencia».

A Kaouatar Bakdid le gusta la música de los esfuerzos comunes, pero lo ve como una «utopía».

La modelo murciana Athenea Pérez Nsué, ganadora de Miss Universo España 2023, fue víctima de mensajes racistas tras ser elegida para representar, primero, a la Región y, después, a nuestro país en el certamen internacional de belleza en El Salvador, donde quedó dentro del top 10 a nivel mundial. Ella no cree que Murcia sea una ciudad racista. Lo dice desde la experiencia de su madre, originaria de Guinea Ecuatorial, y la suya propia. «Siento que no es que los murcianos seamos una sociedad racista, pero sí clasista. Y nunca entenderé por qué se liga la inmigración a la pobreza. La xenofobia parece ser menos xenofobia cuando te ven a su mismo nivel», señala.

Tampoco entiende por qué ella tiene que esforzarse más para que le reconozcan su talento. «Es injusto que yo tenga que demostrar triplemente mi valía frente a una mujer blanca. Asociar mi color de piel a mi nivel económico es algo incomprensible en pleno 2024».

La modelo achaca la escasez de denuncias al sentimiento de que no sirve de mucho. «No se denuncia porque crees que no va a pasar nada. Suelen ser insultos verbales y no tenemos pruebas. En redes sociales, sí que queda un registro, pero ¿qué ganamos con ello? ¿Más odio? Prefiero que en un suceso relevante como el que ocurrió este fin de semana los responsables den ejemplo y de esa manera eduquen a la sociedad y alcen la voz en contra del racismo», dijo en referencia al incidente con el portero Cheikh Sarr, del Rayo Majadahonda, en el campo del Sestao, que saltó a las gradas ante un insulto racista.

«El racismo se cura abriendo la mente y entendiendo que todos somos seres humanos sin ninguna distinción. Es injusto que por nuestro color de piel se sientan superiores», concluye Athenea Pérez.

Los campos de fútbol de la Región han sido siempre un lugar crítico, en el que el racismo y la xenofobia han campado habitualmente a sus anchas. Aunque las cosas han mejorado en los últimos años, no hay fin de semana en el que no haya algún comentario denunciable desde las gradas, ya sea en partidos de fútbol base, 'amateur' o incluso de categoría profesional. El último caso ocurrió el domingo pasado en El Rubial de Águilas, donde un aficionado llamó «puto negro» al defensa brasileño Cassio Júnior, jugador del Cartagena B. Ese seguidor, localizado e identificado 'a posteriori', ha sido expulsado por el club aguileño.

De estos insultos no se han librado en su etapa formativa jugadores que hoy están en la élite. Es el caso del cartagenero Robert Sánchez, portero internacional del Chelsea, quien en una entrevista concedida a LA VERDAD confesó que los insultos que recibía a menudo por su color de piel, cuando jugaba en campos de la Región siendo infantil y cadete, le sirvieron para hacerse más fuerte. Nunca les dio importancia. Eran otros tiempos.

En otros deportes la cosa es diferente. Izan Almansa, por ejemplo, no tuvo problemas de ese tipo cuando empezó a destacar en las canchas de baloncesto del Infante. En atletismo tenemos el caso reciente de Mohamed Katir, el muleño de origen marroquí que demasiadas veces, en las buenas y en las malas, recibió ataques racistas, en su caso en redes sociales.

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